Hemos indicado antes de ahora, que «a consecuencia de la invasión musulmana, cayó rápidamente la monarquía visigoda, pues aquéllos se enseñorearon en bien poco tiempo de toda la Península. Sin embargo, apenas realizada la conquista, surgió un movimiento de protesta en las montañas del Cantábrico, donde siempre encontraran oposición los intentos de los diversos pueblos que sucesivamente habían pasado por nuestra patria con espíritu dominador.
En efecto, apenas repuestos los cristianos de la sorpresa que los produjera el rápido triunfo de los musulmanes, aparecen constituyendo en las asperezas donde en un tiempo se sentaran los cántabros, y muy cerca del país de los astures un núcleo de resistencia; y ayudados por lo abrupto del terreno, o mejores conocedores de él que sus contrarios, luchan por recobrar la independencia perdida, inspirados en un alto sentimiento religioso, y consiguen la victoria de Covadonga, tan realzada por la imaginación popular, y que si en sí no debió ser de gran entidad, fue de importancia grande, porque inició esa epopeya que se denomina la Reconquista.
Los nuevos horizontes que a los cristianos abría la victoria de Covadonga, debió hacerles pensar en constituir una nacionalidad, y lo hicieron proclamando rey a D. Pelayo, acerca de cuyo origen no están de acuerdo los historiadores, si bien parece lo más verosímil que fuera de sangre real goda.
Le sucedió su hijo Favila, y tras su breve reinado (737-739), ocupó el trono Alfonso I, apellidado después el Católico, yerno de Pelayo, y hombre de ánimo esforzado y corazón guerrero. En las diversas expediciones realizadas por este monarca, llegó por un lado hasta Galicia y la Lusitania, y hasta Vizcaya, Álava y los confines de Aragón por otro.
Su hijo y sucesor, Fruela I, fundó Oviedo, donde hubo de organizarse la capital del naciente reino. A su muerte (768) se inició un período de cierta decadencia, denominado de los reyes, intrusos, y en el que sucesivamente ocuparon el trono Aurelio, Silo (774), Mauregato (783), y Bermudo (789). Es difícil realmente fundamentar el apelativo de intrusos con que se designa a estos cuatro reyes, toda vez que la monarquía en Asturias era electiva, sirviendo para demostrar la decadencia a que debió llegar el naciente reino, la tradición relativa al período que aludimos, del tributo de las cien doncellas, hecho que de ser cierto constituiría un verdadero baldón para Silo y para Mauregato, especialmente.
Imagen: Don Pelayo en la batalla de Covadonga en una imagen del siglo XII, folio 23 recto del manuscrito 2805 de la Biblioteca Nacional de España.
Matías Barrio y Mier (Verdeña, 1844 – Madrid, 1909)
De la serie, "Historia General del Derecho Español".