La novela gira en torno a la situación de Santiago, un preso político que lleva cinco años enterrado en vida en una de las sórdidas prisiones de la dictadura. La voz en primera persona del prisionero nos habla de la injusticia a la que está sometido, de los sinsabores del día a día, de las torturas padecidas y de la monotonía de la celda. Pero también está presente la esperanza. Santiago se aferra al recuerdo de su familia, a las breves comunicaciones escritas que puede establecer con ellos, aunque siempre existen sombras en estos anhelos, porque no puede olvidar un oscuro episodio vivido en el tiempo en el que estuvo en la clandestinidad, antes de ser capturado. En cualquier caso, su deseo es cambiar los barrotes por una puerta que pueda abrirse y cerrarse:
"Los barrotes están ahí, son una presencia real, admitida, comprendida en toda su chata magnitud. Pero los barrotes no pueden ser otra cosa que lo que efectivamente son. No hay barrotes abiertos y barrotes cerrados. En cambio, una puerta es tantas cosas. Cuando está cerrada, y siempre lo está, es la clausura, la prohibición, el silencio, la rabia. Si se abriera (no para un recreo, o para un trabajo, o para una sanción, que son otras tantas formas de estar cerrada, sino para el mundo) sería la recuperación de la realidad, de la gente querida, de las calles, de los sabores, de los olores, de los sonidos, de las imágenes y el tacto de ser libre. Sería por ejemplo la recuperación de vos y de tus brazos y de tu boca y de tu pelo y bah a qué intentar darle vueltas a un pestillo que no cede, a una cerradura inconmovible."
Mientras tanto su mujer y su hijita sobreviven en el exilio, en una especie de limbo que comparten con miles de compatriotas que se mueven desorientados por países que los acogen de mala gana. Es terrible no poder volver a la propia vida, ni siquiera en un hipotético futuro, porque heridas tan profundas dificilmente podrán sanar alguna vez. Graciela lleva años esperando fielmente a su marido, como una Penélope paciente, sabiendo que su Ulises está atrapado en una sima de la que quizá no salga nunca. Hasta que un día advierte que no puede seguir ejerciendo esa vida heroica y comienza una relación sentimental con Rolando, un amigo y compañero de Santiago. En esta situación terrible, al menos permanece la voz inocente de Beatriz, la hija del preso, que nos enseña, a través de una serie de discursos deliciosos, su peculiar visión de la realidad, en la que el mal es todavía un concepto abstracto que puede ser vencido y el mundo es un lugar que reserva maravillas escondidas a quien tenga suficiente capacidad de observación. Todo se reduce a esperar el momento mágico del regreso de su héroe: su padre.
El otro gran personaje de este eje es Rafael, el progenitor de Santiago, un hombre al que la experiencia le ha aportado serenidad y sabiduría, pero que sufre como nadie por la situación de su hijo, no solo por la que vive en ese momento, sino por la que conocerá una vez que sea libre. El hombre en cierto modo se siente culpable, aunque sepa que eso es absurdo, y le gustaría cambiarse por Santiago. El lector, que es un ser empático, puede ponerse en el lugar de Rafael y comprender su discurso, triste y a la vez lleno de aplomo y comprensión por la actitud de quienes le rodean.
Primavera con una esquina rota es un homenaje a todos aquellos seres a los que las dictaduras ha destruido o intentado destruir, una descripción de esas heridas profundas que jamás se borran de la piel de quienes han sobrevivido a esas experiencias de cárcel, tortura y exilio, tan comunes en el mundo, también en la actualidad, que ya casi pensamos en ellas como en algo rutinario:
"la primavera es como un espejo pero el mío tiene una esquina rota / era inevitable no iba a conservarse enterito después de este quinquenio más bien nutrido / pero aun con una esquina rota el espejo sirve la primavera sirve"