La obra de Andrés está llena de esos ahoras, y "Una vez Argentina" no es la excepción. En esta novela consigue ponerse en la piel de sus antepasados y narrarnos las memorias familiares como si fuera cada uno de esos personajes quizá con el deseo de convencernos de que ellos están aquí y ahora.
Esta forma de eternizar instantes y de volver necesaria cada palabra -necesaria para el texto y para nosotros que leemos-, es un rasgo auténtico e indivisible de la forma en la que Andrés se acerca a la escritura. Y pienso que es gracias a esta condición que él puede conseguir que este texto publicado por primera vez hace 12 años vuelva a ser presente. Oralidad en la escritura Otra cosa fundamental en esta novela es la oralidad que la atraviesa. La que se halla presente en las anécdotas que en ella se cuentan y también en los diálogos; pero más aún en la forma de revisar la propia memoria: un diálogo constante del narrador consigo mismo, con su pasado y con el pasado de sus ancestros. Una forma exquisita de construir la memoria familiar.
Sí, la oralidad es sin duda protagonista porque toda la ficción presente en este libro se construye a través de las historias que Andrés ha escuchado desde chico y de las que le deja escritas su abuela Blanca en sus cartas.
Hay también una grabación en la que se cuela la voz de un Andrés titubeante (me cuesta creer que fuese tímido) y niñísimo, a quien su padre le pide que diga algo y cuya primera palabra posible es "Árbol". Sugerente y paradójico si se tiene en cuenta ese recuerdo con su abuelo, que vendría muchos años más tarde y que reincidiría de forma casi obsesiva en su escritura. Más aún si se tienen en cuenta las características de esta novela, escrita mucho después de aquel recuerdo, lejísimos de esa voz y que reconstruye el árbol genealógico de su familia. Lenguaje extranjero-propio El tercer elemento a resaltar es el lenguaje, que atraviesa estas páginas (¿debería decir, las sostiene?). Ese idioma extranjero que se va moldeando hasta convertirse en la lengua materna; y después, esa lengua materna que deviene extranjera.
El lenguaje de los ancestros que va mutando y que vuelve a transformarse con la propia extranjería del narrador. Y es a través de ese lenguaje que vamos conociendo y amando a cada uno de los personajes de la historia. Cito a algunos de ellos:
- Una bisabuela lituana que se fue yendo lentamente desconociendo el mundo y las palabras argentinas para despedirse en su propia lengua. (Quizá contemplando una vaga ilusión de volver a ser niña y de tener toda la vida por delante).
- Un abuelo que tocaba el violín en el poco tiempo libre que le quedaba. Apasionado por esas cuatro cuerdas con la entrega que sólo consiguen despertar los grandes amores.
- Una abuela que escribió las palabras más dignas que Andrés dice haber leído, con sus manos reumáticas que continúan haciendo música.
- Una madre con voz de cuatro cuerdas. Me pregunto si Neuman se refiere a las cuerdas vocales, a las del violín o a su capacidad y fortaleza de sostener a sus cuatro cuerdas humanas (ella, Victor, Andrés y Diego).
- Un padre que se negó a festejar un mundial amañado y espejo de los gritos y dolores silenciados por un sistema corrupto y asesino (¡Te aplaudo, Victor!) porque le interesaba el país más que no le interesaba el fútbol.
- Un hermano pequeño que pedía a gritos 'entrar afuera', cuando todavía ignoraba que ese afuera sería el único suelo posible de habitar.
- Un Andrés bebé que no llora y que mira a todos lados queriendo asirse a las cosas. Niño que descubre que la literatura puede ser un fabuloso punto de fuga para las pulsiones más intensas. Joven que encuentra en el lenguaje una forma de repensarse y reconstruir su historia; de trazar a través de la ficción las vértebras del árbol genealógico de su familia. Un árbol que termina pareciéndose al que plantó con su abuelo en Monte Grande.