La primavera quería hacerse notar, quería sentirse la protagonista, y este fin de semana estando a las puertas de su llegada, y para despedir un invierno no demasiado crudo (al menos para los madrileños), ha sido espectacular, soleado, cálido. Todos los ingredientes perfectos para pasarse el día al aire libre con los niños.
Y en nuestro caso, así lo hemos hecho.
El sábado lo comenzamos con un buen paseo en bici por un parque cercano muy amplio y con carril bici. Qué ganas tenía mi niño de ir sin abrigos, bufandas, disfrutando de la carrera. Se lo pasó en grande con su padre recorriendo el parque a toda velocidad. Después tuvimos nuestra comida familiar, con los abuelos, reparto de algún regalito que otro, y mi niño felicitando a diestro y siniestro. "¡¡Feliz día del padre!!" iba él repitiendo alegre y contento. Una estupenda comida, y después más familia, tomamos dirección a casa de mi hermana, a compartir un poquito de tarta, y reunirnos todos con los peques. Mi nene se durmió en el coche, y tuvo un despertar, digamos que difícil. Su cansancio me resultaba sospechoso, algo me olía a chamusquina.
Conseguimos que la tarde se enderezase, jugar al fútbol con su padre, su tío y su abuelo ayudó mucho. Y la tarta de después puso todo en su sitio, ¡faltaría más!.
Pero el día tenía una sorpresa más. Una de las profesoras de música de mi hijo daba un concierto, tocaban el concierto para flauta y orquesta en Sol Mayor de Mozart, y ella era la solista de flauta. ¡¡Cómo no ir a verla!!. Mi peque tenía ilusión por ir, aunque sabía que aguantaría poquito tiempo. Era en pleno centro de Madrid, pero me arriesgué y allá que nos fuimos. Conseguimos, a pesar de las dificultades que el centro ofrece al tráfico, llegar a tiempo, y allí estaba ella, con su flauta travesera dispuesta a comenzar. Si podéis buscar el concierto y os gusta la música clásica, os lo recomiendo, es una pieza alegre, ligera, el dulce sonido de la flauta que relaja y alegra al tiempo. Os lo recomiendo de verdad, para vosotros y para los pequeños de la casa.
Aguantó el pobre veinte minutos, el día había sido muy largo, así que decidimos irnos antes de que se atreviera incluso a mezclarse entre los músicos. Al salir, de donde se celebraba el concierto nos dimos de bruces con una luna maravillosa, la superluna, una luna brillante, enorme que quiso también unirse a una noche primaveral y calurosa.
Así acabó nuestro sábado, demasiado intenso para mi gusto, pero no para mi niño que se acostó agotado pero feliz.
Y el domingo amanecimos como esperaba, con un peque llenito de mocos. Eso no impidió que bajara un rato (corto) al parque, cualquiera le tenía en casa. Pero fuimos prudentes y no le dejamos que trotara mucho. Porque por la tarde completábamos el fin de semana familiar, visita a los otros abuelos, pero esta vez no era una visita casera, sino campestre. Tocaba visitar la parcela que tienen, ¿y quienes son los protagonistas de esa parcela?, las gallinas y los gatos. Y es que el niño, para ser de ciudad, me ha salido más de campo que las amapolas. Pasó una tarde estupenda, correteando tras las pobres y pacientes gallinas, dándolas de comer, buscando los huevos, hablando con los gatos (sí, sí, hablando), correteando entre lo que su abuelo tenía sembrado, buscando lombrices, regando. Y tenía mocos sí, estaba medio malo, también, pero como quitarle esa ilusión, ¡imposible!.
El pobre cuando llegamos a casa estaba cansado, el moquerío seguía su curso, pero ni había fiebre, toses, dolores de garganta ni nada.
Esta mañana era incapaz de abrir los ojos, la congestión era importante, y aunque ningún síntoma era alarmante, había aparecido una tos perruna sospechosa, así que aquí está en casita, haciendo que los virus reposen, por si las moscas.
Un bizcocho casero de mami ha conseguido que se sintiera mejor, ahora solo queda ver si la cosa va a más o conseguimos controlarlo.