Por ejemplo, en las páginas 36-37, se lee “… y da la sensación que les cosquillean el cerebro…”, es decir, un clásico caso de queísmo, vicio de redacción tan feo como el dequeísmo. Para evita caer en lo uno se cae en lo otro. Ayyyy…
En la página 55, otro fallo inexplicable: “… solo un epitafio gravado en el árbol.” Obviamente, el epitafio debería estar grabado, del verbo grabar, que es hacer una incisión, labrar letras o figuras en una superficie. No gravar, que es imponer o cargar algo sobre algo o alguien. Hay más, hay más. Página 87: “Su voz recuerda a los gritos que pudiera dar una avestruz…”.Y mira lo que dice el DPD: "avestruz. ‘Ave corredora de gran tamaño’. Es voz masculina: «Me acordé de Óscar, el pequeño avestruz de peluche que mi padre me regaló» (Montero Tú [Cuba 1995]). Por influjo del género de la palabra ave, se comete a menudo el error de usarla en femenino: la avestruz."
Voy a terminar con un ejemplo de sintaxis rarita que hace bizquear y preguntarse en qué idioma está escrita la oración. Está en la página 91: “Aunque me hubiera encantado hacerle ni que fuera un poquito de miedo…”
Y que yo termine con este ejemplo no significa que no haya más errores en el libro, sino que me da corte seguir.
No obstante, hay que decir a favor de la editorial (Reservoir Books), que en La alargada sombra del amor, solo hay un fallo. No debería haber ninguno, por supuesto, pero después de lo visto, se agradece que solo confundan 'arroyo' con 'arrollo':
Qué pena que una editorial ponga tan poco cuidado en la elaboración y promoción de sus productos. Y qué pena que el lector tenga que ver entorpecido de este modo el disfrute de unas historias tan bellas, graciosas y conmovedoras como las que cuenta Mathias Malzieu.