Una introducción necesaria: En breve se sucederán los actos por el bicentenario del nacimiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda. En Cuba, la isla donde nació la poetisa1, afortunadamente, se ha creado una comisión con tal motivo. En España mientras, las cosas van a menos, y no solo por la crisis económica, sino por el desinterés que hacia la escritora se ha mostrado en las últimas dos décadas. Eso sí, sabemos que determinadas Instituciones de altísimo prestigio aprovecharán el impulso para hacerse valer (aún más) y enmendar, de alguna manera, deudas nunca resueltas de tiempos pasados. El blog La divina Tula, así como también la “Asociación Cultural y Literaria La Avellaneda” (ACLA), fundada en 2009 por la también poetisa y periodista Edith Checa en la ciudad de Sevilla, por el contrario, no se acuerdan de Santa Bárbara únicamente cuando truena. Desde dos mil once, año de la aparición en la Internet del blog, se dedicó especial atención al rescate de la figura y su obra, reclamando mayor atención y mejor trato por parte de las Instituciones que habían dejado de lado a tan prestigioso personaje, las mismas que se apresuran a recordarle en breve de manera tan ‘aprovechada’. Otro tanto ha hecho la ACLA desde su fundación, cuyos miembros han custodiado los restos mortales de la poetisa que descansan en el cementerio de San Fernando, y que cada año, entre otras actividades, le brindan un merecido homenaje a su figura. Para nosotros los actos por el bicentenario se convierten en momento de obligado recuerdo con el objetivo de perpetuar su memoria en el tiempo. Así lo hemos creído siempre y lo llevaremos a cabo de manera encomiable con nuestros modestísimos recurso. Una ilustre mujer inexplicablemente relegada a planos muy inferiores a su verdadera categoría como poetisa, dramaturga y escritora de primerísima línea, “la más grande de los tiempos modernos”, según palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo2 no pasará inadvertida en el año de su bicentenario. No lo vamos a permitir. I parte: Rescatar de la prolongada distracción a tan admirable y sorprendente personaje de la historia y la literatura no es tarea tan factible como pudiera pensarse en un principio. A Gertrudis Gómez de Avellaneda se le ha interpretado y especialmente cuestionado hasta la saciedad como a pocos en la última centuria. En algunos casos, desgraciadamente, se le ha tratado como a cualquier peón del ajedrez literario, cuando en realidad ella fue la reina y el rey (juntos) de ese tablero decimonónico. En este trabajo, que daré por entregas a partir de hoy, no pretendo rehacer la biografía de la esclarecida poetisa porque otras manos (mucho más doctas que las mías) lo hicieron con una encomiable maestría hace bastante tiempo: Juan Varela, Emilio Cotarelo Mori, Marcelino Menéndez y Pelayo y José Zorrilla por citar algunos de los más brillantes ejemplos. Pero eso sí, voy a centrar mi atención y observación personal en un momento crucial en la vida de la escritora, aquel que según mi opinión, marcó definitivamente su existencia futura. Se trata de una etapa que no está suficiente y profundamente estudiada por algunos de sus biógrafos y estudiosos, incluyendo a sus contemporáneos. Durante los últimos tres o cuatro años he dedicado mis mayores esfuerzos al minucioso estudio del personaje y su obra, hurgando en bibliotecas y otros prestigiosos archivos alrededor del mundo. El resultado de mis investigaciones ha sido bastante sorprendente pues al comparar lo publicado hasta ahora (aquello que ha estado a mi alcance, que no es poco) y lo que he investigado, existen lagunas e imprecisiones varias que necesitan ser corregidas de inmediato. Determinados sucesos que nos han presentado los investigadores a lo largo de la ultima centuria están colmados de inexactitudes y equívocos porque en primer término es posible que la propia Gertrudis Gómez de Avellaneda y algunos de sus más fieles ‘adoradores’ contemporáneos lo creyeran oportuno por motivos dispares que pudieran beneficiarle en el plano personal y privado, y hasta en el político y gubernamental. Y en segundo lugar porque la biografía del personaje ha sido bastante distorsionada a lo largo de los años. La autobiografía de la escritora (…) ha sido sometida a diversas manipulaciones. En primer lugar, no es el texto escrito en 1839, y dado a conocer por Lorenzo Cruz de Fuentes en 1907, el único autobiográfico (…), aunque sí el más difundido y aquel sobre el que se han basado buena parte de las interpretaciones tanto de la biografía como de la obra de Avellaneda. La edición del citado texto afianza una interesada imagen de la escritora que ha pesado irremisiblemente sobre la interpretación en torno a ella; versiones posteriores de dicho escrito han tendido a prolongar esta manipulación primera3 La autoría de la cita antepuesta corresponde a Ángeles Ezama Gil, profesora de la Universidad de Zaragoza, palabras que dejó plasmadas en su interesante ensayo Un siglo de manipulación e invención en torno a su autobiografía (1907-2007) Y yo, no solamente estoy de acuerdo con la profesora, sino que me he apoyado en su tesis como punto de partida para mis investigaciones iniciales. El periodo que me propongo analizar durante las siguientes entregas es el comprendido entre los años 1840 y 1846, ciclo lleno de glorias y alabanzas, pero también colmado de habladurías, disgustos, dolores y hasta de infernales sufrimientos que progresivamente iré analizando entrega a entrega. Como es sobradamente conocido, en noviembre de 1840 llega la novel escritora a Madrid en compañía de su hermano Manuel (su sombra y bastón necesarios) el cual le acompañará a casi todo los lugares hasta el fin de sus días. Tres meses antes los hermanos habían recibido parte de la herencia que les correspondía por la venta de unos aquilatados viñedos en Constantina de la Sierra. Igualmente estaban en posesión ¡por fin! de una importante fortuna dineraria que hasta ese momento les había sido vetada y que controlaba, por infame ley impuesta, D. Isidoro Escalada, el execrable e ignominioso padrastro de ambos. Lo primero que hace Tula nada más llegar a la capital del reino, imponiéndose al posible criterio de su hermano Manuel, es alquilar una costosísima vivienda en la calle Clavel, exactamente en el número tres. Y no por casualidad escogió aquella casa para iniciar su andadura madrileña. En 1840 se ubicaba allí un antiguo y suntuoso palacete que había sido propiedad del mismísimo José Bonaparte (el francés rey intruso, hermano de Napoleón Bonaparte). José I de España, como el mismo hizo llamarse, había sido amante de la bellísima condesa de Jaruco, Teresa Montalvo, cubana de nacimiento como la Avellaneda. La Montalvo, viuda del adinerado conde de Jaruco y sobrina de Gonzalo O’Farril (Ministro de Guerra de José I de España) era la madre de la que sería su gran amiga tan solo dos años después: la famosa condesa de Merlín (autora de Viaje a La Habana, obra que Gertrudis Gómez de Avellaneda prologara de manera exquisita en el período que se analiza). Tula sabía, por comentarios y habladurías escuchadas en los salones de su casa en Puerto Príncipe (hoy Camagüey) que en aquel palacete madrileño se habían realizado suntuosas soirees, así como multiformes y abigarradas tertulias. Pero lo que más llamaba la atención de la joven escritora era el conocer que los restos mortales de la afamada condesa, fallecida treinta años antes de la fecha que nos ocupa, reposaran bajo el gigantesco olmo que se imponía en el jardín de aquella señorial mansión4. Puede ser que Tula, en su exacerbado y extremo romanticismo, necesitara respirar, y quién sabe si revivir, aquellos extravagantes ambientes y sucesos de épocas pasadas que iluminasen, aún más, su inspirado numen… Así de romántica, la recibió aquel Madrid, la ciudad que muy pronto se rendiría a sus pies por su belleza, portento y agudeza extrema. Continuará… Manuel Lorenzo Abdala http://www.ladivinatula.blogspot.com (1) Me referiré siempre a Gertrudis Gómez de Avellaneda como poetisa, porque además de ser poeta (persona que compone obras poéticas y que está facultada para ello), la Avellaneda era mujer poeta, o sea: poetisa. (2) Menéndez y Pelayo, Marcelino. Historia de la poesía Hispano-Americana, tomo I. Madrid, 1911 (3) Gertrudis Gómez de Avellaneda: Un siglo de manipulación e invención en torno a su autobiografía (1907-2007) Ángeles Ezama Gil. VOL. 6, NUM. 2, verano 2009 (4) Los tristes amores del rey intruso, (La sepultura de la condesa de Jaruco). Juan Fuertes Montalbán. ABC, 22 de marzo de 1962. Página 39