¿Conocen esa sensación? La del amor a primera vista, por ejemplo. Los fuegos artificiales, las cosquillas en el estómago, la absoluta convicción de que es ella, de que es él. Quién si no. O esa otra sensación, la de la vocación, por ejemplo. Saber, desde chiquillo chico, lo que quieres hacer con tu vida. La firme certeza en un camino. Y en la dirección y el sentido. O también esa otra sensación, la del arraigo y los principios. La de la claridad en el discernimiento según el patrón que siempre ha estado ahí, delineando lo que eres. ¿Conocen, por último, las epifanías? El día, el minuto, el segundo, en que algo que no estaba ahí (una luz, una comprensión, una fuerza) aparece como por arte de magia. Magia que no es sino la reacción química necesaria con la mezcla de reactivos que las circunstancias te pusieron delante. Vamos, magia.
¿Las conocen?
Yo no.
No recuerdo un solo momento de mi vida que responda a esas características. Todo lo que soy capaz de relatar me ha ocurrido de a poco. Muchísimos más ¿Por qué nos? que ¡Adelantes! Y un tiempo después (no necesariamente corto), si me pregunto qué me ha traído hasta aquí (que tampoco es obligatorio) me contesto que, sea lo que sea, tan mal no está. Y si sigue así la cosa, que siga. O no. Pero cero planes al respecto. Cero certezas, cero epifanías. Un camino lento, mayoritariamente involuntario, de desbroce y descubrimiento (si es que a esta velocidad se puede descubrir algo o es ese algo el que olvida que estaba oculto, cansado de esperar). No me malinterpreten, tengo pareja e hijo y un trabajo. Y pocas dudas al respecto. Pero.
También pueden malinterpretarme. Yo qué sé.
Sin embargo, hay una primera vez para todo. Si alguien hoy, mañana, me preguntara si conozco las certezas, esas que salen de la tripa más profunda y que ocupan todo el pecho, esas que no se piensan, se saben; si me preguntan, digo, a partir de ahora contestaré que sí.
Mentiré. Porque eso es lo que hacemos todos, ¿no?