Si de verdad se desease respetar los deseos de los ciudadanos, lo suyo sería dejarlos decidir. Debieran ser ellos, y no los partidos mediante una ley a conveniencia, los que se encarguen de señalar con su voto al designado para cada puesto entre candidatos sometidos a una segunda vuelta. Sería un sistema de “secundarias” (por seguir jugando correlativamente con el término empleado en las primarias) que le brindaría a los electores una segunda oportunidad para votar una terna con las opciones de mayores posibilidades e incluso para cambiar de opinión respecto a su primera votación. Las segundas vueltas en unas elecciones favorecen la integración de intereses fragmentados en torno a una candidatura exitosa, lo que obligaría a realizar negociaciones y acuerdos entre partidos y candidatos para responder a las preferencias de los ciudadanos. Ello atenuaría el voto dividido entre formaciones que comparten el mismo espectro ideológico. Evidentemente, tal sistema no es del agrado de la derecha española, representada en todas sus variantes -desde el centro hasta la extrema derecha- por un sólo partido, el Partido Popular. Por eso prefiere que se respete la lista más votada, no por una súbita susceptibilidad democrática. Más bien, al contrario, muestra un desprecio supino a la madurez del pueblo español para tomar decisiones que le comprometen y competen.
Y es que no hay convicción alguna para profundizar en la democracia realmente. Si la hubiera, a estas alturas ya estarían establecidas las listas abiertas para que los votantes escojan sin restricciones quién desea que les represente. Parece inaudito que, 37 años después, los partidos no se fíen de los ciudadanos y los obliguen a regirse por un sistema de listas cerradas con el que votan a una lista de candidatos (papeleta electoral) elaborada por los partidos, sin posibilidad de alterar el orden ni las preferencias. Son listas bloqueadas que sólo posibilitan el todo o nada. Las listas abiertas, que significarían unas terciarias entre las posibilidades de regeneración que estamos exponiendo, darían oportunidad a los ciudadanos de votar al candidato conocido en su demarcación, no a una lista de políticos en su mayor parte desconocidos y ajenos a los problemas de la circunscripción por la que se presentan. La lealtad de los candidatos de una lista cerrada es hacia el aparato del partido que los incluye en la papeleta, no para con los votantes a quienes deberían representar, ganarse su confianza y atender sus requerimientos. Poder establecer la preferencia entre candidatos de una lista abierta es un sistema que ya rige en España para las elecciones al Senado, pero no para el resto de elecciones, y que está establecido en países como Suiza, Estados Unidos, Luxemburgo, Brasil, Italia, Finlandia y otros.
Por eso, puestos a “pulir” nuestra democracia con reformas que la fortalezcan, sería conveniente no limitarse en instaurar primarias, sino continuar también con secundarias y terciarias que propicien la adhesión y la credibilidad de la ciudadanía en su sistema político. De lo contrario se corre el riesgo de tirar por la borda todo lo bueno y positivo que la democracia nos ha deparado y que se resume en una palabra: libertad.