Primeras anécdotas desde suelo africano: La gran ciudadela roja de Marruecos

Por Arielcassan

Sólo hacía un mes desde que vivíamos en el mismo pueblo de la provincia vasca de Vizcaya, cuando surgió la oportunidad de una nueva aventura viajera.

Janire tenía 10 días libres en su trabajo, y el mío me brindaba la flexibilidad para poder tomarme estas concesiones, así que en un acto total de arrojo, de falta de organización previa y a sólo una semana de la fecha de partida, nos decidimos a emprender un nuevo periplo juntos tras la hermosa experiencia que tuvimos compartiendo nuestro primer verano, cuatro meses atrás.

Sentados en el rincón de un bar con Wi-Fi, con la computadora bajo una mano y un café con leche en la otra, nos embarcamos en una búsqueda apresurada a través de Internet, surcando páginas de vuelos low-cost y otras tantas de información turística, que dió como desenlace la necesidad de un choque final entre dos candidatos de lo más complicados: Alemania contra Marruecos, destinos que claro está, ninguno de los dos conocíamos.

Aunque ya estarán al tanto del resultado por el título del post, la decisión no fue nada fácil.
Por un lado, pueblitos medievales, catedrales históricas, castillos de ensueño y, hay que admitirlo, ¡mucha cerveza!
Pero en la esquina opuesta, un rival que ofrecía su enganche desde lo exótico, seduciendo con ciudades coloridas, personajes llamativos, bazares alocados y mágicas postales desde el gran desierto sahariano.

Con un pronóstico incierto y estadísticas más que parejas, la contienda no la resolvimos ni por los medios habituales ni dejándonos llevar por el azar del famoso “piedra-papel-tijera”.

El postulante magrebí se tenía reservado un “as en la manga” para el final del partido.
“¿Viajar a Alemania con el frío que hace en el norte de Europa a finales de noviembre?” ¡¡Nooooooooo!!
Y con ese curioso punto final que le dió la victoria a Marruecos, nos dispusimos a comprar los correspondientes pasajes de avión con destino a África

Mapa de Marruecos, destino de nuestras próximas aventuras viajeras juntos

Aterriza como puedas:

La primer anécdota de este viaje se dió apenas en el vuelo de ida.

Buscando los pasajes low-cost a precios más accesibles, dimos con la oferta de la aerolínea irlandesa Ryan-Air, que ofrecía los asientos a unos beneficiosos 50 euros.
Pero ya desde que intentás comprar los billetes a través de su sitio web, la compañía aérea se te denota -por lo menos- controversial.
Páginas llenas de publicidad, de ofertas poco convenientes, o agregados como el “embarque prioritario” marcados por defecto, resultan estrategias normales para querer meterte la mano en el bolsillo.

Pero sin dudas, su más cómico artilugio llega de la mano del “seguro de vuelo”.
Un campo -al parecer- obligatorio te dice que elijas tu país de residencia para que te apliquen el costo de asegurarte (de más está la pregunta de ¿Contra qué te aseguras en un viaje de avión?).
Al elegir tu país, el costo del pasaje sube unos 3 euros, por lo que buscas por toda la página como ponerle que no querés ningún seguro. ¿Y donde está esa opción? ¡En el mismo selector de países, bajando hasta la letra “n” hay una desconocida nación llamada “No quiero asegurarme”! ¡Jeje, si es que estos tipos son unos fenómenos!

Una vez superada la carrera con obstáculos que supuso comprar el pasaje, nos embarcamos en el pequeño e inestable fuselaje que nos llevaría del otro lado del Mediterráneo.
Claro está, a sabiendas de la mala reputación que posee la aerolínea. Al vernos surcar las nubes en la gaviota cromada en la que viajábamos, intentábamos no pensar en ninguna de las noticias que habíamos escuchado acerca de Ryan Air, entre las que se incluyen:

- Un avión de Ryan-Air pide prioridad en Lanzarote por ir escaso de combustible.
- Ryan-Air mantiene a los pasajeros sin aire acondicionado con 38º en el exterior, en un vuelo a Mallorca.
- Susto monumental por la despresurización en un vuelo de Ryan-Air (¡caída de máscaras de oxígeno inclusive!)
- Ryan-Air hace un aterrizaje de emergencia por estar perdiendo combustible “a chorros”.

Y una sustancial lista de etcéteras…
De todos modos, el vuelo venía de lo más placentero mientras cruzaba el Estrecho de Gibraltar, incluyendo la alegría poco habitual de los “azafatos” y la venta de un sorteo de lotería solidaria, hasta que empezamos el descenso sobre las coloridas tierras marroquíes,.
Para agregarle algo de “pimienta” al aterrizaje, les contaré lo sucedido a la altura desde la que tomé esta fotografía:

A esta altura, al piloto le dieron ganas de jugar…

¿Estás preocupada por el Ryan-Air, Jani?

El piloto, que vaya a saber si aún no tenía permiso para descender o simplemente se pasó del aeropuerto, hizo una maniobra de “ocho” en el aire, que no pasó inadvertida para nadie.
Teniendo todos en cuenta que estábamos en un vuelo de la discutible Ryan-Air, y al ver las alas inclinarse hacia uno y otro lado sin saber que pretendía el comandante, la cara de preocupación de los pasajeros se empezó a hacer notable y más de uno habrá recordado las escenas de la película “¿Y donde está el piloto?”, o como se llamó en España “Aterriza como puedas”.

Después de las peripecias acrobáticas, el avión por fin tocó tierra, y los rezos y plegarias de unos cuántos fueron interrumpidos por el sonido de una trompetita a modo de festejo que suelen tocar al aterrizar los vuelos de Ryan-Air, pero esta vez yo creo que no le causó gracia a nadie.

¡Finalmente en el Aeropuerto de Marrakech!

La colorida tierra de Marruecos, desde el avión, con el regalito de un lindo arcoiris

La Medina de Marrakech, donde los mapas no sirven para nada:

Llegamos al Aeropuerto de Marrakech a las 4 de la tarde. Habiendo cambiado unos euros a la moneda local, los dirhams (Dh. 1€ = 11Dh), nos tomamos el bus que nos llevaría al centro de la ciudad.

Por si acaso, antes de salir de Bilbao habíamos reservado un hostel ubicado en la medina, la parte vieja de la ciudad, de nombre “Nari Nari”. Aunque no teníamos ningún mapa, teníamos la dirección del alojamiento, y confiábamos en nuestro querido Google Maps y la amabilidad de los locales. ¡Qué gran error! Y ya verán porque lo digo…

El bus desde el aeropuerto, por unos 30Dh (casi 3 euros), te deja en la plaza Djemaa el Fna, centro neurálgico de la medina marrakechí, y de la que ya les hablaré tras esta anécdota.
Al dar un breve vistazo a dicha plaza, encontramos el primer problema. A simple vista, no se parecía demasiado al polígono grisáceo que mostraba el mapa virtual que poseíamos. Teniendo como referencia la torre de una mezquita que veíamos cerca, creímos que una callejuela nos llevaría en dirección sur, que era donde queríamos ir.

Después de una media hora caminando, y con la gran complejidad de no poder expresarnos bien en francés con los gendarmes que ibamos encontrando, terminamos dándonos cuenta que la callejuela inicial nos había conducido hacia el norte.

Volvimos a la plaza principal e intentamos hacia el lado opuesto, que obviamente tenía que ser el sur. Una de las calles que veíamos parecía corresponderse a la del mapa, pero tras 5 minutos nos dimos cuenta que no lo era, teniendo que retornar a Djemaa el Fna. ¡Parecíamos estar en un juego de mesa, de esos en los que contínuamente caes en el casillero “vuelva al punto de partida”!

Tercer intento. Entramos a un hotel de la plaza y nos llevamos un mapa de la ciudad que estaba sobre el mostrador. ¡Con esto no podíamos fallar! Encontramos la salida de la plaza que debería conducirnos a nuestra calle, pero la intersección no parecía la del mapa, y una vez más encaramos para una dirección equivocada.

Bueno, lo admito. Nací en una ciudad planificada al estilo “Manhattan”, con un trazado de cuadrados casi perfectos de 100 metros de lado cada uno, y la Medina de Marrakech desafiaba totalmente esa concepción, pero tras años mirando mapas, ¡esto ya se había convertido para mi en un ultraje!

Finalmente, retomamos y encontramos la calle que buscábamos: “Rue Riad Zitoun el Jdid” (¡imagínense cuando quería preguntar por este nombre a los gendarmes que sólo hablaban árabe y francés! ¡Vaya a saber que habrán entendido!)
Caminamos por dicha arteria hasta donde debería cruzarse la calle de nuestro hostal, pero llegamos hasta el final del recorrido sin encontrar ninguna que cumpliese las condiciones de la que queríamos.

Decidimos confiar en la honestidad de unos chicos de allí que nos preguntaban a que alojamiento queríamos ir.
¡Primer error y regla de oro en Marruecos: Nunca confíes en nadie que te quiera llevar a donde vos quieras ir!
Lamentablemente, en este país tienen muy aprendidos los trucos para timar al turista, y quién venga a Marruecos volverá seguramente con el gusto amargo de haber sido víctima de por lo menos diez o quince intentos de engaños de este estilo durante su estadía.

Obviamente, los chicos nos condujeron a propósito a cualquier otro hostal donde recibirían alguna comisión, y perdimos otros tantos minutos en volver a nuestra calle principal.

Finalmente, ya siendo de noche, cansados por el agobio, el peso de las mochilas y tras haber mirado el mapa incontables veces sin dar crédito de no poder encontrar una calle que debería estar justo allí por donde caminábamos una y otra vez, encontramos que enfrente de un estacionamiento, un arco que parecía ser la entrada a una propiedad privada era efectivamente el ingreso a la callecita donde estaba nuestro ansiado hostal “Nari Nari”.

Marrakech, una ciudad donde los mapas occidentales no sirven para nada…

La escondida callecita del hostal, como la veríamos al día siguiente

Ahora sí: ¡La exótica ciudadela roja de Marrakech y su increíble medina!

Marrakech es una de las cuatro ciudades imperiales que tuvo Marruecos, junto a Fez, Rabat y Meknés. Fue fundada en el año 1062 por la dinastía de los almorávides, a quienes le sirvió de capital, título que también mantuvo posteriormente para los reinos almohade y saadí.

Es apodada la “ciudadela roja”, gracias a una ley que obliga a todos los exteriores de sus edificaciones a ser pintados de rojo-ocre, color de la tierra local.

Está dividida en dos sectores: la ciudad vieja o “Medina”, Patrimonio de la Humanidad desde 1985 por la UNESCO y rodeada de espectaculares murallas bermejas, y la ciudad nueva o “Ville Nouvelle”, construida fuera de los muros durante el período colonial francés y en continua expansión.

Mientras la Ville Nouvelle contiene grandes jardines de palmeras y hoteles de lujo, la gran medina es un laberinto de callejuelas llenas de alocados bazaares, mezquitas y palacios ocultos, y abundantes “riads”, los típicos alojamientos marroquíes caracterizados por ser quizás no muy llamativos desde fuera (siguiendo la ley islámica de “no ostentar”) pero preciosos por dentro, con las habitaciones ubicadas alrededor de un patio central que sirve de punto de reunión de la casa.

Callecitas de Marrakech

El lugar más emblemático de la ciudad es la plaza principal “Djemaa el Fna”, una de las más concurridas de África y del mundo entero. Se encuentra del lado occidental de la medina, entre ésta y la Ville Nouvelle que se expande hacia el oeste, y posee una forma irregular similar a una letra “L”.

Todo en Marrakech gira en torno a Djemaa el Fna. Miles de personas se dan cita en este espacio público, llenándolo de color, cultura y negocios.

De día, cruzarla supone un verdadero desafío al turista. Desde encantadores de serpientes a vendedores de zumo, de tatuadoras con henna a criadores de monos salvajes, el sólo hecho de detenerte y mirarlos (¡ni que hablar de sacar la cámara para tomarles una foto!) hará que te persigan por media plaza para intentar venderte, colocarte una serpiente alrededor del cuello o un mono en la cabeza, y simplemente querer cobrarte al menos por haberles mirado.

Por ejemplo, unos de los personajes más llamativos que encontrarán en Marrakech son los jóvenes ataviados con el famoso gorro árabe, el “Tarbush“.
Se acercan con movimientos circulares de cabeza (haciendo girar los graciosos hilitos que cuelgan del sombrero), y mientras los mirás y te reís, te pondrán el “tarbush” en la cabeza y posarán con su mejor sonrisa, haciéndole gestos a tu compañero/a para que saque la foto, por la que obviamente luego te cobrarán (por las buenas o por las malas).

De hecho, todos estos personajes son tan insistentes que la mayoría de los visitantes de la ciudad acaban renegando sobre todo del abuso de agresividad con el que tratan de “pedirte” que les dés algo de dinero.
Como consejo, miren desde lejos y excepto que estén dispuestos a colaborar con 20 ó 30 Dh sigan de largo, que Marrakech tiene muchos otros mejores atractivos -y menos avasalladores- que ofrecer al viajero.

De noche, la plaza se convierte en un enorme restaurante al aire libre. Numerosos puestos de comida ofrecen las variedades típicas de la gastronomía marroquí, entre las que destacan el famoso “cous-cous” y los “tagines” de verduras.
Una vez más, atentos a la supuesta hospitalidad de los camareros que intentan conseguir clientela. Detrás de una habilidad innata para el convencimiento de turistas y con una simpatía excesiva que ya cae sencillamente en molesta, se encuentra una ostensible estrategia de marketing que encima incluirá “errores” matemáticos al hacer la cuenta final, agregados supuestamente gratis pero que luego se te cobran y otro largo número de etcéteras.

Es realmente una pena tener que aclarar una y otra vez este punto, pero quién no se mentalice con paciencia y buena predisposición para este tipo de situaciones a las que se enfrentará cotidianamente en Marruecos, mejor que escoja otro destino para sus vacaciones.
Es un país hermoso, y tiene mucha gente amable, pero los que tienen mayor visibilidad al turista resultan ser una máquina de engaños y timos para obtener dinero de malas maneras.

Retornando a la plaza Djemaa el Fna, el ambiente nocturno se pone fabuloso. El humo saliendo de las parrillas, los contadores de cuentos y los acróbatas con una multitud de locales haciendo una ronda a su alrededor, la iluminación que se pierde por sus bazares aledaños… En fin, Djemaa el Fna es el corazón de Marrakech y vale la pena sentarse en uno de los cafés con balcones o terrazas hacia la plaza para disfrutar y empaparse de la gran energía y vitalidad que se siente en este lugar.

Acá van unas cuántas fotos para que se hagan una idea:

Panorámica de Djemaa el Fna, la plaza principal de Marrakech

Encantadores de serpientes en Djemaa el Fna

Unos vendedores de delicias dulces en Djemaa el Fna

¡De estos no pudimos escapar, y a Jani le pusieron dos monos encima!

Si si, para mi también hubo, y al instante el mono astuto me manoteó la gorra

Puestos de venta de especias en Djemaa el Fna, por la noche

Restaurantes al aire libre en Djemaa el Fna

Djemaa el Fna, con sus restaurantes nocturnos

Djemaa el Fna, con sus restaurantes nocturnos

Si bien una normativa aún vigente en la ciudad prohibe la construcción de casas de más de tres pisos en la medina de Marrakech, hay un edificio que escapa a la regla: La mezquita Koutubia.

Ubicada adyacente a Djemaa el Fna, el templo islámico está rodeado de preciosos jardines de rosas que dan una grata sensación de tranquilidad frente al caos de la plaza contigua.
Pero sin duda lo que hace famosa a esta mezquita es su minarete (o “alminar”), la enorme torre de 70 metros de altura que gobierna la ciudad y desde donde se hacen los llamados a rezo, o “adhan”.

Su estructura particular, de base cuadrada, fue el modelo a seguir por otras torres importantes de la época como la de la capital marroquí, Rabat, o la famosa “Giralda” de la ciudad española de Sevilla.

Cualquier vista de la ciudad incluye a la Koutubia, que aún estando hoy desnuda de las decoraciones de cerámica y estuco que alguna vez vistió, sigue siendo a Marrakech lo que la Torre Eiffel resulta a París: su indiscutible icono.

Por ser un centro religioso y dadas las leyes marroquíes, se prohíbe el ingreso a no musulmanes, por lo que hay que contentarse con apreciarla desde afuera.

La mezquita Kutubia, con su famoso minarete

La mezquita Kutubia, con su famoso minarete

Minarete de la mezquita Koutubia, Marrakech

Hacia todos los demás extremos de Djemaa el Fna se extiende el mercado tradicional más grande que existe en todo el país.
Estos bazaares abiertos o “zocos” (del árabe, “suq”) ocupan la gran parte de la medina marrakechí y su alocada forma de vida es probablemente el mayor atractivo de la ciudad.

Los zocos se dividen en zonas dependiendo del producto que mayormente se venda, entre los que destacan el famoso aceite de argán, el cuero y sus derivados, zapatos, henna para tatuajes, seda de cáctus, lámparas y adornos marroquíes y africanos, alfombras, especias, vestimentas árabes y juegos de té.

Los precios son accesibles, como en cualquier bazaar, pero la práctica del regateo es obviamente ley. El precio inicial jamás será el final, y el no regatear probablemente sea considerado una ofensa a su cultura, así que no se sientan culpables por hacerlo, que ellos no les venderán nada a un precio que no les resulte igualmente conveniente.

Aquí los vendedores me parecieron menos agresivos que en otros países árabes, por lo que aprovechen para mirar tranquilos, captar la gran fuerza vital que se siente en sus plazas y dejarse perder por el laberinto de callejones, que como ya he dicho anteriormente, no hay mapa capaz de guiarte a ningún destino dentro de la medina.

Tengan únicamente cuidado a las motos, ya que en la ciudad vieja de Marrakech no están prohibidas como lo está -por ejemplo, en la de Fez, y aunque se nota que tienen experiencia en esquivar gente conduciendo a velocidad, nunca está de más prestar atención.

Acá van algunas pocas fotos de los zocos de Marrakech, el atractivo más interesante de la ciudad y algunos de los curiosos habitantes que le dan vida diariamente:

Plazas internas en el zoco de Marrakech

Tiendas y más tiendas, el interminable laberinto del zoco

Callecitas de Marrakech

Al hombre no le gustó mucho que le saque la foto, pero me impactaron las cabezas ahí colgando

Narguilas (o “Shishas”) en venta en muchos de los zocos

Algunas secciones del zoco pueden resultar algo desagradables por la falta de limpieza…

En los zocos marroquíes se puede encontrar de todo, como véran…

Existen otros tantos sitios de interés en la ciudad imperial de Marrakech. En la Ville Nouvelle pueden encontrar el Teatro de la Ópera, el Palacio de Congresos, el Palmeraie (un vasto oásis repleto de palmeras con más de 100.000 plantas al noroeste de la medina) o los hermosos jardines franceses de Majorelle y Menara.

Al norte de la medina, siguiendo una intrincada red de callejuelas difíciles de seguir se encuentra la Madrasa de Ben Youssef.
“Madrasa” es el nombre que reciben las escuelas coránicas, es decir, los centros educativos del mundo árabe donde tradicionalmente se enseñaba religión y las demás asignaturas principales.
La entrada cuesta 50Dh pero el interior merece la pena de ser visitado.
A su lado se encuentra la mezquita homónima, y muy cerca también el Museo de Marrakech, con una colección permanente de arte marroquí y el resto de África.

Hacia el sur se halla el “Mellah”, el barrio judío. Su nombre significa “lugar de la sal”, ya que los comerciantes de esta religión monopolizaron el comercio de la sal y todo el mundo iba de compras allí para conservar sus alimentos. Se destacan la sinagoga y el cementerio.

Justo al oeste del Mellah se encuentran las ruinas del otrora palacio más importante de la ciudad: el Palacio Badí.
Fue edificado con gran lujo en el siglo XVI, y decorado con láminas de oro traídas de Tombuctú y mármoles de la India, pero no duró ni un siglo. Hoy la grandeza del pasado sólo es posible de imaginar. (Entrada 10Dh).

Muy cerca del palacio se encuentra una de las mezquitas más grandes de la ciudad: la Moulay Iyazid. Y junto a ella, uno de los secretos mejor guardados en la historia de Marrakech: las Tumbas Saadíes.
Por muchos siglos, sólo los locales sabían de la existencia de las tumbas de los antiguos sultanes y los extranjeros recién las descubrieron en el siglo XX. Algunos de estos sepúlcros están bellamente ornamentados con azulejos marroquíes y otros adornos.

Al sur del Palacio Badí se encuentra la Kasbah, la zona fortificada de Marrakech. Allí se localiza, sin acceso a visitantes, el Palacio Real. Aunque la familia del rey marroquí vive en la capital, Rabat, suelen utilizar este palacio como base para enseñar la ciudad a delegaciones extranjeras, por su mayor atractivo.

Por último, al norte del Mellah se ubica el Palacio Bahía, antigua construcción de exquisito diseño mandada a edificar por un visir de la corte. La entrada cuesta 10Dh y el patio central con sus fuentes, plantas de bananas e interiores de madera de cedro tallada valen la pena el costo.
Sólo es accesible al visitante una pequeña parte del mismo, ya que el complejo entero ocupa unas 8 hectáreas de superficie y tiene más de 150 habitaciones.

Como verán, Marrakech posee numerosos atractivos para el turista, de los cuáles nosotros sólo decidimos visitar unos pocos. La mayor parte de nuestro tiempo de estadía preferimos pasarla recorriendo los coloridos zocos de la medina, disfrutando del andar alocado de su gente mientras caminábamos o tomando un delicioso té de menta desde alguna de sus bonitas terrazas.

Cierro el post con algunas fotos más de la ciudadela roja de Marrakech, y pronto seguiré contándoles nuevas anécdotas desde Marruecos, nuestro primer destino en África. ¡Saludos a todos!

Fuente en el Palacio Bahía, Marrakech

Decorados islámicos del Palacio Bahía

Callecitas de Marrakech

Madrasa de Ben Youssef, Marrakech

En la puerta del Museo de Marrakech

Palacio El Badí, antigua mansión del sultán, hoy en ruinas

Tumbas Saadíes, en Marrakech

Un té servido a la usanza local. ¡Chapó!

Cous-cous, uno de los platos marroquíes más famosos

El tagine de verduras, otra delicia de la gastronomía local

¡Saludos desde Marruecos!