Pretérito imperfecto

Publicado el 24 agosto 2013 por Rubencastillo

El autor de este generoso tomo (generoso por su volumen de 543 páginas, aunque sólo es un adelanto de sus Memorias Completas, y también por su profundidad), el psiquiatra Carlos Castilla del Pino, nos advierte en sus primeras páginas que su tío Antonio estuvo más de treinta años sin querer salir de una habitación, y que su prima Dolores era catatónica. Con este bagaje, no es raro que nuestro hombre eligiese la profesión que luego desempeñó, y que lo ha convertido en una figura puntera.Definiéndose desde su juventud como monárquico, antimilitarista y anticlerical, Carlos Castilla del Pino tuvo que enfrentarse a una época difícil (que comprende la república, la guerra civil y la dictadura), en la que dominaban otros vientos distintos al suyo, y en la que era necesario defenderse de las asechanzas externas con la bandera de la honestidad y del rigor. A bordo del navío de este colosal Pretérito imperfecto, que tiene por estandarte el amor a la verdad, Castilla del Pino nos va revelando todos esos detalles y nos va conduciendo a lo largo de su vida, mostrándonos pormenores asombrosos de la misma (por ejemplo, que asistió a su primera autopsia cuando apenas contaba doce años, y que la soportó con entereza y buen estómago), e incluso experiencias sumamente dolorosas (como cuando refiere el fusilamiento de cierto pariente suyo, en un párrafo que es digno de recordarse: “Mi tío Miguel yacía de perfil, la cara sobre una losa de la acera, en la que dejó la silueta de su frente, nariz y mentón perfectamente dibujada de rojo. Dos días después, del Ayuntamiento se cursaron órdenes para que la losa fuera retirada ante la imposibilidad de acabar con la mancha roja que silueteaba su rostro. La piedra se le entregó a la familia, que mandó romperla a martillazos”).Por lo que respecta a las aventuras amorosas, lo que Castilla del Pino nos cuenta oscila entre las aventuras adolescentes (siempre ingenuas) y el mundo venal de las casas de citas (tampoco muchas, ni muy frecuentes), aunque destaca por encima de todos estos episodios el hilarante idilio que mantuvo con una chica muy mona, seis años mayor que él, a la que dejó porque comprobó que la muchacha no sabía pronunciar la palabra vejiga, a pesar de que la joven estaba cursando segundo curso de Farmacia.Pero es que, si este cúmulo de información vital nos pareciera poco, Castilla del Pino ha dibujado trazos donde podemos reconocer a distintos personajes de nuestra historia, inmortalizados al aguafuerte. Tenemos a un médico de la talla de Gregorio Marañón, comportándose como un truhán sin escrúpulos, y cuyo único objetivo en la vida es trepar y mantenerse en lo alto (aunque los procedimientos no sean demasiado ortodoxos). Tenemos a un jovencísimo Manuel Fraga Iribarne haciendo el servicio militar con más entusiasmo que buen provecho, dado que era “capaz sólo tras grandes esfuerzos de marcar correctamente el paso”. Tenemos al murciano Juan Torres Fontes, al que define como “serio pero buena persona” y con el que colaboró en el estudio. E incluso tenemos al beatífico y siempre edulcorado Juan Antonio Vallejo-Nájera, modelo de cristiano humilde, rajando con una navaja las ruedas del coche de López Ibor, tras un ejercicio de oposición que enfrentó al doctor Nájera (padre) con el citado facultativo.
En síntesis, toda una vida llena de acontecimientos, lecturas, amores, oposiciones y amistades, llena de informaciones curiosas, de anécdotas y de humor, que alcanzará continuación en un segundo volumen. Digno será sin duda de leerlo.