Primeros síntomas

Publicado el 17 noviembre 2012 por Abel Ros

Somos la misma España de Quevedo. Aquel país de envidiosos y chismosos que describió el escritor en sus páginas del Buscón


urkheim, sociólogo francés del XIX, tenía razón. En tiempos de crisis surgen corrientes de desafección colectiva que terminan por aumentar las curvas del suicidio. Las ráfagas del desahucio y la imitación como solución, han esculpido con los martillos de la desesperación las últimas lápidas del cementerio. En las democracias de banda estrecha – decía el antropólogo de la urbanidad – el Estado se convierte en un espectador simbólico de la escena ciudadana. El anónimo del asfalto se pierde en los laberintos de la diversidad. Solamente sobreviven del perdón depredador, aquellos que consiguen espantar a las fieras de la selva de su periplo vital. Los débiles, aquellos mediocres del párrafo social – viven sumergidos en las aguas de la mendicidad en búsqueda de plataformas que les brinden la oportunidad de gritar.

Es la nueva España, queridos hermanos, del Estado Asistencial. Los tiempos del corporativismo "prefelipista" dieron lugar a la tranquilidad del Bienestar. En los tiempos de Suárez – decía Galván, en las tribunas de Madrid-, solamente tenían derecho a la protección social "los cuellos azules", dados de alta en la hucha social. Gracias a las maniobras de González, el sistema se universalizó. Hoy, unos cuantos años después, las políticas de Rajoy han retrocedido a los tiempos parciales del ayer. Las políticas merkelianas, de austeridad y contención del gasto social, nos ha situado en el espejo roto de roto de Perón. El mismo cristal, que décadas atrás quisieron imitar nuestros coetáneos de ultramar. Mientras Obama saca pecho por el fortalecimiento conseguido en las clases medias del Norte. En la Hispania de Mariano retrocedemos como cangrejos a los postulados del viejo comunista. La distancia entre burgueses y proletarios – decía Marx en el Capital – será tan grande que las manos ásperas del sistema tendrán que tomar conciencia para evitar su retroceso a los tiempos de esclavitud.

La imagen decadente del país nos sitúa en un sistema enfermo con úlceras sangrantes por todos sus órganos vitales. La corrupción institucional, la economía sumergida, el empobrecimiento de los servicios públicos, las grietas territoriales, la desideologización de los partidos, la lenta agonía de los medios, la falta de profesionalidad, el clientelismo político, el éxodo de talentos, el fracaso escolar y la sumisión a la troika son, entre otras muchas, las complicaciones que presenta un sistema enfermo más cercano a la tristeza que a la curva de los ricos. Con este mantel sobre la mesa de los hambrientos es de sentido común comprender la foto merecida desde las portadas de arriba.

El simbolismo presente de las manifestaciones presentes confunde más que aclara el mensaje de los demócratas 
 
Desde la Crítica intelectual debemos reflexionar en términos dialécticos y olvidarnos, por un momento, de los esquemas ideológicos auspiciados por la partidocracia del instante. Solamente alejándonos de los discursos anquilosados de la izquierda y la derecha podremos, entre todos, salir airosos de este desaguisado. Mientras sigamos por la senda de la división estaremos más pendientes de las orillas que nos separan que de las aguas que nos unen. Por ello debemos desintoxicar el intelecto de la prensa parcial de nuestros días, y construir la razón ciudadana con los mimbres de la lógica.

Es la nueva España, queridos hermanos, del Estado Asistencial

El simbolismo ideológico de las manifestaciones presentes confunde más que aclara el mensaje de los demócratas. Las banderas republicanas y los insultos mediáticos entre ambos lados de las trincheras solamente nos conduce a la construcción de discursos estancos en medio de mares turbulentos. En días como hoy, somos la misma España de Quevedo. Aquel país de envidiosos y chismosos que describió el escritor en sus páginas del Buscón. Lamentable.

Artículos relacionados:
El hombre incómodo