Con tan sólo 6 años, Eden Wood cuenta con más de 300 certámenes de belleza ganados. Es la reina indiscutible de la pasarela infantil estadounidense, una barbie rubia de ojos azules acostumbrada a las largas horas de peluquería y maquillaje, a las pestañas postizas y los vestidos largos. Su madre lo tuvo muy claro desde el principio y cambió su asistencia al colegio por las sesiones de baile y las clases de modelaje. Por desgracia, éste es únicamente un ejemplo de muchos porque en Estados Unidos se convocan más de 5.000 concursos de belleza al año en el que participan más de 250.000 niñas arropadas por el apoyo de unas madres que ven poder cumplir en ellas todas las aspiraciones que se les quedaron por el camino. "Creo que está siguiendo los pasos de grandes personas como Oprah Winfrey. ¿Por qué ella no va a poder tener un contrato en Hollywood o un programa de televisión? Es el sueño americano y ese es su destino". Con estas palabras, la madre de Eden Wood expresa sus propios deseos y condena a su hija a una vida sin infancia ni adolescencia, ni educación. Son ellas unas niñas que pierden su mejor edad, que juegan a ser mujeres plastificadas y compiten por alzarse con premios que les reporten fama, gloria y un nombre comercial que desbanque a sus predecesoras. Y el sacrificio es inhumano, por supuesto, extenuantes horas de sesiones fotográficas, estilismo, ensayos de baile, depilación, bronceado, prótesis dentales que esconden sus dientes de leche… El monstruo de la perfección las persigue, el maquillaje oculta su rostro infantil para perfilar los ángulos de muñeca fina y delicada, que ya no va al colegio pero sabe posar como una princesa. Todas son reflejo de la frustración acumulada de unas madres que no pudieron o no las dejaron ser reinas de belleza y que ven en sus hijas una puerta abierta a los sueños del pasado. Las carencias de las madres se transforman en las ilusiones de las hijas. Es triste asistir a este vergonzoso espectáculo, a la vida de unas niñas que se nutre de halagos, público, reconocimiento y competencia. ¿Qué será de ellas cuándo crezcan?, ¿hasta qué punto estos concursos determinan el futuro de una princesa con la única meta de conseguir la corona?, ¿cómo se encaja el éxito?, ¿cómo se asume el fracaso?, ¿cómo aguantar el tipo en un mundo de adultos, con sus reglas, sus excesivas apariencias, sus evidentes excesos? Para los más beneficiados no importan las secuelas cuando un negocio resulta tan lucrativo y mediático como los concursos de belleza infantiles. Me remito a la experiencia de una ex miss infantil, Charlotte Carr, quien ya en la madurez, reconoce los traumas creados en el pasado. Fue reina infantil (119 trofeos) y hoy día no se atreve a usar maquillaje. Su frase resume una filosofía muy distante de la que se impregna el que dicen ser el sueño americano: "Estos concursos están llenos de odio. Las niñas son capaces de matar para ganar. Recuerdo que yo tenía muchísimas enemigas. Mirando al pasado, creo que son las familias las que deben dar autoestima a sus hijos, no un jurado con cartones de puntuación". Me pregunto cómo será el futuro de estas princesas de mentira, de estas muñecas de porcelana que juegan a ser mujeres disfrazadas y a las que la vida, como los vestidos que deben lucir, les queda todavía demasiado grande. Eden Wood dice que se jubila, sí, con sólo seis años, porque quiere ampliar horizontes y tiene la intención de crear su propio imperio de merchandising y que probablemente escriba un libro de memorias. Me preguntó que tendrá que contar esta niña de seis años. Una vida muy corta para plasmarla en papel. Seguro que su madre lo escribe por ella.