Frescura de marzo, lujuria de abril, esplendor de mayo, dulzura de junio... Transito por la estación
de la fronda renovada, habito el corazón verde de la tierra en primavera.
Es mi estación más querida, mi preferida. Le perdono la lluvia inoportuna, las traicioneras humedades, la sorpresa del frío inesperado... le disculpo la alergia atosigante, la astenia desfalleciente, el cielo encapotando el alma. Tolero pacientemente la osadía de las hormigas en sus primeras exploraciones, la plaga desforestadora de los caracoles entre los brotes de mis macetas, la invasión del trébol sobre el césped del jardín. Todo lo soporto con una sonrisa porque sé que la vida renovada nunca es cómoda. Me consuelo con las mil imágenes de belleza que aparecen ante mis ojos: la rotunda perfección de unos narcisos, el intenso rojo de una amapolas, la celeste hermosura de las nubes iluminadas por el sol del atardecer...
Y esa invitación del campo a ser visitado y explorado, esa inquietud del cuerpo por acercarse a lo naturaleza que estalla en infinitas vidas vegetales; el agradecimiento de los pulmones al recibir el aire nuevo: todo me recuerda que estoy vivo.
Bienvenida, Primavera. Yo también transito por las estaciones del alma y espero nuevos brotes de esperanza.