—¡Venga ya, Lucas! ¡No soy estúpida! Vi ET, ¿sabes? Sé de sobra lo que los tipos con bata blanca le hicieron a Eliot y al extraterrestre —replicó Claire con aire disgustado—. Jamás traicionaría a Lennie. Ni a vosotros, por cierto.
Helena, predilecta de la diosa del amor, bajó las escaleras para deslizarse en su cama vacía, mientras Lucas, hijo del Sol, se recostaba sobre los codos para observar al astro dios iluminar las tablas vacías del mirador de su amada. Cogió un lápiz de ojos de color verde que Claire se había olvidado la última vez que había pasado allí la noche y escribió «EL RÍO QUE NO PUEDO RECORDAR» en el espejo, por si acaso volvía a olvidarse.