¡Oh, sentimientos dulces, suaves sonidos, la buena voluntad y la calma que experimenta un alma que ha sido conmovida, la felicidad derretida de un primer y tierno amor! ¿Dónde estás ahora, dónde?
Seguramente Primer amor (1860) sea una de las piezas breves más aclamadas del célebre escritor ruso Iván Turguénev (1818 – 1883). Quizá porque el relato de esa primera pulsión permanece incólume al paso del tiempo. Quizá porque plantea un triángulo tan estremecedor que deja una huella inolvidable. O quizá por su talento narrativo, a secas, su estilo rico, su ambigüedad y su sutileza, que hicieron de él un referente de la literatura del siglo XIX, no solo en su país, sino en toda Europa, ya que con libros como En vísperas (1860) o Padres e hijos (1862), de la misma época que Primer amor, cosechó un importante reconocimiento más allá de sus fronteras. En la última etapa de su vida, pasó mucho tiempo en Francia, donde se codeó con autores como Gustave Flaubert (con quien mantuvo correspondencia), Guy de Maupassant o Henry James. Este último firma el excelente epílogo de esta edición, en el que explica cómo Turguénev influyó en la idea que los narradores europeos se formaron de Rusia, y cómo el contacto con la escuela realista francesa influyó a su vez en las obras del ruso.Esta novela breve comienza de forma clásica: un grupo de amigos de mediana edad, reunidos en un salón, se cuentan historias de su primer amor. Uno de ellos, Vladímir Petróvich, afirma que el suyo fue un tanto distinto a lo habitual; lo que sigue, después del capítulo introductorio, es su relato, en primera persona: «Tenía dieciséis años. Mi historia ocurrió durante el verano del 33» (p. 13). Por aquel entonces, Vladímir era un muchacho aún aniñado, que poco a poco aprendía a discernir las particularidades de su entorno familiar: la madre, una mujer de valores tradicionales; el padre, un hombre todavía joven y apuesto que se casó por interés, al que «no le gustábamos ni yo ni la vida familiar; amaba otras cosas distintas, y a ellas se entregaba por completo» (p. 59). Como en tantos clásicos, el cambio en el orden del chico se desencadena por una llegada: las nuevas vecinas, una princesa venida a menos y su hija de veinte años, llamada Zinaída. Esta chica se ha criado en un ambiente menos rígido, de costumbres ligeras (que la madre del narrador desaprueba); tiene singularidades en la forma de expresarse y de relacionarse con los demás que llaman la atención de Vladímir («Aquella muchacha hacía lo que quería conmigo», p. 122). Sin embargo, él no será su único pretendiente, ya que Zinaída arrastra una corte de admiradores.Como en todas las (buenas) historias sobre el primer amor, este libro es ante todo una historia de iniciación al mundo de los adultos, un relato de aprendizaje, de «matar al padre» o, dicho de otro modo, de acabar con todas aquellas fantasías que definen el universo de la infancia. Porque descubrir el amor va unido al descubrimiento del desengaño, del dolor, que en el caso de Vladímir se acentúa («de súbito dejé de ser un simple niño pequeño; pasé a ser otra cosa, alguien enamorado. Digo que mi pasión se inició aquel día; podría añadir que mi sufrimiento también comenzó», p. 63). La grandeza del texto reside, una vez más, en la elección del punto de vista: un adolescente que tan solo nos cuenta lo que puede contar, es decir, lo que vivió él, lo que conoció desde su mirada atenta pero inexperta. No puede narrar los hechos con objetividad; en su voz se intuye la duda, la falta de certeza. En ocasiones, basta un solo matiz para describir una escena providencial; un matiz que insinúa, sugiere una verdad más amplia, trascendente. Turguénev no necesita más: pinceladas cortas pero contundentes, evocaciones brillantes del paisaje, meditaciones lúcidas sobre el crecimiento interior del protagonista. Una narración vivaz, intensa, en la que abundan las exclamaciones y preguntas retóricas, acordes con la desesperación que embarga al muchacho.
Iván Turguénev
«Sí, pensé: esto es el amor, esto es la pasión, esto es la devoción… y recordé las palabras de Lushin: alguna gente cree que el sacrificio es dulce» (p. 128). Estas palabras condensan el espíritu de este Primer amor, un primer amor en el que hay inocencia, ternura, afecto, deseo, pero también, y sobre todo, una reveladora transgresión. Turguénev es un escritor extraordinario, y un escritor extraordinario nunca puede ser amable o complaciente. No: aunque el planteamiento tranquilo parezca inspirar lo contrario, esta novela narra una historia con un fondo oscuro y doloroso, que, además de relatar el primer enamoramiento de un joven como un coming-of-age espléndido, muestra las estructuras sociales del Imperio ruso con su fino análisis de la familia del protagonista y la sacudida que se produce cuando las vecinas, tan diferentes a ellos, la ponen a prueba. Sentimiento y realismo; de eso está hecho este libro. Una nouvelle, en definitiva, magistral.***