Después de unas semanas de periodo de adaptación tratamos de volver a la normalidad familiar poco a poco, como se puede o nos dejan las circunstancias. Era la primera vez que nos enfrentábamos a horarios impuestos, entradas y salidas, ausencias y todo lo que conlleva la escolarización de un hijo. Mi hija no había acudido a ninguna guardería o escuela infantil y todo nos resultaba bastante nuevo, sin embargo la adaptación ha transcurrido con mayor normalidad de la que nos cabía esperar, al menos para la pequeña.
Como madre me preocupaban los llantos ante la fila de amigos, la sensación de abandono frente a sus miedos cuando es inducida a entrar a un lugar al que no deseaba, y la mirada hacia atrás en búsqueda de refugio sin consuelo. Debo decir que el panorama no fue tan agónico, los primeros días carecimos de llantos (a excepción de una mañana al final del periodo lectivo), entraba y salía del centro escolar ciertamente contenida, pero al encontrar nuestra mirada su cara se transformaba en una sonrisa, algo que como padres nos aliviaba. Transcurrida una semana y tras una mala noche de descanso, la situación cambió radicalmente, se despertó cansada y apática, no deseaba ir al cole y solo quería quedarse en casa. Negociamos un rato, desayunó y emprendimos el camino, ella resignada y yo preocupada. Ya en la fila para entrar comenzó el berrinche, las lágrimas corrían por sus mejillas y miraba buscándonos entre el grupo de padres que la rodeaban esperando que le tendiéramos una mano que las rescatase de esa situación. Eso nunca ocurrió, mi corazón se encogía a cada lágrima pero sabía que debía dejarla enfrentarse a sus propios miedos, volar sola... Reconozco que no es fácil, que durante la mañana miraba el teléfono esperando que me llamasen para ir a recogerla, que mi estomagó estaba cerrado y mi corazón encogido, pero las horas pasaron y al finalizar el horario lectivo todo había quedado en un mal recuerdo. Apareció en la fila al doblar la esquina, y cuando se encontraron nuestras miradas, sonrió, esperó su turno para lanzarse a mis brazos y continuamos el día.
Después nos visitaron los primero virus, voz tomada, tos, mocos y algunas decimas de fiebre nos han acompañado durante el fin de semana, y aún colean en casa. Ya nos avisaron que es algo bastante común durante el primer año de clase, que entre niños los virus circulan a sus anchas y que necesitan inmunizarse sobre todo cuando no han acudido a la guardería con anterioridad. Pero tampoco es nada extraño con los cambios de temperaturas que tenemos, tan pronto manga larga un día, que calzonas y tirantes otro, para volverse locos buscando el atuendo diario, ¿no?
¿Cómo lo están llevando vuestros hijos? ¿Y vosotros?