Llevo siglos intentando que esta ecuación penetre definitivamente en la mente de todos mis lectores. Un periodista es un encantador de serpientes o, si ustedes lo prefieren, un buen trilero, quiero decir que se dedica a engañar a la gente sistemáticamente y la primera de sus trilerías, el primero de sus engaños, es habernos convencido de que ellos, los periodistas, dicen alguna vez la verdad.Y esto me recuerda la acusación que los trileros del chat de Saco me hacen a mí cada vez que pueden: yo, que ejercí mi profesión jurídica ante los tribunales, fui, soy, un colaborador con la justicia de Franco.¿Puede un periodista actuar de otra forma, puede enfrentarse a su empresa y decir la verdad?Es evidente que no porque, en ese mismo instante en que contara la verdad en contra de los intereses de su empresa iría, a la puta calle.Cuando hay un periodista que, de vez en cuando, dice una verdad, su empresa, sus empresas actúan convenientemente para que acabe en la calle. El ejemplo más reciente es Iñaqui Gabilondo, al que han ido desplazando poco a poco hasta que se ha caído por la esquina de la realidad mediática, ahora, como el coronel de Gabo, no tiene dónde escribir.Y todo esto a propósito de la sociología. Decía el más inteligente de mis maestros, Foucault, que el poder lo domina todo, incluso la ciencia, que teóricamente pretende averiguar la verdad, pero que cuando encuentra una, una verdad que no conviene al poder, la desvirtúa.Porque el poder, señores, no está dispuesto a ceder ni un ápice porque éste podría ser el principio de su fin.Pero ¿qué es la sociología? Literalmente, sería el estudio de la sociedad, pero, para mí, que tengo la manía de simplificarlo todo, el estudio del manejo de las masas.Masa, extraordinaria palabra. En principio, masa es una cosa informe que yace ahí, a la espera de que algún demiurgo le dé forma, la conforme según los intereses de quien la maneja. O sea, para concluir, sociología es lo que hace Pedro Arriola, el sociólogo de cabecera del PP, que ocupa un pequeñísimo habitáculo de la sede del partido en la calle Génova.Los hombres realmente inteligentes huyen de la pompa y el esplendor y, si su labor es además absolutamente despreciable, no es que huyan de la luz es que se esconden de tal manera que son muy pocos los que conocen su existencia.Pedro Arriola es el tipo que le decía al sabelotodo Aznar lo que tenía que hacer y Aznar lo hacía. Pedro Arriola es el que le dice a Rajoy lo que tiene que hacer y Rajoy lo hace.El problema, todavía, no es exclusivamente Arriola, el problema, los problemas es que el mundo se ha llenado de pequeños arriolas que han ido ocupando esos pequeños y siniestros habitáculos de los grandes edificios desde los que se gobierna el mundo y, efectivamente, lo gobiernan.El primer arriola no se llamaba así sino Goebbels y era el ministro de prensa y propaganda de Hitler. O sea que el tipo era alemán y un alemán, ya se sabe, o no es alemán o es un puñetero científico. De modo que se empeñó en hacer de la propaganda, ellos, los canallas que la manejan se empeñan en llamarla “información”, una auténtica ciencia, o sea que se dedicó a descubrir y a establecer los principios de lo que, en adelante, sería la ciencia de la propaganda o sea de la desinformación que, ahora, nadie lo va a reconocer, pero es la puta verdad, se han impuesto definitivamente en todas las direcciones de los grandes medios de comunicación.Porque de lo que se trata, amigos míos, es de dominar el puñetero cotarro o sea el mundo. Y esto sólo lo pueden hacer los que tienen el poder, pero el poder, alguien, en una afortunada metáfora, lo describió como una especie de gas venenoso que tiende, como todos los gases, a ocupar totalmente el recipiente en el que se halla, no acaba nunca de actuar y todos los días intoxica a la población de este puñetero mundo desde los panfletos en los que se han convertido todos, absolutamente todos los medios de comunicación, prensa escrita, radio y televisión.Y la terrible pregunta es ¿cómo puede un pueblo, aquella masa informe de la que hablábamos al principio, saber la verdad, o sea qué es lo que, en cada momento de la vida que arrastra, está pasando realmente si no tiene otra manera de hacerlo que acudir a unos medios de comunicación, absolutamente prostituidos, que sirven descaradamente a sus amos, los supermultimillonarios que son únicamente los que pueden sostenerlos?(Continuará)
Llevo siglos intentando que esta ecuación penetre definitivamente en la mente de todos mis lectores. Un periodista es un encantador de serpientes o, si ustedes lo prefieren, un buen trilero, quiero decir que se dedica a engañar a la gente sistemáticamente y la primera de sus trilerías, el primero de sus engaños, es habernos convencido de que ellos, los periodistas, dicen alguna vez la verdad.Y esto me recuerda la acusación que los trileros del chat de Saco me hacen a mí cada vez que pueden: yo, que ejercí mi profesión jurídica ante los tribunales, fui, soy, un colaborador con la justicia de Franco.¿Puede un periodista actuar de otra forma, puede enfrentarse a su empresa y decir la verdad?Es evidente que no porque, en ese mismo instante en que contara la verdad en contra de los intereses de su empresa iría, a la puta calle.Cuando hay un periodista que, de vez en cuando, dice una verdad, su empresa, sus empresas actúan convenientemente para que acabe en la calle. El ejemplo más reciente es Iñaqui Gabilondo, al que han ido desplazando poco a poco hasta que se ha caído por la esquina de la realidad mediática, ahora, como el coronel de Gabo, no tiene dónde escribir.Y todo esto a propósito de la sociología. Decía el más inteligente de mis maestros, Foucault, que el poder lo domina todo, incluso la ciencia, que teóricamente pretende averiguar la verdad, pero que cuando encuentra una, una verdad que no conviene al poder, la desvirtúa.Porque el poder, señores, no está dispuesto a ceder ni un ápice porque éste podría ser el principio de su fin.Pero ¿qué es la sociología? Literalmente, sería el estudio de la sociedad, pero, para mí, que tengo la manía de simplificarlo todo, el estudio del manejo de las masas.Masa, extraordinaria palabra. En principio, masa es una cosa informe que yace ahí, a la espera de que algún demiurgo le dé forma, la conforme según los intereses de quien la maneja. O sea, para concluir, sociología es lo que hace Pedro Arriola, el sociólogo de cabecera del PP, que ocupa un pequeñísimo habitáculo de la sede del partido en la calle Génova.Los hombres realmente inteligentes huyen de la pompa y el esplendor y, si su labor es además absolutamente despreciable, no es que huyan de la luz es que se esconden de tal manera que son muy pocos los que conocen su existencia.Pedro Arriola es el tipo que le decía al sabelotodo Aznar lo que tenía que hacer y Aznar lo hacía. Pedro Arriola es el que le dice a Rajoy lo que tiene que hacer y Rajoy lo hace.El problema, todavía, no es exclusivamente Arriola, el problema, los problemas es que el mundo se ha llenado de pequeños arriolas que han ido ocupando esos pequeños y siniestros habitáculos de los grandes edificios desde los que se gobierna el mundo y, efectivamente, lo gobiernan.El primer arriola no se llamaba así sino Goebbels y era el ministro de prensa y propaganda de Hitler. O sea que el tipo era alemán y un alemán, ya se sabe, o no es alemán o es un puñetero científico. De modo que se empeñó en hacer de la propaganda, ellos, los canallas que la manejan se empeñan en llamarla “información”, una auténtica ciencia, o sea que se dedicó a descubrir y a establecer los principios de lo que, en adelante, sería la ciencia de la propaganda o sea de la desinformación que, ahora, nadie lo va a reconocer, pero es la puta verdad, se han impuesto definitivamente en todas las direcciones de los grandes medios de comunicación.Porque de lo que se trata, amigos míos, es de dominar el puñetero cotarro o sea el mundo. Y esto sólo lo pueden hacer los que tienen el poder, pero el poder, alguien, en una afortunada metáfora, lo describió como una especie de gas venenoso que tiende, como todos los gases, a ocupar totalmente el recipiente en el que se halla, no acaba nunca de actuar y todos los días intoxica a la población de este puñetero mundo desde los panfletos en los que se han convertido todos, absolutamente todos los medios de comunicación, prensa escrita, radio y televisión.Y la terrible pregunta es ¿cómo puede un pueblo, aquella masa informe de la que hablábamos al principio, saber la verdad, o sea qué es lo que, en cada momento de la vida que arrastra, está pasando realmente si no tiene otra manera de hacerlo que acudir a unos medios de comunicación, absolutamente prostituidos, que sirven descaradamente a sus amos, los supermultimillonarios que son únicamente los que pueden sostenerlos?(Continuará)