Y es que se la veía llegar. Su carrera como escritora, antigua devoción, toma el rumbo de la profesionalidad, como debe ser en autora de talento. Adentrarse en las procelosas aguas del océano editorial requiere valentía y fe. De las dos anda cumplida Montserrat Suáñez, pero si la primera es atributo que sólo depende de ella, la segunda es virtud compartida, que se apoya en tres pilares: a la fe en sí misma, que sin desaliento exhibe, hay que sumar la fe que los editores han puesto en ella, de manera expresa y con muy buen criterio; y la de los lectores que, a buen seguro, con sus antecedentes, no tardarán en demostrar, juzgando favorablemente la novela, cuya presentación en la Librería Central de Gijón, calle San Bernardo, 31, se celebrará el próximo día 18 de febrero.
Influida desde su juventud por los relatos de Alejandro Dumas, como ella misma ha dicho alguna vez, no es casual la época elegida ni la temática de su primera novela: una obra que fiel a la historia nos sumerge en las conspiraciones de personajes poderosos y sin escrúpulos protagonistas de la historia y de una novela, en la que nos descubre con técnica envidiable, pero amena, los hechos históricos presentados por personajes reales la mayoría y de ficción otros, pero sin merma del rigor exigible en una novela histórica.
Porque siendo la obra novela, es también libro de historia y también retrato psicológico. Narración y descripción. Una equilibrada armonía donde los hechos y la ficción se entremezclan, mientras una mirada observadora nos describe con todo detalle el lujo en el que se mueven los personajes: los vestidos de las damas, los trajes de los caballeros, sus palacios, el mobiliario que los adorna, nada queda fuera de la mirada escrutadora de la autora; tampoco la esencia de los propios personajes: su alma, más no desde la pedantería de quienes elucubran ─y aburren─ con su trascendencia, sino mostrándonos la ambición, el ansia de poder, los celos, la crueldad; y los anhelos, las pasiones, la ternura y la amistad, a veces con la tensión que los hechos exigen, otras, muchas, con fino humor que sin hacerla comedia, desdramatiza acontecimientos solemnes.
Y advierto una aspiración muy estimable en una circunstancia. Es corriente en el infinito firmamento literario actual, en el que tantas mujeres escritoras hay, y cuyos libros suelen ser perfectamente identificables, que las escritoras no sean capaces, aun deseándolo, de ocultar su género. Que sea esta novela una obra en la que si en su portada no figurara nombre alguno, fuéramos incapaces de descubrirlo es asunto destacable. Que el protagonista sea un hombre, hecho de por sí poco habitual en la literatura escrita por mujeres, es especialmente meritorio, por cuanto rompe el sentido feminista de la literatura escrita por mujeres.
La novela, no lo he dicho aún, está ambientada en una época muy concreta: la que transcurre entre finales de 1570, con la boda de Carlos IX con Isabel de Austria, y las vísperas de la matanza de San Bartolomé, en el verano de 1572. De esta masacre, quizás comienzo de una futura obra de la autora, hay un cuadro de François Dubois, el único que al parecer se conserva de este pintor, expuesto en el museo de Lausana, en el que, con toda claridad, se ve al almirante Gaspar de Coligny cabeza abajo, siendo arrojado desde una ventana, causa de aquella sangrienta jornada; a la reina madre, Catalina de Médicis, a las puertas del Louvre, observando las víctimas de la matanza que ella misma ha provocado; y, aunque con menor claridad, hay quien ha querido ver también al rey de los franceses, al católico Carlos IX, arcabuceando desde una ventana del Louvre a los hugonotes, aquellos protestantes fanáticos, que con los católicos igualmente intransigentes, sumieron a Francia en constantes luchas de religión, que condicionaron el devenir de la Nación: sus campañas militares, sus tratos con otras potencias, su políticas matrimoniales. Aunque hoy los historiadores dudan de la veracidad de esa última escena, pues argumentan que durante la matanza del día de San Bartolomé dicha ventana no existía en realidad, lo cierto es que existiera o no, sí refleja el carácter impulsivo y colérico del rey de los franceses, como también la actitud indolente de la reina madre ante cualquier sufrimiento que se oponga a sus intereses primero, o a los de sus hijos después. Hay en la novela otros personajes reales: el duque de Anjou, Isabel de Inglaterra…, perfectamente retratados; y ficticios, que dan consistencia al argumento de una novela, obra literaria, sin duda.
En fin, no creo errar si señalo que al placer que a los lectores de “La corte del diablo” supone leer la novela, le precedió la satisfacción que su autora, Montserrat Suáñez, obtuvo al escribirlo, porque no fue un trabajo para ella hacerlo. Suerte para sus lectores su decisión de compartirlo.
Recuerden,