Segun la publicidad del editor, este último libro del economista Harford viene a dejar sentada la reputación adquirida por su autor. Este pertenecería a una "nueva raza de economistas" identificados con las preocupaciones de la gente. Y está claro que así es. Este autor lleva una columna de respuestas al lector, en un periódico británico, donde se ocupa de poner la racionalidad supuesta de la disciplina de Keynes y Galbraith al servicio de las preocupaciones cotidianas.
Y quien sabe si no será en esas cosas cotidianas donde hallen su nicho más apropiado los estudiosos de la llamada "ciencia" económica, con esa capacidad descriptiva tan maravillosa acerca de cosas que ya han ocurrido. Da gusto ver lo didácticos que se ponen algunos de estos popes al explicarnos como ha sobrevenido una crisis económica bestial (800.000 españoles al paro en 2009) por la sencilla razón de que no podía ser de otra manera.
¿Y porque no decían nada antes? Porque se queda genial explicando las cosas a posteriori, dado que así no hay posibilidad de equivocarse. Lo que no se entiende es como, en unas sociedades que buscan la máxima eficiencia, aún siguen manteniendo su puesto como catedráticos en las universidades, dado su nefasto papel como augures. De hecho, hoy en día, el arte de la supervivencia gremial consiste, en buena parte, en convencer de lo necesario que eres...
Quizá continúan alimentándose de la puchera porque, dependiendo de sus tendencias políticas, acostumbran a secundar a los gobiernos de turno, revistiendo de palabrería pomposa y pretendido aval científico lo que no son mas que empeños ideológicos y corporativos.
O porque algunas de sus matemáticas, aunque inútiles para los macrocolectivos, léase países, son eficaces para la gestión empresarial y por lo tanto resultan útiles para los diversos buitres y tiburones financieros que poseen las compañías.
Han tenido tal éxito promocionándose estos predictores -por otra parte calamitosos- que pensamos que tiene sentido preguntarles cositas tales como el reparto de las herencias a nuestros hijos y hasta -pasmémonos- las elecciones de pareja.
Estas son las estupideces que le preguntan a Tim Harford. Y como no, el las responde, revestido con la aureola de santón de la teoría de la elección racional. Porque siempre elegimos racionalmente aunque no lo sepamos. Si no lo sabemos, ellos se reafirman en definirnos principalmente como homo oeconomicus, ale, que tiene bemoles. Por lo visto, esta es una especie de homínido derivado del sapiens y que, cuando este cazaba y pintaba cuevas, el ya se dedicaba a contar con su ábaco y sus piedritas las ganancias acumuladas en su choza.
Lo malo es que, las disciplinas parasitarias de la ciencia, tales como la Economía, se han especializado en elaborar discursos autojustificativos, con una verborrea impactante, capaces de dar cuenta tanto de un acierto como de una cagada diagnóstica. ¿Acaso no es chocante que los economistas de salón como Harford dispongan de respuestas para todo? ¿No presentan una sospechosa cercanía con Elena Francis?.
Un saludo, pero sin calculadora.