Es el caso de este año, con la concesión del Premio Nobel a la activista iraquí Nadia Murad y al ginecólogo congoleño Denis Mukwege, ambos unidos en la lucha contra la violencia sexual como arma de guerra. La primera, tras vivir veinte meses de esclavitud por los yihadistas y lograr huir de de las violaciones a las que fue sometida, vive ahora en Alemania pero continúa denunciando que la minoría yazidi, considerados herejes por los islamistas radicales, viene sufriendo una persecución atroz, especialmente en el caso de las mujeres, de las que ella misma denuncia que más de 3.000 permanecen desaparecidas. El segundo tuvo que huir de Lemera, en la República Democrática del Congo, tras vivir el asesinato de más de 35 pacientes en el hospital que dirigía, a manos de un grupo armado. Y finalmente se ha convertido en el ginecólogo que, junto a su equipo de médicos, ha atendido a más de 50.000 mujeres víctimas de la violencia sexual, cuyo trabajo fue reflejado el año pasado en el documental Congo, un médécin pour sauver les femmes (Angèle Diabang, 2017).
En su discurso en el Ayuntamiento de Oslo, Denis Mukwege hacía referencia a los teléfonos móviles que portaban los asistentes, todos ellos necesitados del cobalto que en buena parte se extrae en las minas del Congo, y que en vez de producir riqueza para el país, ha provocado guerras y luchas por el poder. Noruega es un ejemplo de cómo la extracción de una fuente natural, en este caso, el petróleo, puede generar riqueza. Pero Noruega no es un país africano, donde la opresión provocada en buena parte por los propios países occidentales, genera pobreza en vez de riqueza. O al menos solo genera riqueza para unos pocos. Que el Premio Nobel de la Paz sea el único que se entrega por el Parlamento noruego tiene una explicación difusa. El instaurador de los premios, el científico sueco Alfred Nobel, inventor de la dinamita, decidió esta circunstancia en su testamento, y realmente nunca explicó por qué cinco de los premios se entregaban en Suecia y uno de ellos en Noruega. Ciertamente, en su época Suecia y Noruega estaban unidos, y era el Parlamento noruego el que se encargaba de la política interior, por lo que pudiera pensarse que estaría menos sujeto a influencias externas. En todo caso, desde 1901 el Nobel de la Paz se entrega en Oslo, habiendo tenido varias sedes a lo largo de los años, como la Universidad, pero actualmente tiene como escenario de la ceremonia el Ayuntamiento de la ciudad.Protocolaria es la ceremonia de entrega del Premio Nobel de La Paz en el Ayuntamiento de Oslo, con la presencia de la familia real noruega. El acto, entre discursos y algunos números musicales, que este año incluyeron la actuación de la cantante sueca Ane Brun, que interpretó el tema "Horizons" escrito por el norteamericano Dustin O'Halloran para la banda sonora de la película Puzzle (Marc Turtletaub, 2018), es una especie de encuentro pomposo que tiene como principal interés los discursos que desarrollan los premiados. Y en este caso ambos hicieron hincapié en la necesidad de establecer un protocolo real de denuncia de las atrocidades que se cometen en países como Iraq y Congo, en los que la utilización de las mujeres como objeto sexual es un hecho que difícilmente puede solaparse. Aunque ciertamente los esfuerzos que hace Naciones Unidas son tan inútiles como casi todo lo que proviene de una institución que funciona más sobre el papel que en la práctica. En el acto destacó, desde el punto de vista mediático, la presencia de la abogada y activista Amal Clooney, esposa del actor George Clooney, que ha sido en buena parte el principal apoyo internacional de Nadia Murad para su denuncia en contra del Daesh.
En Oslo, el mismo día que se entrega el Premio Nobel de La Paz, tiene lugar por la tarde una concentración que recorre la calle principal, Karl Johanns Gate, hasta el Grand Hotel, donde se alojan los galardonados. Se denomina el Desfile de Antorchas, porque es un encuentro en el que los ciudadanos realizan este recorrido con antorchas encendidas, como homenaje al premiado o premiados de ese año, y se acaban concentrando a las puertas del Grand Hotel, a cuyo balcón se asoman los galardonados para saludar. Es un acto sencillo, pero especialmente emotivo.
De forma paralela a los actos de entrega del Premio Nobel de La Paz, el Nobel Peace Prize Forum, que organizan la Universidad y el Ayuntamiento de Oslo, celebra una serie de conferencias y paneles de discusión en torno a temas relevantes para la comunidad internacional. Este año, el Forum acogió la visita de uno de los premiados con el Nobel, el ex-vicepresidente de los Estados Unidos Al Gore, activista contra el cambio climático, que recibió el Premio Nobel en 2007. No deja de ser curioso que se hable sobre las consecuencias del cambio climático en un país como Noruega, que aún vive de las extracciones de petróleo, siendo la quema de combustibles fósiles una de las mayores causantes de la destrucción de la capa de ozono.Noruega suele tener estos contrastes: mientras invierten y se vanaglorian de tener una amplia flota de coches eléctricos, siguen amparándose en el fallo positivo de los tribunales noruegos para continuar realizando perforaciones en el Mar de Barents, en pleno Círculo Polar Ártico, para las que el gobierno noruego concedió 10 licencias a compañías petrolíferas, lo que provocó una denuncia ante la justicia por parte de de Greenpeace. Pero a principios de 2018 los tribunales noruegos le dieron la razón al gobierno, así que Noruega puede seguir esquilmando las aguas del tan sensible Ártico para seguir sacando beneficio de una industria que se les está acabando. Ante esta circunstancia, por supuesto, ni Al Gore ni ninguno de los invitados al Nobel Peace Prize Forum, hicieron referencia alguna. Porque, ante todo, hay que ser educados con los anfitriones, aunque eso nos cueste el futuro del planeta. Son las contradicciones de la sociedad occidental.