Primer contacto

Por Lurhall

Mi primer contacto con un taller de escritura ha sido una sorpresa que se ha tornado en un placer. Jamás había pensado en escribir de manera creativa y sin duda este taller del CELARD ha sembrado algo en mi cabeza que espero dé algún fruto. El segundo y último día en el taller nos propusieron que, a raíz de una lista de sustantivos que cada uno decíamos, escribiésemos un microcuento. Las palabras no tenían que aparecer todas, ni siquiera tenía que aparecer una de ellas, pero la lista sirvió de inspiración y una de las palabras incendió en mi cabeza una historia que acaba de plantearme.
Pues poco antes de estar sentada en la sala con mis compañeros del taller habíamos estado hablando todos en la entrada de la biblioteca donde éste tenía lugar, más concretamente, yo había estado escuchando a alguno de mis compañeros cómo contaban su experiencia con el gratificante pero arduo proceso de publicación de lo escrito. Relataba uno de ellos que algunas editoriales reciben tu manuscrito y lo acogen con mucho entusiasmo asegurándote su publicación, es entonces cuando valiéndose de triquiñuelas contractuales convierten lo que realmente debería ser una apuesta literal en una actividad de imprenta al uso.
Dentro ya del taller y comenzada la lista de sustantivos apareció, en último lugar, la palabra: RASCACIELOS. Y ahí explotó la bomba; pensé en Planeta, el gigante de las editoriales en España, y vi a una pobre joven lectora, no sé porqué era mujer, delante del imponente edificio de hormigón que da vértigo mirar. Se me apareció como en las películas de los años 50-60 ambientadas en Nueva York, como la torre impersonal y mecánica de El apartamento de Billy Wilder, y ella, abajo, pequeña y hastiada como el oficinista que interpreta Jack Lemmon. Y así mediante esta escena imaginé su calvario y empecé mi “microcuento”:
Ella quería escoger qué leer. Tenía derecho a ello. Este pensamiento persistía aquella noche en su cabeza de camino a casa. Había cumplido un año trabajando para una editorial que llevaba un año menos un día explotándola vilmente. En este año no había podido leer ni un solo libro elegido por ella de manera libre y sin mandatos. Ni un minuto de descanso entre tantos manuscritos enviados por autores desconocidos que perseguían un sueño: ser publicados. Añoraba a los clásicos, las grandes obras de otros tiempos, recorrer una librería o una biblioteca para dejarse llevar y simplemente elegir qué leer.
Entonces se detuvo, volvió sobre sus pasos deshaciendo el camino y se paró frente al rascacielos asfixiante en el que se encerraba cada día a leer y leer lo impuesto. Entró y se dirigió a su zulo. Prendió fuego a ese lugar donde guardaba los montones y montones de papel, contempló como empezaba a arder y se marchó.
http://www.celard.es/ http://celard.wordpress.com/