Prima segunda de la verdad

Por Sergiodelmolino

Estoy leyendo varias cositas, todas ellas relajadas, sin las prisas y los agobios del curso. Una de ellas es una novela inédita de mi amigo Mario de los Santos, La gota de la primavera, con la que acaba de ganar el certamen de novela corta de la Fundación César Navarro. Digamos un tópico: Mario es como el vino, mejora con los años. Técnica depurada, estilo limpio, trama bien delimitada… Va bien, va bien.

Pero no voy a cometer la grosería de contar su libro delante de todo el mundo. Ya le diré qué me parece cuando me invite a una cervecita un día de estos en el piso al que se acaba de mudar después de mucho sufrimiento con los gremios de las reformas.

Otra cosita que tengo entre manos es Los exiliados románticos, un ensayo rescatado en Anagrama del que he chapurreado algo en el blog de libros de Heraldo, De reojo.

El ensayo está escrito en los años 30 por E. H. Carr, y se nota que es una obra postvictoriana. Tiene toda la mala baba y el gracejo que sólo puede exhibir un erudito inglés que ha mamado a Oscar Wilde y se ha dejado el hígado en los pubs de Cambridge. Vean, si no, esta nota al pie, que intenta aclarar ciertas divergencias cronológicas en varias versiones de un mismo hecho:

La historia entera, contada por un excelente raconteur y registrada para la posteridad por un littérateur de primera línea, quizá pueda calificarse de prima segunda de la verdad.

Todo el libro, basado prácticamente en documentación epistolar, es un cuestionamiento constante de la fiabilidad de los relatos, tanto de los que uno cuenta sobre su propia vida, como los que cuenta de las de otros. De hecho, documenta cómo se corrió por los intelectuales revolucionarios de Europa el cotilleo de los cuernos que le habían puesto a Alexandr Herzen y de cómo el propio Karl Marx en Londres se lo contó a Engels, y eso que ambos no eran nada dados a alcahuetear (ya sé que a ustedes les dará igual, pero a mí me parece divertido ver a esos dos barbudos haciendo un receso en su empeño por concienciar al proletariado de que se librara de sus cadenas para comentar un burdo marujeo marital, como dos abuelos chochos). La versión que Marx le cuenta a Engels está totalmente desvirtuada, después de haber pasado por una larga cadena de teléfono roto.

Para que los modernos historiadores amigos de las fuentes orales se fíen.

Divertido, la verdad, para pasar una tarde de levitas, monóculos y humor victoriano cínico.


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