Además de dirigir la película, Renán interpretó un papel secundarísimo en ‘La tregua’.
“Cuando yo hice La tregua, creía que el hombre era más bueno de lo que ahora creo” contó José Pablo Feinmann que le confió Sergio Renán tras la proyección del exitoso film de 1974 en el Festival de Cine de Mar del Plata de 2004. La revelación aparece en el artículo que el escritor redactó para Página/12 en marzo de ese año, a propósito del homenaje festivalero por el 30º aniversario, no sólo de esa adaptación de la novela homónima de Mario Benedetti, sino de La Patagonia rebelde de Héctor Olivera.
Cuando nos enteramos de la muerte de Renán el sábado por la tarde, algunos espectadores buscamos esa contratapa -sobre todo los fragmentos clave- para contrarrestar el efecto pernicioso que provocan las necrológicas online, escritas a las apuradas durante las guardias de fin de semana.
Vale la pena echarles una mirada porque sintetizan la carrera prolífica de quien naciera con el nombre de Samuel Cohan y, desde ya, por el tributo acordado a una película memorable, que resiste el paso del tiempo (tanto que -cabe recordar- la edición más reciente del BAFICI volvió a proyectarla, restaurada).
Sergio Renán es uno de los tipos más talentosos, más prolíficos de la Argentina. Pudo hacer la Lady Macbeth de Shostakovich (en el Colón y con Rostropovich haciendo sonar como casi nunca nuestra orquesta mal paga y con frecuencia justamente malhumorada o indiferente), pudo hacer La tregua, pudo interpretar al Rufián Melancólico de Arlt inolvidablemente y hasta pudo meter una pata enorme con La fiesta de todos.
Este tema, aquí, no lo vamos a tratar, sobre todo porque cuando uno ve La tregua se olvida de cualquier mal paso que su creador haya dado en la vida. (Y atención: digo “mal paso” porque sería arduo demostrar que Renán dio “otro” que consolidara al de la fiesta totalitaria; más bien, todo lo demás que hizo se diferenció de ‘ese’ episodio. Uno puede o no comprenderle a un artista un error: sólo hay que poner en juego toda su obra y hasta toda su vida. Y decidir hacia qué lado se inclina la balanza.
Luego de ver, una vez más, La tregua, mi balanza se inclina hacia el lado de Renán, el lado de su talento sumatorio, el que me dio más cosas de las que me dieron muchos de sus bullangueros detractores). El film de Renán-Bortnik es lento como un adagio para cello de Bach, se toma su tiempo, narra delicadamente. Cuenta la historia de un amor simple y extraordinario a la vez. Alguna vez fuimos felices. En algún momento se puede serlo. En algún instante el dolor nos da una ‘tregua’.
Siempre será posible (o habrá que creerlo para seguir sencillamente adelante) abrir una puerta y encontrarse a una chica como Laura Avellaneda, con el pelo mojado por una lluvia reciente, con una toalla alrededor de su cuerpo joven, con su cara de muñeco gracioso, mirándonos, esperándonos como ella espera a Martín Santomé y decir como dice él: “Así, exactamente así, es la felicidad”.
Esos mismos espectadores aprovechamos el fin de semana para volver a ver aquella candidata al Oscar y constatar que resiste, además del paso del tiempo, las limitaciones de YouTube. Nos enternece reencontrar a Renán en la piel de un personaje secundarísimo, que sin embargo mantiene el siguiente diálogo de tres minutos* con el protagonista a cargo de Héctor Alterio (aquí, el mérito es de Benedetti y/o del director y de Aída Bortnik, autores del guión).
– Martín Santomé: Así que usted es amigo de Jaime…
– Desconocido: Sí…
– MS: …
– Son lindas las casitas de esta época, ¿eh?… Jaime me contó que viven acá desde que él nació.
– No, no. De mucho antes… Desde que me casé.
– … Ajá.
– ¿Jaime vive con usted?
– ¿Conmigo?… No, ¿por qué?… Vive en una pensión… ¿Pero por qué se le ocurrió que vive conmigo?
– No… Fue una idea.
– ¿Qué clase de idea?
– Perdóneme… ¿Pero usted no es demasiado grande para ser amigo de Jaime?
– ¿Eso qué quiere decir?
– Usted sabe muy bien lo que quiero decir, ¿no?
– No… No sé… Me lo va a tener que decir más claro, Sr. Santomé.
– …
– Usted piensa que yo soy el degenerado que pervirtió a su hijo, y no se anima a preguntármelo.
– …
– Pregúntemelo… Si me lo pregunta, yo se lo voy a contestar.
– …
– …
– No sé… No sé qué preguntarle…
– …
– Me gustaría saber cosas de Jaime…. Saber cómo vive… Pero no sé… No sé…
– Escuche… Yo no soy el depravado que pervierte a su hijo… No hay ningún depravado… Y nadie está pervertido.
– Yo no entiendo nada de esas cosas…
– ¿De qué cosas?
– …
– ¿De qué cosas?
– No se burle… Yo no lo conozco a mi hijo.
– Su hijo… Su hijo es un muchacho triste… que no tiene las mismas inclinaciones sexuales que usted. ¿Mh?.. Aunque a esta altura no sé si tiene alguna inclinación sexual…. Está demasiado asustado para permitirse nada.
– ¿Asustado de qué?
– De ser distinto… Duele ser distinto, ¿sabe?”
El recorrido por los homenajes recientes a La tregua nos conduce a una última estación: la entrevista que Felipe Pigna le hizo a Renán en octubre de 2011 para el ciclo televisivo ¿Qué es de tu vida?. En los primeros nueve minutos de este fragmento también disponible en YouTube, el músico y realizador cuenta distintas anécdotas relativas a la realización del largometraje y a los entretelones de la entrega de los Oscar: la resistencia de los primeros productores en elegir a Alterio y a Ana María Picchio para los roles protagónicos, el doblaje a último momento de la voz de China Zorrilla por Edda Díaz, la presentación informal ante los demás directores nominados en Hollywood.
En aquella oportunidad, Renán no dijo lo que le había confiado a Feinmann siete años antes. Si lo hubiera hecho, habría sido interesante preguntarle cómo habría adaptado a Benedetti desde una perspectiva signada por el desencanto.