Primavera árabe, perfume artificial

Publicado el 29 septiembre 2011 por María Bertoni

El libro La explosión del periodismo que Ignacio Ramonet publicó en julio pasado (falta menos para la reseña de Espectadores) y la charla que Alejandro Piscitelli ofreció semanas atrás en el Congreso Internacional de Periodismo Autogestionado revelan distintos enfoques sobre nuestra relación con la información y los medios a partir de la irrupción de Internet. De manera muy esquemática y en términos de Umberto Eco, podemos situar al periodista franco-español más cerca de la postura “apocalíptica” y al especialista argentino en TICs más cerca de la postura “integrada”.

Curiosamente, ambos intelectuales sí coinciden en adherir al elogio generalizado de la insurrección popular que sobre todo las redes sociales habrían ayudado a impulsar y fortalecer en Irán, Egipto, Túnez, Libia. Justo en este punto algunos lectores/oyentes pegamos un respingo y tomamos distancia de tanto entusiasmo (nos pasó algo similar cuando vimos la película Fleurs du mal de David Dusa, proyectada en el último BAFICI).

Con este reparo en mente, quien suscribe se permite traducir parte del artículo que el doctor en ingeniería argelino Chems Eddine Chitour redactó para el blog colectivo AgoraVox, a raíz de “la serie de coloquios, congresos, conferencias (organizados) sobre lo que la doxa occidental denomina La primavera árabe“. Ya desde el título, el autor llama a terminar con esta suerte de slogan y a empezar “por descolonizarnos mentalmente”.

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“Si un suceso ocurre por casualidad, pueden estar seguros de que fue programado para desarrollarse de esa manera”… La boutade del ex Presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt tiene una vigencia incendiaria. Sola, puede explicar la bulimia de mimetismo que supone la organización serial de coloquios, congresos, conferencias sobre lo que la doxa occidental denomina “La primavera árabe”. Asistimos entonces a un levantamiento/ revuelta/revolución que en principio protagoniza la ciudadanía árabe pero que bautiza un Occidente hoy más que nunca encargado de dictar la norma.

Para Mohammed Hachemaoui, profesor de la Universidad de Argel y autor de una tesis sobre la corrupción en Argelia, todo comienza en alguna pequeña ciudad de Túnez. “Después de que Mohamed Bouazizi se prendiera fuego el 17 de diciembre de 2010, una nueva página de la Historia está escribiéndose en el mundo árabe”, constata. “Una ola irreprimible de levantamientos populares contra Ben Ali y Mubarak, (…) dos amigos y aliados protegidos por el Imperio. Sin dudas se trata de un hito”, sostiene.

Hachemaoui se casa con la tesis occidental de que nadie supo anticipar lo ocurrido y de que bien vale celebrar estas revueltas carentes de toda connotación y reivindicación islámica. Desde esta perspectiva, la base de este movimiento primaveral prescinde de los fundamentos clásicos imputables a un hipotético choque religioso-cultural. Todo esto es muy lindo, pero sorprende que se fije el inicio del fenómeno en una immolación que habría pasado desapercibida sin la cobertura de los medios occidentales.

La realidad es otra, y difícilmente podremos comprenderla si olvidamos inscribir la gran indignación de nuestra juventud en la “agenda occidental”. Para empezar, el hartazgo árabe empezó, no en diciembre de 2010 sino en octubre de 1988 cuando los jóvenes argelinos fueron los primeros en morir por la democracia y la libertad en un contexto de indiferencia internacional.

Argelia pagó el precio con una década teñida de rojo, 200 mil muertos, diez mil desapariciones y 30 mil millones de dólares en pérdidas económicas sin contar los traumatismos que arrastramos aún hoy. Tuvo que pasar el 11 de septiembre de 2001 para que la voz de nuestro país se hiciera escuchar. ¿Acaso éste no es un tema afín a las revueltas árabes actuales?

De los coloquios también esperamos que alguien se refiera a lo que sucede en Palestina, Siria y Libia donde la OTAN bombardea a civiles que debería proteger. Que alguien diga cuánto se redujo el derecho internacional, más precisamente la resolución 1973 de la ONU. Que alguien señale la contradicción del gobierno francés, que se apuró a reconocer el Consejo Nacional de Transición libio cuando nada probaba su legitimidad (de hecho el CNT fue legitimado a nivel internacional) y que en cambio se resiste a reconocer el Estado palestino con legitimación probada hace sesenta años.

Como por arte de magia, las monarquías dóciles con los Estados Unidos e Israel sobrevivieron a la “tormenta de la primavera árabe”. El Imperio y los vasallos europeos no mueven un pelo cuando se mata en el Reino de Baréin o en Yemen. Quisiéramos entonces que los coloquios desmontaran la mecánica de las revueltas registradas y mostraran los engranajes de una manipulación de gran amplitud, que simula “espontaneidad” para provocar un caos funcional a la intervención estadounidense y europea.

Todos recuerdan a los bloggers que catalizaron las revueltas egipcia y siria… Pues bien, lo que en realidad perdieron los potentados árabes fue la connivencia de Occidente que a través de Internet impulsó un proyecto madurado hace tiempo y desarrollado en terreno favorable, con una masa siempre dispuesta al motín, en constante actitud pre-insurrecta, negadora de la Justicia y atravesada por la corrupción institucionalizada: en síntesis, todo lo que el mencionado Hachemaoui describe en sus tesis de 2004.

Se atribuye a Nicolás Maquiavelo la frase “la mejor manera de combatir una revolución es hacerla uno mismo”. Esto se aplica como un guante a lo que ocurre delante de nuestros propios ojos.

En palabras del ex Presidente Roosevelt, todo fue programado para que sucediera tal como sucedió. Basta con leer la obra de Gene Sharp sobre cómo hacer una revolución no violenta y tener éxito… Encontraremos todos los síntomas constatados en las revueltas tunisinas, egipcias, libias legítimas pero que pronto fueron debidamente “canalizadas”.

En De la dictadura a la democracia, Sharp describe los 198 métodos de acción no violenta susceptibles de utilizarse para derrocar regímenes. Entre ellos, notemos la fraternización con las fuerzas del orden, los desfiles, los funerales masivos en señal de protesta, los mensajes electrónicos masivos, los soportes audiovisuales, los actos de oración y las ceremonias religiosas, la participación en la limpieza de los lugares públicos convertidos en escenarios de las manifestaciones, el empleo de slogans fuertes (como “Andate” o “Irhal”), los logos (como el puño cerrado), los afiches con fotos de personas muertas en plena manifestación y cierto manejo de la organización logística”.

Esta brillante aplicación de las teorías de Sharp se repitió en Georgia (2003), Ucrania (2004) y Kirghizistan (2005). Veamos lo que el profesor de Historia y Ciencias Políticas Pierre Piccinin dijo en 2010: “Las revoluciones coloreadas [...] siguieron todas la misma receta: un grupúsculo organizador es financiado y sostenido logísticamente desde el extranjero (con computadoras, abonos a Internet, teléfonos celulares…). Lo forman profesionales de la revolución, bajo la cobertura de ONGs cuya supuesta misión consiste en promover la democracia como la célebre Freedom House. El ojetivo: deshacerse de un gobierno hostil y reemplazarlo por líderes amigos”.

El mundo se encuentra en plena mutación. ¿Vamos hacia la “Bellum omnium contra omnes” o “la guerra de todos contra todos” prevista por Thomas Hobbes? El drama de los pueblos árabes es que la alternancia a punta de pistola de la OTAN resulta sospechosa, y que la nueva dirigencia aprobada por el Imperio va a seguir sometiendo al pueblo. Entonces Occidente volverá a hacer la vista gorda con tal de asegurarse el acceso a las materias primas y de energía.

Frente a esta realidad global, sólo una revolución endógena del tamaño de la inmensa revolución argelina de 1968 permitirá que los pueblos árabes tomen las riendas de su propio destino.

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PD. Esta traducción incluye links distintos a los del texto original.
PD’
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