Primeros pasos en la evolución de la conciencia: el Puer Aeternus.

Publicado el 26 febrero 2013 por Rafael García Del Valle @erraticario

El concepto de puer aeternus se utiliza en psicología para designar a personas que manifiestan actitudes propias de la etapa adolescente y que se niegan a madurar, rechazando asumir las responsabilidades propias de la edad adulta. Se trata, en realidad, de un complejo materno por el que el individuo necesita de una figura en su vida que represente a la madre protectora. Según leemos en un ensayo del escritor y psicoanalista José Antonio Delgado sobre el tema:

Anhelan la mujer maternal que les abrace y les proteja, les cuide y les comprenda. Cuando entran en contacto con una mujer, estos hombres se decepcionan al comprobar que la imagen que ellos habían proyectado no encaja con la persona de carne y hueso que tienen delante, de modo que se alejan sólo para proyectar la misma imagen de la Diosa Madre en su próximo contacto.

Debido a ello, temen el compromiso y suelen subordinar el amor al poder, de forma que el concepto de amor queda reducido a un mero intercambio sexual falto de compromiso o, por otra parte, a una búsqueda “romántica”  de la “diosa” ideal, un cálido vientre donde refugiarse, de manera que la decepción y la inseguridad están a la orden del día en cuanto se profundiza un poco en la relación. De igual forma, en el caso de las mujeres, este complejo se manifiesta bajo la imagen de la femme fatale que usa al hombre como instrumento de sus ambiciones o que busca, en su desamparo inconsciente, al príncipe azul que cubra sus necesidades de protección.

Otra característica es la incapacidad de tales personas para adaptarse a la sociedad –no quiere abandonar el regazo de la madre— bajo la máscara de un falso individualismo, así como de una patente falta de voluntad, debido al poco desarrollo del ego, el cual está tan disuelto en la figura materna que son incapaces de pensar por sí mismos. Tampoco de reconocer sus limitaciones personales, errores e incapacidades. Es así que, a primera vista, sólo se ve la máscara con que se cubren, antojándose personas seguras y con pensamientos claros.

Carneros y borregos

Esto conlleva un peligro asociado, pues la falta de juicio de sí mismos les puede convertir en falsos líderes de grandes rebaños que, compartiendo ese mismo adormecimiento por incapacidad autocrítica, se afirman despiertos, libres de pensamiento y obra mientras se dirigen, sin poder evitarlo –he ahí la terrible ironía que sobrevuela a todos—, al precipicio.

En este sentido, cabe citar una nota sobre la figura del borrego que encontramos en otro artículo de J.A. Delgado, “Réquiem por una muerte anunciada“:

A este respecto me gustaría prestar atención al significado de la palabra borrego o cordero en griego. En esta antigua lengua el término probaton procede de un verbo que significa “ir hacia delante”, refiriéndose al animal que anda hacia delante. Este verbo alude a la necesidad impulsiva de este animal de no poder hacer otra cosa que ir hacia delante. Esto enfatiza el aspecto más negativo del borrego que no tiene otra opción que seguir al carnero, su guía, allá donde vaya. Cuando una manada de lobos persigue a un carnero y lo conduce hacia un desfiladero para que se precipite al vacío, detrás de él irá el resto del rebaño. Se precipitarán inexorablemente al vacío. [...] A veces observamos este tipo de conducta en la gente que va a comprar un libro o que admira un cuadro en una galería de arte. Se guía por el criterio de la mayoría y, aunque sea un auténtico bodrio, puede convertirse en un éxito de ventas. Precisamente en esa tendencia colectiva se apoyan las grandes empresas para promocionar sus productos y, por ende, de ahí también el éxito de la propaganda. Así, uno debe sacrificar al cordero dentro de sí mismo si quiere adquirir la libertad de pensamiento y acción derivada de la disolución de la identificación inconsciente con el colectivo.

Los tipos de aborregamiento pasan por dos fases. En una primera, el individuo aún está a las órdenes del Padre arquetípico, como se apuntó en un artículo anterior dedicado al tema. Esta fase es fácilmente superable, pues la gran arma para vencer es la rebeldía de una conciencia que siente los primeros atisbos de individuación. Surge entonces el gran obstáculo en el que muchos, la mayoría, quedan atrapados. Aquí encontramos que, debido al antes mencionado falso individualismo, o al menos incompleto, la persona se ha podido rebelar contra los líderes sociales al uso, pero sigue prisionera de una figura protectora: la Madre.

De la misma forma en que esta figura arquetípica se proyecta en la pareja, también lo hace en las instituciones sociales. Así, vemos cómo existe la rebeldía contra el poder establecido, pero no se dan los pasos para emanciparse del mismo, sino que se espera de él cuidados y atención. Es decir, se produce una rebelión contra el Padre, figura proyectada en los aspectos de autoridad y poder, pero se busca la dependencia, en cuanto manifestación de una profunda inseguridad interior, de la Madre.

Lo cual es, obviamente, legítimo, pero carece de sentido si la persona permanece ignorante de que su libertad pasa por el trabajo interior, a riesgo de que, de no ser así, se convertirá en un ente parasitario cuya vida depende de fuerzas cuyo origen real desconoce, no en el Ser completo a que debe apuntar toda rebelión que se tenga por seria. En términos sociales, resulta completamente inútil cuando la Madre es la malvada bruja que alimenta a millones de Hansels y Gretels sin que éstos se den cuenta de que, lejos de proporcionarles cuidados, les está cebando para, a cada cual en su momento, cocinarlos al horno.

Al respecto, en otro ensayo sobre el puer aeternus, el psicoanalista Raúl Ortega afirma que “la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de este planeta viven inmersos en el complejo materno. […] Estos hombres y mujeres se casan, tienen hijos y trabajos estables, y mueren como perfectos ciudadanos, maduros y adultos. Pero con respecto a la individuación, nunca han dejado de ser niños”.

Inadaptación sombría vs. inadaptación luminosa

El complejo materno trae como resultado un parón en dicho proceso de individuación, por el que se forma un ser autónomo y psicológicamente completo, que sitúa al individuo en una posición socialmente complicada, rebelde e inadaptado, que protesta contra el sistema pero que no termina de progresar en su desarrollo interior:

Buscan a la madre que los comprenda y que les ofrezca el éxtasis extramundano en toda mujer a la que persiguen. A menudo acaban colgándose del sistema por un margen, a la manera de un parásito, como un niño enganchado a la teta de una madre que no lo quiere reconocer. […] Se quedan siempre como adultos que giran alrededor de su infancia y adolescencia, pero que no acaban de encontrar el camino hacia el auténtico niño, el Niño Interior, que empezaría a decirles qué es lo que están buscando, qué es lo que deben hacer en realidad.

El auténtico Niño Interior es la forma luminosa del arquetipo del puer aeternus, una vez comprendida la causa inconsciente. Al contrario que su aspecto sombrío, por el que se desarrolla esa falta de madurez ante la vida, la fuerza infantil es la que permite el acto creativo y la renovación, la espontaneidad y el aspecto lúdico necesarios para conformarse como individuos desarrollados frente a la marea de fuerzas externas que buscan condicionar la vida de las personas.

Y he aquí la gran diferencia entre lo que es un complejo materno y lo que es el influjo del arquetipo de la Madre. El primero es un estancamiento por no atreverse a indagar en el arquetipo, produciéndose una inflación, es decir, un dominio del inconsciente ante el que la consciencia no ha tenido fuerzas para enfrentarse. De manera que la individualidad manifestada es sólo máscara y pretensión, pero, como se ha dicho, se dirige prisionera hacia el abismo: rebeldes indolentes que sólo alcanzan a evadirse.

El segundo consiste en un trabajo personal de enfrentamiento con uno mismo, de tomar consciencia de los arquetipos internos que nos gobiernan, en este caso la Madre, para superarlos y avanzar en el camino de individuación.

La base del psicoanálisis junguiano es que todos buscamos valores arquetípicos que nos hagan experimentar un valor incorruptible. Al no buscarlos dentro, al no ser conscientes, los proyectamos en otros y nos volvemos dependientes del exterior, ya sean personas, ambiciones, cosas, porque sentimos que carecemos de ese valor que nos permitiría ser independientes. Al reconocer el arquetipo en nuestro inconsciente, nos sentimos completos y nos convertimos en seres independientes.

Es así que arrancar de raíz al puer aeternus no es la solución, pues la desconexión con la parte luminosa del ser interior deriva en una rigidez vital caracterizada por la incapacidad para expresar sentimientos, la intolerancia y la falta de empatía. Estos individuos no han superado la sombra del arquetipo, sólo la han reprimido, de forma que cuando se indaga en ellos se descubre, en palabras de J.A. Delgado, “una adultez que no es sino una máscara encubridora de un infante rapaz de terribles exigencias, que demanda una atención, unos cuidados y una comprensión rayana en lo patológico”.

En palabras de Jung:

No es infantil tan sólo el que continúa siendo niño demasiado tiempo, sino también el que se separa de la niñez y opina que ya no existe lo que él no ve. Sin embargo, el que regresa al “campo de la niñez” cae en el miedo de tornarse infantil porque no sabe que todo lo originariamente anímico tiene un rostro doble: uno que mira hacia delante y otro que lo hace hacia atrás. Es equívoco y, por consiguiente, simbólico como toda realidad viva.

(Psicología y Alquimia)

El niño es necesario en cuanto que es el niño divino que lleva al individuo a su siguiente etapa de desarrollo. Si la sombra, el complejo materno, se supera y se reconoce la manera en que se es dependiente de la figura arquetípica de la Madre, entonces se entra en el conocimiento de lo intuitivo. Siguiendo a Raúl Ortega, estamos entonces ante un tipo de inadaptado social muy diferente:

Pero cuando la introversión logra encontrar una imagen arquetípica real, una idea de Dios o de Diosa, el introvertido se encuentra con algo que acaba de nacer, con un Puer Aeternus que acaba de parirse al mundo. Lo que ha encontrado es, de nuevo, un Niño Jesús, y el carácter de ese introvertido no puede confundirse con el de un niño inadaptado a las responsabilidades de lo social. Sencillamente, no hay lugar para ese Dios en lo social, y el pobre introvertido tiene que partir de cero para encontrarlo.

Estos hombres no son niños grandes. Son Parsifal, que nunca perdió la inocencia que da estar en contacto con el mundo interior, siempre agreste y salvaje, aunque él abandonara a su madre sin piedad siendo un adolescente, para recorrer el mundo y la corte. Cargan con el peso y la responsabilidad de renovar un trono, no de adaptarse a él.

Estos hombres ven a menudo como una y otra vez todo lo que construyen se les hunde. Son befa y escarnio de la comunidad, constantemente. Pierden la fe, pues nadie les apoya. Pero es que el héroe sólo puede encontrar un tesoro, sólo uno, el que le corresponde a él, y ya pasa mucho hasta enterarse de cuál es. Difícil es hallar la materia prima, difícil los instrumentos, difícil es el Arte.

Es un error muy común presuponer y no diferenciar que es lo mismo tener complejo materno, que ser portavoz de una nueva revelación, recién nacida del útero de la Gran Madre.

Es decir, ya no estamos ante el niño malcriado del complejo materno, sino ante el Niño divino, aquel que llega al mundo para superar las limitaciones impuestas por su época, el cual crece y se convierte en el Héroe. Pero en ese proceso pueden ocurrir muchas desgracias y malograrse la aventura.

El infernal parto del niño divino

Este niño divino nace de un primer acceso de la consciencia al mundo inconsciente. Es la primera unión entre lo material y lo espiritual del ser humano. Al igual que ocurre con los procesos iniciáticos de todas las épocas, el psicoanálisis también concibe el periodo relacionado con este “nacimiento” del Niño como una etapa muy oscura para la persona – las molestias del embarazo y los dolores del parto—, la cual se enfrenta con todo aquello que no reconoce de sí misma y que, por tanto, se presenta como ajeno y hostil hasta que no es integrado. Según J. A. Delgado, el primer contacto con el inconsciente se traduce en “un aluvión de sentimientos negativos de culpabilidad, de inadecuación, etc., que es lo que tiende a suceder cuando el individuo se enfrenta a su sombra”.

La alquimia describe este proceso de transmutación interior en términos químicos. La primera fase se llama es la nigredo, por la cual se produce la descomposición de los elementos, su disolución y su posterior unión en una sustancia depurada.

Los alquimistas hablan del padecimiento como parte inicial del trabajo alquímico. Extrayendo algunas citas del libro Psicología y alquimia de Jung, leemos, por ejemplo que:

Es muy estrecho el sendero que conduce a la paz, y nadie puede llegar a ella sino a través de los padecimientos del alma.

O también:

Hay en la química un cierto cuerpo noble (lapis), en cuyo comienzo domina una amarga miseria, pero en cuyo final reina un alegre deleite. Así he aceptado que también me ocurriría a mí, a saber: que primero habría de sufrir dificultades, tristeza y cansancio, pero que finalmente llegaría a ver todas las cosas más alegres y ligeras.

La nigredo se muestra, así, como un proceso de tinieblas anímicas. Los alquimistas hablan de la meditación como un diálogo interno con lo invisible mediante el cual “llega más espíritu a la piedra, es decir que ésta se espiritualiza, volatiza o sublima todavía más”. Al meditar, “se te abrirá un flujo salvador, que brota del corazón del hijo del gran mundo”, un agua “que el hijo del Gran Mundo nos da, y que mana de su cuerpo y de su corazón como una verdadera Aqua Vitae”.

Junto a esta meditación, meditatio, la imaginatio es otro concepto importante en cuanto que expresión de los contenidos del inconsciente, es decir, la visualización de contenidos arquetípicos, en una realidad intermedia aún no material, que únicamente puede expresarse de manera suficiente por medio del símbolo. “El símbolo no es abstracto ni concreto, no es racional ni irracional, tampoco real ni irreal. Es, en cada caso, ambas cosas”.

En el primer contacto con el inconsciente, si el individuo no está suficientemente preparado, aparece el primer obstáculo que puede abortar el proceso y derivar hacia el complejo materno: se desarrolla una actitud de superioridad, de endiosamiento. El ego aún no ha sido capaz de trascender los límites de la personalidad, de la máscara, por lo que la experiencia sigue girando en torno a uno mismo, ciega a la auténtica dimensión que se abre más allá. El sujeto se considera un elegido, sin haberse percatado, es decir, sin que la conciencia haya asumido el control, de la renuncia que se le exige en términos de “persona”.

Peligro de inflación

Usaremos aquí una cita de Yo y el inconsciente, de Jung, encontrada en un artículo de Ángel Almazán sobre los peligros del endiosamiento en el camino de individuación:

No negaré en general la posibilidad de que haya profetas verdaderos, pero para mayor precaución, me permitiré dudar en principio de cada caso, pues lo que está en juego es demasiado grave para que uno pueda decidirse despreocupadamente a creerlo legítimo sin más ni más. Todo profeta verdadero protestará por lo pronto enérgicamente en contra de toda pretensión inconsciente que quiera adjudicarle este papel. Por lo tanto, cuando, súbitamente, surge un pretendido profeta, más vale interpretarlo como una pérdida del equilibrio psíquico.

Pero, además de la posibilidad de convertirse en profeta, se brinda también otra satisfacción más sutil y aparentemente más legítima: la de convertirse en discípulo de un profeta. Esta tendencia resulta poco menos que ideal para la gran mayoría. Sus ventajas son múltiples: el “otium dignitatis”, o sea, las obligaciones sobrehumanas del profeta, queda reemplazado por un “otium indignitatis” tanto más agradable: uno es indigno; modestamente está sentado a los pies del “maestro”, guardándose de toda idea propia. La pereza espiritual se convierte en virtud; se tiene el derecho de disfrutar el sol de un ser por lo menos semidivino. El arcaísmo y el infantilismo de la fantasía inconsciente quedan satisfechos sin esfuerzo alguno de su parte, puesto que toda obligación queda transferida al “maestro”. Glorificándole a él, uno se eleva a sí mismo, aparentemente sin darse cuenta de ello; además, la grandiosa verdad, aunque no ha haya descubierto uno mismo, por lo menos la recibió directamente del “maestro”. Naturalmente, los discípulos siempre se unen con solidaridad, no precisamente por cariño, sino guiados por el bien entendido interés de producir una unanimidad colectiva, que ha de confirmarlos a todos en sus propias convicciones, sin trabajo alguno.

Esta es una identificación con la psique colectiva, que parece muchísimo más recomendable; otro tiene el honor de ser profeta, y con ello asume también la peligrosa responsabilidad. Uno mismo no es más que un discípulo, pero con ello siempre será un coadministrador del gran tesoro descubierto por el maestro. Se comprende y siente toda la dignidad, todo el peso de semejante cargo, y se considera como deber máximo y como necesidad moral denigrar a todos los que piensan de otro modo, hacer prosélitos e iluminar a la Humanidad en general, exactamente como si uno mismo fuese el profeta. Y son precisamente aquellos que han ido a refugiarse detrás de una “persona” aparentemente modesta los que de repente aparecen a la faz del mundo inflados por identificación con la psique colectiva. Pues, tal como el profeta es un prototipo de la psique colectiva, también resulta serlo su discípulo.

En ambos casos sobreviene una inflación por el inconsciente colectivo, y la independencia de la individualidad sufre un menoscabo. Pero como que no todas las individualidades, ni mucho menos, poseen suficiente energía para la independencia, la fantasía de discípulo será acaso lo mejor que sepan conseguir. Los goces de la inflación vinculada con ello, son entonces, por lo menos, una pequeña indemnización por la pérdida de la libertad espiritual. También hay que apreciar en lo que vale el hecho de que la vida de un profeta, verdadero o imaginario, está llena de sufrimientos, de desengaños y privaciones, de modo que el séquito de los discípulos, con sus cánticos y hosannas, adquiere el valor de una compensación. Todo esto resulta humanamente tan comprensible, que casi tendríamos que maravillarnos si un destino cualquiera hubiese de conducir más allá.

Convirtiéndose en héroe

El Niño tiene que ser fuerte para emprender su aventura como héroe. Es por ello que las primeras pruebas se presentan muy duras, pues se debe demostrar que se está capacitado para enfrentar el terror que implica descender a los infiernos y enfrentarse a las bestias que allí habitan. De lo contrario, el individuo corre el peligro de sucumbir ante las manifestaciones de violencia incontrolada que le aguardan.

La pérdida del control de la vida por parte de la conciencia y su sometimiento al inconsciente, ese adormecimiento que nos hace creernos tanto o más libres y despiertos que el resto, es lo que se muestra en los peligros que describen los mitos y cuentos populares, y que el humano actual ignora con insensata soberbia.

La superación de tales obstáculos suponen, por otra parte, una tarea muy dolorosa para el héroe pues, tal y como se describe en el cuento alquímico La montaña del Fénix, de Friedrich von Licht:

Cada paso hacia una consciencia más alta constituye una especie de hurto a los dioses. Por el conocimiento se comete, en cierta medida, un robo del fuego divino, es decir, algo que era propiedad de fuerzas desconocidas e inconscientes es arrancado a la ignorancia y sometido a la luz y arbitrio de la conciencia. El hombre que ha usurpado el conocimiento sufre una ampliación de la consciencia. Ese hombre se ha elevado sobre lo humano de su tiempo y, debido a ello, se ha alejado de la humanidad común, quedándose solo. El tormento de esa soledad es el precio a pagar: el ya no puede volver entre los suyos, se ha desprendido del rebaño.

Se use la tradición que se use, salvo las modernas soluciones exprés de fin de semana y congresos multitudinarios con mercadillos de incienso y piedras de colores, siempre leeremos lo mismo. Que quien se adentra en el auténtico sendero de la evolución de la conciencia sólo avanzará tras haber medido sus fuerzas con obstáculos superiores y haber sido capaz de superarlos. Y que quien, en cambio, sólo experimenta estados de calma y sosiego, no ha avanzado. Al contrario, ha huido del enfrentamiento. Su paz interior se debe, pues, a la falta de experiencia, no al conocimiento espiritual y su utilización.

Y aquí encontramos otro obstáculo en forma de inflación, sólo que en términos negativos, pues el endiosamiento tiene su reverso en el victimismo, un mecanismo del ego cuyo propósito es embaucar y acaparar poder, esta vez no como líder del rebaño, sino como oveja predilecta que reclama atención. Es decir, el niño mimado que, al no obtener lo que quiere de la vida, acude a mamá.

El viaje del héroe que deja atrás su hogar familiar es el “impulso hacia la emancipación y madurez del ser y la conciencia, impulso hacia la diferenciación individuatoria. El primer contacto con la Madre, después de haber derrotado al Padre, es el encuentro de Edipo con la terrible Esfinge cuyas preguntas buscan inquietar al héroe que aún no ha atisbado siquiera los primeros peligros de su aventura. En términos modernos, el mito se disfraza, más amablemente, de un Luke Skywalker que se ve arrojado del que siempre creyó su hogar familiar y se sumerge en una aventura que aparentemente le supera pero de la que no puede escapar.

El camino del puer aeternus, si no sucumbe, es la progresión hacia el inconsciente colectivo más allá de lo meramente personal. Deberá asumir el ingrato –nadie lo quiere, si se piensa en ello— papel de héroe, al contrario de la actitud de evasión y huida que caracteriza al rebelde sin causa, y su vida estará marcado por una aceptación del sufrimiento de la existencia como camino hacia la muerte del ego, un proceso que, tras innumerables pruebas y superación de obstáculos, culminará en la mayor de todas, el destino final del Héroe, con mayúsculas: la crucifixión.

Es lo que el cristianismo esotérico, en forma de rosacruces, martinistas o antroposofistas, llama el secreto de la evolución: el misterio del Gólgota. La muerte del hombre y el renacimiento del Cristo, ya sea en la narrativa religiosa de Jesús o pagana de Perceval.

Pero esas son historias para otra ocasión…