Presuntuoso “nosotros/as”.

Publicado el 08 noviembre 2013 por Sandy Lilian A. @san_lilan_
Hoy, por enésima vez, fui consciente del problema generacional que vive España. Fui y soy consciente de que nuestros/as abuelos/as se multiplican a cada segundo, de que estamos teniendo problemas con las pensiones, con las personas sin techo, con el desempleo si llegas a la cincuentena… Hoy, un abuelo me cogió de la mano a la salida de una boca de metro y con mirada suplicante me pedía algo de comer, tenía los ojos empañados en unas lágrimas ya sin fuerzas para convertirse en agua rodando por sus mejillas, unos ojos cristalizados por los múltiples inviernos sin un abrazo cálido; el anciano me decía que llevaba 3 días sin comer y que tenía dolor de tripa; tenía las manos agarrotadas por una ausencia de dignidad tan dilatada por los desprecios que poco le importaba ya si yo le respondía con una bofetada o con un trozo de pan… Desconozco la escala de valor de cada ser humano en el terreno de la generosidad, la empatía o la misericordia (sé que el significado de la última palabra escasea en el vocabulario coloquial) pero fui incapaz de decirle al hombre que tenía prisa, que no tenía dinero, que me soltara… A cambio, me senté con él en una banca y me contó su historia mientras compartíamos unas patatas fritas (soy estudiante, no tenía presupuesto para más). Me di cuenta de que no es sólo culpa de los/as políticos/as avariciosos/as, los/as empresarios/asegoístas o el Estado que vela por la seguridad de la masa y no del individuo; está en la calle por culpa de unos/as hijos/as ingratos/as, codiciosos/as y unos/as nietos/as desconocedores de la suerte de su abuelo. Entonces comprendí que la desgracia humana, en un pequeño porcentaje, depende de agentes externos o ajenos a nosotros/as mismos/as que la destrucción de la raza humana dotada de valores está, en realidad, en nuestro interior, en nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos expresados en miradas por encima del hombro, en gestos de desdén y poco tacto, somos incapaces de mirar a los ojos a la gente que, en nuestro equivocado prejuicio, está por debajo de nosotros/as; nuestro fin no está en la educación y la sanidad privada, está en la pérdida de la fe, de la meta única del ser humano pactada en algo tan sencillo como ser feliz y moldear la realidad a nuestro antojo siempre planteada como un bienestar palpable.
Perdimos el norte, se rompió nuestro GPS y no nos damos cuenta de que vagamos presos de la inconsciencia, de la enajenación del “yo” y del “tú” decorado con un falso “nosotros/as”.