Pía acaba de recibir otra herencia por parte de mi sobrina: un nuevo vestido de princesa. Esta vez se trata de Bella. A Pía le regalaron la película de La Bella y la Bestia de Navidad y ha vuelto a perder su identidad:
―Pía, vente a cenar, amor.
―¿Quieeeén?―me mira con ojos de mi-madre-perdió-la-cabeza.
―Perdón. Bella, vente a cenar, amor.
―Ahí voy―se le complica enormemente pararse del piso con tanto vestido y se le complica aún más subirse a su banquito, pero finalmente, la princesa lo logra y nos honra con su presencia en el comedor.
Ya hemos pasado por esto. Ha sucedido con todas las películas de princesas que ha visto en el último año: Blanca Nieves, Cenicienta, Bella Durmiente… todas. A mediados del año pasado, se le metió a la cabeza la idea de que quería ser una princesa morada. Sin embargo, no sé qué había sucedido en Disney que ya habían cubierto todos los colores posibles de vestido, menos el favorito de mi princesa.
La tía de Beto, quien se dedica a hacer vestidos de novia, le cumplió su deseo. Compró una tela digna de una princesa (ya saben, con encaje, brillos y todo lo que esto requiere) y le hizo un vestido divino. A la semana, comenzó a salir toda la publicidad de Enredados. Ahí estaba la princesa morada, faltante hasta ese momento…
En fin.
Antes de que Pía comenzara con esta fase de princesas, yo no entendía qué era lo que las niñas les veían; se me hacían espantosas. Creo que Beto todavía no lo supera. Alucina el mantel, los platos, los libros para colorear, los vasitos, los cuentos, los colores, los plumones, las estampas, la pijama, las “joyas”, las coronas, la mochila, la lonchera y todo lo princecesco que poco a poco se ha ido apoderando de diversos rincones de la casa. Vemos princesas hasta en la sopa:
Pero eso sí, cuando Pía se pone uno de sus vestidos y le pide que le ceda el honor de bailar con ella, su papá no se puede resistir.
Trato de convencer a Beto de que, en lugar de entrar en una guerra en contra toda esta cursilería, mejor intente disfrutarlo al máximo. Finalmente, es una de las etapas más lindas por las cuáles su hija va a pasar. Antes de que nos demos cuenta, seguro lo superará para pasar a cosas peores como las Barbies o (¡no, por favor!) las horribles Bratz o las espantosas Monster High Dolls…*
Dicen que esta etapa de llevarse el vestido puesto hasta al super, generalmente sucede entre los 3 y 4 años. Llegando a los 5, puede ser que les sigan gustando las películas, pero ya se niegan a disfrazarse. Pía acaba de cumplir 3, así que apenas estamos empezando. Por lo pronto, ya le hicimos espacio en el clóset a su vestuario:
No quiero ni pensar en el día en que me toque heredar todos estos vestidos a una nueva princesa porque la mía prefiera ponerse unos jeans y una sudadera GAP. Por lo pronto, estoy más que dispuesta a pasar unos años peleando con el cinturón de seguridad que no cierra con tanta tela o ayudándole a subir las escaleras para que no se tropiece con el vestido que decidió ponerse el sábado (y seguramente, el domingo también). Aunque al final, mi recompensa sea una sonrisa con un: “Gracias, Bestia”.
De nada, princesa. Es un placer. En serio.
*Beto, sólo te menciono estas muñecas para no hablar de cosas como minifaldas, maquillaje y un iphone que seguramente en algún momento pedirá para hablar con su (ta-ta-ta-taaaan)…. NOVIO. Mejor que se quede princesa, ¿no, amor?