Alejandro González Iñárritu comenzó su carrera con una prometedora carta de presentación, Amores perros. A partir de ahí un halo de pretenciosidad se adueñó de su cine. Los guiones de Guillermo Arriaga para 21 gramos y Babel se arrogaban el derecho de narrar la historia definitiva sobre el alma o la incomunicación humana desde una supuesta posición de superioridad intelectual frente al espectador. Especialmente sangrante resulta el caso de la primera en la que una historia potencialmente interesante se ve malograda por un montaje confuso en su arbitrariedad, alterando el orden lógico de la narración sin un criterio concreto, simplemente con el objetivo de epatar al espectador para ocultar defectos del libreto. Cuando el montaje acronológico tiene una razón de ser (Sospechosos habituales, Pulp fiction) resulta maravilloso.
En Biutiful, ya sin la colaboración de Arriaga (rota por un agrio conflicto de egos), el cine de Iñárritu comenzó a experimentar un salto cualitativo, al tiempo que su narrativa se tornaba más convencional. Birdman se ha convertido en la linealidad total, en el reverso luminoso de 21 gramos. El montaje desaparece ya que está concebida como un interminable plano secuencia, al estilo de La soga de Hitchcock. Se trata de un arriesgado ejercicio de estilo que, gracias a la temeridad y la pericia de un director de fotografía obsesionado con esta forma de rodar, Emmanuel Lubezki (espectacular inicio el de Gravity), y a la magia de la posproducción (que ha dado apariencia de continuidad allí donde acababan las tomas) rezuma elegancia y aporta verdad a una historia mucho más terrenal que los ampulosos trabajos realizados junto a su anterior guionista.
Michael Keaton es Riggan Thomson, una estrella de Hollywood venida a menos, cuyo éxito interpretando al superhéroe Birdman queda ya tan atrás en el tiempo que intenta redimirse (y demostrar que por encima de todo es un actor más que una celebridad) financiando, dirigiendo y protagonizando su propia obra de teatro en Broadway. El conflicto interior entre algo que lo eleve y lo prestigie, como un arriesgado Raymond Carver al calor de las tablas, y su regreso a la notoriedad, gracias a un hipotético “Birdman vuelve”, narrado en tono de comedia satírica tirando a negra por un González Iñárritu inédito, es el motor que mueve la maquinaria que se despliega por cada uno de los recovecos del St. James Theatre como si fuese el cerebro del actor. El juego con el espectador gracias al indudable paralelismo con el Batman de Keaton es uno más de los incontables guiños que jalonan el filme.
La riqueza del guión, con Macbeth en mente jugueteando con el metalenguaje, reflexiona sobre la creación artística y la necesidad de cada cual de sentirse respetado dentro de su profesión y de ser querido, e incluso amado, por los que le rodean, de aportar algo por lo que merezca la pena ser recordado. Este trabajo nos ha reconciliado con un realizador que ha sabido volver a poner los pies en la tierra y nos ha ofrecido excelentes interpretaciones de un elenco insuperable.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright de las imágenes © New Regency Pictures, M Prods. Cortesía de Hispano Fox Film. Reservados todos los derechos.
Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)
Director: Alejandro González Iñárritu
Guión: Alejandro González Iñárritu, Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo
Intérpretes: Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Música: Antonio Sánchez
Duración: 119 min
Estados Unidos, 2014