PRÓLOGO La ira de un amor perdido
Desde un callejón frío y envuelto en sombras, dos mujeres observaban las esbeltas y feroces murallas que cercaban la residencia de la familia real de Myrendul. El castillo estaba bien protegido; adentrarse en él era una tarea harto compleja para cualquier ser humano. Pero ellas no eran humanas. El viento helado de finales de noviembre les besó la piel y agitó sus cabellos. Las hadas se ajustaron las túnicas y se aseguraron de que sus alas permanecían ocultas y debidamente plagadas bajo la pesada tela. — Emberia —murmuró una de ellas—, ¿de verdad quieres hacerlo? Pienso que no habrá vuelta atrás...— Lo he pensado mucho, Yilda —repuso la aludida sin apartar su mirada violeta del alcázar—. Está decidido. — Nuestra reina no estará contenta. —Me da igual. No me importa lo que haya dicho ni lo que vaya a decirme cuando regrese. — No se trata de lo que diga, sino de lo que haga —susurró la otra—. El destierro será su primera opción. Emberia alzó una ceja y miró un momento a su amiga. 〉〉〉