Princesas (Fernando León de Aranoa, 2005. España): la sordidez (menos) y miserias (más) de la prostitución callejera fue el tema tratado por León de Aranoa en su discutible cuarto largometraje tras dos títulos que le dejaron como figura de prestigio dentro del cine social europeo, abordando de manera muy plausible la chunga periferia de una gran ciudad (Barrio) y el drama del desempleo (Los lunes al sol). La relación entre dos prostitutas, una poco atractiva española (Candela Peña) que se dedica a lo que se dedica porque no sabe hacer otra cosa, y una emigrante caribeña con constante temor a ser expulsada por no tener la documentación necesaria (Micaela Nevárez, desconocida intérprete en casi su única incursión en el cine) fue el tema escogido. Ninguna de las dos está bien, y el guión recurre a la saturación de tópicos (deportación, chantaje de cierta figura masculina, demonización del hombre, ETS’s, infidelidad) para intentar sacar adelante un fallido relato que se deja ver gracias al buen hacer del cineasta madrileño tras las cámaras. De otra manera sería infumable. Y aun así prácticamente lo es. La escena de Peña en la perfumería con la dependienta es de vergüenza ajena. Y la del bar cuando se encuentra con su amigo-novio, descubriendo, sin decir ni una palabra ni ella ni él, la infidelidad de éste, lo único que trasciende.
Princesas (Fernando León de Aranoa, 2005. España): la sordidez (menos) y miserias (más) de la prostitución callejera fue el tema tratado por León de Aranoa en su discutible cuarto largometraje tras dos títulos que le dejaron como figura de prestigio dentro del cine social europeo, abordando de manera muy plausible la chunga periferia de una gran ciudad (Barrio) y el drama del desempleo (Los lunes al sol). La relación entre dos prostitutas, una poco atractiva española (Candela Peña) que se dedica a lo que se dedica porque no sabe hacer otra cosa, y una emigrante caribeña con constante temor a ser expulsada por no tener la documentación necesaria (Micaela Nevárez, desconocida intérprete en casi su única incursión en el cine) fue el tema escogido. Ninguna de las dos está bien, y el guión recurre a la saturación de tópicos (deportación, chantaje de cierta figura masculina, demonización del hombre, ETS’s, infidelidad) para intentar sacar adelante un fallido relato que se deja ver gracias al buen hacer del cineasta madrileño tras las cámaras. De otra manera sería infumable. Y aun así prácticamente lo es. La escena de Peña en la perfumería con la dependienta es de vergüenza ajena. Y la del bar cuando se encuentra con su amigo-novio, descubriendo, sin decir ni una palabra ni ella ni él, la infidelidad de éste, lo único que trasciende.