En Matate, Amor, Ariana Harwicz nos mostraba una maternidad desbocada, animal, llena de impulsos que tienden a lo salvaje. El universo como gineceo, como centro neurálgico de un mundo en el que sólo tienen cabida un hijo y su madre. Y también un ciervo que ronda la casa y que es una llamada a lo salvaje. En La débil mental, se exploraban las relaciones conflictivas entre una hija y su madre. Y ahora, en Precoz(Editorial :Rata_), vuelven a ser una madre y su hijo (tal vez los mismos de Matate, Amor, nunca lo sabremos) quienes crean un mundo en el que no están del todo claro los afectos ni los tabúes y donde el amor más grande, como el de una madre hacia su hijo, también es el más peligroso.
Leer a Ariana Harwicz no es leer a un autor cualquiera. No es un libro que se pueda coger y dejar en la mesilla para continuar la noche siguiente. El lector debe poner sus cinco sentidos para completar la historia. La autora sólo nos brinda pedazos, diálogos, metáforas brillantes, pero no da demasiadas pistas sobre su escritura. Es una experiencia visceral, orgánica, de la que es imposible salir indemne. Ariana Harwicz remueve dentro de todos nosotros traumas, imágenes bloqueadas, pensamientos escondidos. Su literatura conecta directamente con las tripas, donde desaparece todo asomo de raciocinio y sólo queda lo primario, el aullido. Es por ello que se ha alzado como una de las renovadoras del panorama literario actual.
Existe una generación de escritoras jóvenes argentinas, como Ariana Harwicz o Mariana Enríquez que están renovando el lenguaje, aportando originialidad a las historias y un punto de vista dolorosamente femenino al manido discurso dominante. Son voces frescas y viscerales, llamadas a dar que hablar. Este tipo de lenguaje, de forma estética ha venido para quedarse, para ofrecernos pedazos desmembrados de narraciones que conectan. Una forma de escribir agotadora, pero muy reconfortante, casi catártica, que merece la pena experimentar.