Su última cinta, “Primos”, constituye una muestra significativa de un cine de corte sencillo, intimista y cercano, volcado en historias personales, de seres de carne y hueso, con los que el espectador puede empatizar desde la identificación, bien propia, bien conocida por cercanía, y con un tono de vocación marcadamente amable. Una línea de creación ya exhibida desde su (agradablemente) sorpresivo debú, con “Azuloscurocasinegro”, y confirmada posteriormente en su siguiente film, la no tan lograda “Gordos”, que ahora se consolida, de manera plena y contundente, en esta tercera entrega: una historia típica de iniciación, de trazado de itinerarios personales —a partir de un aldabonazo existencial que se erige en pretexto argumental para el arranque de la trama—, y en el que, aun cuando no se obvia el desarrollo de una historia concreta, con su planteamiento, nudo y desenlace atenidos a cánones convencionales, pesa más el retrato de personajes que la urdimbre del relato.
En “Primos” comparecen, pues, y como corresponde a una cinta que podría erigirse en paradigma de eso que conocemos como comedia amable, no ciertos temas, sino “los” temas: el amor, la amistad, y cómo el paso del tiempo va condicionando nuestra percepción de lo que uno y otra suponen y constituyen, y cómo nos van moldeando y haciéndonos aquello que, antes o después, terminamos siendo, en un proceso de maduración siempre doloroso, por todo aquello que se pierde —con toda certeza— en contraposición a lo incierto de aquello que, al menos supuestamente, se gana. Pero estamos ante un dolor tamizado por un punto cómico permanente que, sin sarcasmos ni ironías amargas, siempre termina dulficicando incluso aquellas líneas de la trama (la de la relación entre el personaje del Bachi, un alcohólico de manual —interpretado con su habitual solvencia por uno de los “fijos” de Sánchez Arévalo, como es Antonio de la Torre—, y su hija, que trabaja en un “bar de lucecitas” cercano a pueblo —una Clara Lago que hace un esfuerzo notable por encajar en un papel para el que, probablemente, no es el suyo el perfil más apropiado—), que hubieran podido proporcionar, desde un enfoque más “negro”, una visión global más amarga.
Pero ya se apuntaba a que “Primos” es una comedia de personajes; los primos del título, un trío que, desde sus diferencias de perfil, sus idiosincrasias tan distintas y tan distantes, consigue, gracias, sobre todo, a la contribución de los personajes “complementarios” con los que traban relación (y que los completan, moldeando su dibujo, hasta convertirlos en arquetipos fácilmente reconocibles, con los que se sintoniza de manera natural), hacérsenos simpáticos, cercanos, “coleguillas” con los que a uno no le desagrada compartir esa hora y media, cada cual a su lado de la pantalla, pero en esa comunión que solo el cine propicia. Tres tipos que, cada cual a su manera, no son ni mejores ni peores que cualquiera de nosotros; seres humanos nada especiales, comunes, con experiencias vitales ordinarias. Y, además, bien intepretados por tres actores jóvenes, con una carrera aún en la rampa de lanzamiento y que, a buen seguro, y si siguen trabajando con continuidad, y puliendo los lógicos defectos que aún exhiben, habrán de darnos muchas satisfacciones: Quim Gutiérrez, Adrián Lastra y, brillando con especial intensidad (es también su papel el más agradecido, con ese puntito canalla), un Raúl Arévalo en el que no cuestan ver destellos y apuntes del cómico de raza que cierta línea de cine español siempre ha cultivado con especial deleite, y en cuyo olimpo, si no se tuerce en sus buenas hechuras, tiene un huequecito reservado.
La de “Primos” es, en suma, una propuesta liviana, simpática, sin mayores pretensiones de trascendencia que las que pretenda otorgarle aquel que quiera (si ése es su deseo, la película no se lo impide...) extraer de ella mensajes de cierto calado acerca de la vida, el amor, los engaños y los desengaños. Los que no pretendemos ni siquiera eso, nos podemos limitar a disfrutar de su espumante y complaciente retrato de un episodio, tan volátil como el recuerdo de aquel verano en la playa, con sus justas dosis de pasión, rebeldía, añoranza y cariño. ¿Suficiente? Y sobrado...