Primero metal, luego papel y después... nada

Publicado el 25 enero 2013 por Dean
Dos moritos hablando de sus ganancias del día: -¿Cuánto dinero sacaste hoy?
-20 euros
-¿Qué tenías escrito en el cartel?
-Lo típico, tengo una mujer y cuatro hijos que tienen hambre...
-¿Qué has sacado tú?
-2.000 euros
-¿Qué coño tenías escrito en el cartel?
-Me faltan 100 euros para volver a Marruecos.



Ha dicho mi niña: Papá, cuéntame un cuento. Y he empezado este relato que seguramente hoy le hará dormir, pero que con el paso del tiempo le producirá insomnio, como a la inmensa mayoría de la población.
Es una historia que comienza en la época colonial, con los sueños avariciosos de los españoles que noche tras noche y día tras día solamente pensaban en acumular inmensas cantidades de oro y plata. Cruzaron el terrible océano, lucharon con guerreros formidables y arrasaron poblaciones enteras para adquirir el anhelado oro. 
No pasó mucho tiempo y los sabios de aquel entonces descubrieron que se podía reemplazar todo ese oro por trozos de papel que llamaron billetes, y que el valor de los metales preciosos no era absoluto sino que valían lo que otros estaban dispuestos a darles por ellos. Decidieron que los billetes los podían imprimir unos bancos llamados bancos centrales. Establecieron toda una serie de reglas y normas para el funcionamiento de tales bancos, pero la peor de todas era la de poder prestar este dinero a otros y cobrarles a cambio una comisión que llamaron interés. A raiz de esos créditos nació un complejo sistema financiero en el que aparecieron además los bonos con los que se financian los estados;  aparecieron las acciones y el mercado de valores con sus respectivas burbujas que se han inflado y desinflado por un período de más de 400 años; se convenció a toda la población mundial de que era muy importante tener una cuenta bancaria, y que se podía comprar todo lo que uno quisiera ya que no era necesario el dinero, pues el banco nos lo prestaba y se lo podíamos ir pagando poco a poco. 
Así que el mundo se dió cuenta de que podía comprar sin dinero; como por arte de magia la gente se empezó a endeudar en una loca y desaforada carrera por tener cosas que los medios de comunicación nos decían que era preciso tener para ser felices: Un coche, una casa, juguetes, lujos, viajes y todo lo que la imaginación nos permitía. Y también hubo algunos que se dieron cuenta de que podían obtener dinero sin dinero, con la especulación. La economía dejó de estar basada en la producción para basarse en las finanzas, un invento maravilloso que enriquece formidablemente a unos pocos pero que empobrece a la gran mayoría. 
Nos dijeron que lo mejor que tenía el mundo era la moda, y como todos queríamos lo mejor, pues nos dedicamos a conseguir todo lo que la moda nos imponía con sus ídolos y famosos. Tenemos que agradecer a la televisión tan maravilloso descubrimiento, ya que los libros en su inmensa sabiduría jamás nos habían enseñado tales cosas. 
Pero los que habían aprendido a ganar dinero sin dinero, los especuladores, nos tenían una sorpresa preparada, añadieron un ingrediente que cambiaría el funcionamiento de las cosas: El miedo. Crearon una crisis para infundirnos ese terrible temor a no poder adquirir las cosas que la moda nos impone. Con el miedo incrustado en nuestros pechos nos quedamos en casa asustados, ya no salimos a consumir como locos y se paralizó la circulación del dinero, por lo que los bancos ya no disponían de su fuente de riqueza y tuvieron que acudir al estado para que los rescatara con sumas multimillonarias.  Los especuladores empezaron a susurrar cosas al oído de la gente, así que esta empezó a enloquecer. En su locura eligieron mal a los gobernantes que ni cortos ni perezosos aprovecharon la ocasión para robar al pueblo y llevarse sus billetes a otros reinos en los que el dios dinero tenía los palacios más suntuosos y los que llegaban con arcas llenas de billetes eran recibidos como reyes. Cuanto más miedo tenía el pueblo, más grande era su delirio y menos caso hacían a los sabios. En el reino del toro y la hipoteca para toda la vida, se evitaba hablar del tema y mejor se comentaban los resultados de la liga y los últimos fichajes, temas amables que a nadie hacían daño y que recompensaban por las tristezas de no poder volver al consumismo de antaño ni a los dictados de la moda. 
La locura de este lugar llegó a tales extremos que, a pesar de que ya la gente no tenía trabajo y tenía que emigrar a otros reinos; a pesar de saber que sus gobernantes eran corruptos y robaban la comida de sus hijos, y a pesar de que la familia real se burlaba de ellos y los trataba como a bufones, seguían en sus casas asustados mirando a la tele con la esperanza de que sus santos y sus vírgenes les hicieran el milagro de devolverles la cordura.