Una de las formas más habituales para definir un presupuesto anual es coger lo que hemos gastado el año anterior y realizar ligeras variaciones partida por partida. De esta manera de trabajar se deriva también la clásica manera de reducir un presupuesto: recortar un determinado tanto por ciento todas las partidas. Sin embargo, si seguimos el Principio de Pareto, lo mejor sería hacer hincapié en las partidas más importantes del presupuesto, ya que con ello conseguiremos un efecto superior.
No obstante, previamente a este tipo de revisión es imprescindible que efectuemos otro análisis, que no suele realizarse ni siquiera en el ámbito empresarial. Se trata del llamado «presupuesto base cero», que consiste en tener que justificar todas y cada una de las partidas, partiendo de cero. Es decir, no nos limitaremos a estudiar si se puede reducir el importe dedicado a un apartado, sino que nos plantearemos la necesidad de destinar dinero a esa cuestión. En definitiva, lo primero que nos tenemos que cuestionar no es cuánto podemos gastar en un producto, sino si realmente lo necesitamos.
Este tipo de planteamiento nos obliga a utilizar nuestra capacidad de elección de forma racional: por una parte, tendremos que desviarnos del camino «fácil», que es gastar, y controlar nuestros impulsos, utilizando nuestra inteligencia emocional («no gastar» es casi siempre una opción). Por otro lado, debemos pensar en otras posibilidades.
A estos efectos, es interesante tener en cuenta estos dos conceptos:
Productos sustitutivos: aquellos que pueden ser utilizados en lugar de otros, como la mantequilla y la margarina, o los automóviles y el transporte público.
Coste de oportunidad: el coste de no haber elegido la mejor alternativa. Por ejemplo, si guardamos nuestro dinero en casa, tenemos un coste de oportunidad por no tenerlo invertido en un depósito bancario.
En la práctica, no siempre seremos capaces de eliminar sin más el gasto, pero sí que generaremos otras alternativas con un coste inferior. Por ejemplo, en vez de plantearnos reducir el gasto en combustible, podríamos reflexionar sobre si realmente necesitamos tener un coche. Pero esa opción quizás nos obligase a usar algún otro medio de transporte, que implicaría un coste (aunque quizás inferior al de poseer un automóvil).
En otro caso, alguien podría estar buscando tarifas más baratas para sus conexiones a Internet a través del móvil; pero analizándolo desde este enfoque, puede descubrir que casi todo su tiempo dispone de redes wifi a las que conectarse de manera gratuita y que por lo tanto, no necesita gastar en ese concepto.
¿Y TÚ, QUÉ OPINAS?
Pablo Rodríguez es economista.
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