Principios de economía política y de tributación, por David Ricardo

Publicado el 25 enero 2015 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Editorial Hora h. 355 páginas. 1ª edición de 1817, ésta de 1973. Traducción, notas e introducción de Valentín Andrés Álvarez
El curso académico pasado me propuse leer algunas de las obras fundamentales de la historia del pensamiento económico. En total leí cuatro libros sobre economía, dos de los albores de esta ciencia social: La riqueza de las naciones (1776) de Adam Smith y Primer ensayo sobre la población (1798) de Robert Malthus; además de dos obras más modernas, una de John K. Galbraith y otra de Paul Krugman.
Si quería seguir con la historia del pensamiento económico, el siguiente libro que debía leer, tras los de Smith y Malthus, era Principios de economía política y de tributación de David Ricardo (Londres, 1772 – 1823), publicado en 1817. Ya conté en el blog que me encontré el libro en uno de los puestos de la cuesta de Moyano al precio de un euro. Algunas semanas después me apeteció visitar la librería del Economista situada en Conde Duque. No me importaba volver a comprar el libro si tenían una edición que me pareciera más legible: la que compré por un euro tiene una letra muy pequeña y me daba la impresión de que se iba a desmontar si la empezaba a leer, a subrayar y a hacer anotaciones en sus márgenes (algo que al final no ocurrió, la edición pese a su modestia es extrañamente sólida). Me sorprendió que el librero de la librería del Economista me dijera que no existía ahora mismo disponible ninguna edición de los Principios de economía política y tributación de Ricardo, el libro está descatalogado, y me recomendaba la edición que ya tenía. En la librería del Economista o en cualquier sección económica de una librería menos especializada es fácil encontrar libros sobre la crisis actual, pero mucho más difícil dar con los libros clave en la historia de la economía. Me encontré entonces pensando en el gran número de universidades que hay en España en las que se imparte Económicas y Empresariales y en que si siquiera los profesores de esas universidades, que explican una asignatura llamada Historia del pensamiento económico, parecen estar demasiado interesado en leer los libros fundamentales de la ciencia que enseñan. Más tarde me encontré pensando en todos los tertulianos de televisión y radio que parecen hablar de la corriente liberal de la economía como si no existiera otra y que tampoco parecen (teniendo en cuenta de la no existencia del libro que debería ser la biblia liberal) interesados en profundizar en las ideas que promulgan.
Ya comenté el año pasado que me sorprendió al leer La riqueza de las naciones de Adam Smith el hecho de que el supuesto padre del liberalismo económico no abogaba por propuestas tan radicales como las que yo pensaba que habría propuesto. Smith opinaba, por ejemplo, que sería mejor que la tierra, dividida en pequeñas parcelas, la cultivasen los dueños, y no que hubiera grandes arrendadores; arremetía contra los empresarios y su deseo de manipular los mercados tirando a la baja los sueldos de los trabajadores; y, en definitiva, su obra estaba escrita en gran parte en contra del poder de las grandes empresas y los monopolios, abogando –y sentando las bases- por el modelo de competencia perfecta: muchos oferentes y demandantes, existencia de información perfecta, libertad de entrada y salida para empresas, bienes homogéneos y empresas precio-aceptantes.
En realidad, cuando usted se sienta tentado a pensar que las propuestas más radicales del liberalismo económico son debidas a Adam Smith debería saber que se deben a la obra de David Ricardo, publicada cuarenta años después que la de Smith.
La riqueza de las naciones era un libro optimista, escrito con el vigor y el deseo de comunicación de un profesor de filosofía; un libro plagado de ejemplos y de grandes ideas intuitivas. El método de Smith para sentar las bases del pensamiento económico era inductivo: a través de su observación de la realidad histórica y de ejemplos concretos llegaba a conclusiones generales. David Ricardo cambió el enfoque de trabajo de la incipiente ciencia económica, sus conclusiones van a deberse al método deductivo: a través del pensamiento abstracto, definiendo un importante número de hipótesis de partida, trabajaba hasta llegar a conclusiones en apariencia inapelables.
Para poder comentar el libro de Ricardo con propiedad he consultado el libro Historia del pensamiento económico de Harry Landreth y de David C. Colander. Leo aquí:  “La manera de formular una buena política, utilizando a Ricardo de modelo, es dejar de lado todo lo que no es esencial y construir un modelo sumamente teórico que revele las relaciones causales entre la variables.” “La dificultad de esta formulación teórica y contextual de la política económica estriba en que en el mundo real estas variables «congeladas» a menudo se descongelan y producen efectos inintencionados.” (pág. 113). En la página 128 del libro de Landreth y Colander, cuando se habla de la teoría del valor de Ricardo que critica la propuesta de Smith, también leo: “En la literatura que se encuentra entre la más difícil de comprender de toda la economía, Ricardo intentó demostrar su teoría del valor basada en el coste del trabajo.” Esto de la dificultad me tranquilizó un poco porque me había encontrado perdido más de una vez al leer en el transporte público algunas de las páginas de Ricardo. En la librería La Central, hojeando el libro Historia del pensamiento económico escrito por John Galbraith leí que éste denominaba a Ricardo: “economista oscuro”. Lo cierto es que no es muy recomendable leer a David Ricardo cansado o en el transporte público, porque requiere grandes dosis de concentración (lo que tampoco va a impedir que, en más de una ocasión, el lector se acabe perdiendo entre la maraña teórica y abstracta de la mente del economista, sin formación universitaria reglada pero muy avispado, al parecer, para el negocio de la compra venta de acciones bursátiles).
En sus Principios de economía política y tributación David Ricardo da la réplica a la obra de diversos economistas como Buchanan, Say o Malthus, pero definitivamente con quien conversa es con Adam Smith. En el prólogo de su obra, Ricardo nos habla de la admiración que le produce la obra de Smith, y en su libro se dedicará a revisar algunas de las conclusiones de éste. De hecho, Principios de economía política y tributación comienza así: “Fue observado por Adam Smith que…”. En la primera parte del libro Ricardo nos recuerda la teoría del valor de Smith, cuando éste definía el valor de uso y el valor de cambio de un bien, dice Smith: “Las cosas –sigue diciendo- que tienen mayor valor de uso tienen, con frecuencia, un valor de cambio pequeño o nulo; por el contrario, aquellas que tienen mayor valor de cambio, tienen un valor reducido de uso o carecen de él.” Es decir, la paradoja clásica del agua y los diamantes. Para Ricardo el valor de cambio de las cosas que poseen utilidad tiene dos orígenes: “su escasez y la cantidad de trabajo requerido para obtenerlas.” Para desarrollar sus ideas, Ricardo apunta que él está hablando de bienes cuya cantidad puede ser aumentada por efecto de la actividad humana. Para Ricardo no existe la diferencia propuesta por Smith entre valor de uso y de cambio, y apunta que el valor de un bien viene determinado por la cantidad de recursos (o de tiempo de trabajo) que se emplea en su producción. “Son las relaciones entre las cantidades de mercancías que produciría el trabajo lo que determina sus relaciones de valor con el presente y el pasado, y no las cantidades relativas de ellas que son dadas al trabajador a cambio de su trabajo.” (pág. 24). Para entender mejor hacia dónde se dirige Ricardo podríamos citar el capítulo XXX, en el que afirma: “Lo que regula, en definitiva, el precio de las mercancías es el coste de producción, y no, como se ha dicho frecuentemente, la regulación entre la oferta y la demanda.” (pág. 318).
Así que los precios de mercado de los bienes se encuentran en relación directa con su coste de producción, y como coste de producción más importante debemos considerar el de la mano de obra de los trabajadores. Cuando leí Primer ensayo sobre la población de Malthus cité en el blog algunas de las ideas de Keynes sobre la obra de Malthus y Ricardo. Allí escribí, tomando las palabras de Keynes, que Malthus reprochaba a Ricardo que para sus análisis tomaba los salarios de los trabajadores como constantes. Algo que me extrañó. Ahora, tras leer el libro de Ricardo, comprendo los matices de ese pensamiento. Lo que Ricardo afirma que es constante es lo que denomina el “fondo de los trabajadores” o “fondo de mantenimiento de los trabajadores”, que sería la parte que paga el capitalista a los empleados tras invertir su dinero en la empresa y restarle su beneficio. Y en realidad lo define como “casi constante”, porque apunta también que puede subir y bajar; por ejemplo, leemos en la página 228: “Siempre resultaría una ventaja de un precio relativamente bajo del trigo; y es que con la nueva distribución del producto se aumentaría probablemente el fondo de mantenimiento de los trabajadores”. En definitiva lo que viene a decir Ricardo es que el fondo de mantenimiento de los trabajadores (pese a modificaciones temporales) tiende a ser constante, y esto es independiente del número de trabajadores que existan en ese momento. Ricardo toma por correcta la hipótesis malthusiana del crecimiento de la oferta de alimentos por debajo del crecimiento de la población. Así que un fondo de mantenimiento de los trabajadores mayor (o un abaratamiento de los bienes básicos -como alimentos o ropa-, lo que viene a ser lo mismo que un incremento de salarios) lo que va a provocar es que éstos tengan, de forma temporal, salarios más altos, lo que conducirá a que se casen antes y a que tengan más hijos. La siguiente generación de trabajadores, al ser más individuos, tendrán que dividir entre un número mayor de personas el fondo de mantenimiento de los trabajadores que tiende a ser constante. Es decir: salario real = fondo de salarios / población trabajadora.
La idea que más se repite en este libro, llegando a ser casi el mantra ricardiano, es la siguiente: “Cualquier incremento de los salarios supone una disminución de los beneficios.” (por ejemplo, leemos en la página 108: “Me he esforzado por demostrar en el curso de esta obra que el tipo de los beneficios no puede aumentar jamás como no sea por una reducción de los salarios”). Con los beneficios, se sigue deduciendo, el empresario puede acumular capital y hacer que la sociedad prospere. Si cayésemos en la trampa de pensar que los trabajadores se merecen salarios más altos lo único que se conseguiría sería elevar el precio de los productos básicos (lo que en términos reales no supondría en verdad ningún incremento salarial) y que los trabajadores tuvieran más hijos y que en consecuencia los salarios volviesen a bajar. Para David Ricardo, el salario de los trabajadores ha de mantenerse de forma constante en el nivel de subsistencia. Este nivel de subsistencia debería cubrir para ellos la capacidad de alimentarse, vestirse, vivir en una casa y poder criar a sus hijos; es decir, a la siguiente generación de trabajadores. La movilidad de las clases sociales no parece ser una idea que se pase por la mente de Ricardo. “El precio natural del trabajo es aquel necesario, por término medio, para que los trabajadores subsistan y creen una familia en que se reproduzcan sin aumento ni disminución.” (pág. 75) También apunta Ricardo que según el grado de progreso de un país ese nivel de subsistencia puede variar, ya que un trabajador inglés no podría tolerar las condiciones de subsistencia de otro país más pobre. “Con el progreso de la sociedad, el precio natural del trabajo muestra siempre tendencia a subir.” (pág. 75)
Si lo he entendiendo bien, para Ricardo que los salarios se mantengan al nivel de subsistencia en un país más que recomendable parece algo tan inevitable como una ley física. Pero si la acumulación de capital hace que la sociedad progrese la situación del trabajador puede mejorar: “En aquellos países donde las clases trabajadoras tienen poquísimas necesidades y se contentan con alimentos más baratos, el pueblo está expuesto a las mayores visicitudes y miserias. No hay allí lugar de refugio frente a una calamidad; no pueden buscar la salvación en un nivel de vida más bajo, pues ya lo tienen tanto, que no puede descender más.” (pág. 81)
Ricardo prueba, con sus métodos abstractos, llenos de hipótesis de partida que podrían ser discutibles, que “cualquier incremento de los salarios supone una disminución de los beneficios”. Dudo que esta afirmación se pueda sostener desde un punto de vista macroeconómico, pero desde la microeconomía empresarial me parece claro que no es cierto en todos los casos. Propongo un contraejemplo: Henry Ford para conseguir bajar el precio del coche Ford T en su fábrica de Detroit, además de mejorar el funcionamiento de su famosa cadena de montaje, pagaba el doble de salario a sus trabajadores que el que se pagaba en las fábricas de la competencia. Llegó a haber disturbios en Detroit porque todos los obreros querían trabajar en las fábricas de Ford. Éste sabía que el trabajo que pedía a sus obreros en la cadena de montaje era duro, y para llevarlo a cabo necesitaba a personas con verdaderas ganas de trabajar, que temieran perder su puesto de trabajo o, mejor aún, que supieran valorarlo. De esta forma, trabajando en el perfeccionamiento de su cadena de montaje e incrementado  los salarios a sus trabajadores, Ford consiguió abaratar su producto, y en consecuencia incrementar sus ventas, su producción y sus beneficios (en contra de la idea de Ricardo). Ford, como capitalista, tenía algo claro: sus trabajadores tenían que ganar un salario que les permitiera comprar uno de los coches que estaban fabricando. O contado de otra forma: Ford creía en la motivación en el trabajo a través del salario (escuela científica de la psicología industrial) y podemos deducir también que creía en las políticas de demanda. Al leer los Principios de economía política y tributación he tenido la impresión de que Ricardo en ningún caso toma en consideración las políticas de demanda (desarrolladas un siglo después por Keynes). Es decir, no piensa que un salario mayor para los trabajadores -e incluso, por seguir sus ideas, un incremento del número de los trabajadores- va a llevar a un incremento de la demanda y por tanto de la producción y de los beneficios industriales, como podríamos deducir observando cualquier esquema sencillo del flujo circular de la renta. Y esto es así, porque como ya hemos apuntado, toma como hipótesis incuestionable la de la limitación malthusiana de los recursos. Más obreros trabajando para él no conducirá a más producción y por tanto a más dinero en circulación y a la posibilidad de que las empresas puedan producir y vender más, incrementando en consecuencia sus beneficios y el bienestar social (y teniendo la posibilidad, además, de abaratar costes gracias a los rendimientos de escala).
Además de la hipótesis malthusiana, Ricardo, a pesar de criticar algunos aspectos de la obra de Smith, toma en consideración como reales sus supuestos del modelo de competencia perfecta; que como ya he dicho serían: considerar mercados con un gran número de oferentes y demandantes, bienes homogéneos, información perfecta, libertad de entrada y salida en los mercados para las empresas y empresas precios-aceptantes. En este contexto, apunta por ejemplo en la página 72: “Este deseo incesante, por parte de todos los capitalistas, de abandonar un negocio poco provechoso por otro más ventajoso, ocasiona una fuerte tendencia a igualar el tipo de beneficios en todas las inversiones.” En este enunciado, Ricardo toma como válidos al menos los supuestos de competencia perfecta de información perfecta, libertad de entrada y salida y gran número de empresas. En consecuencia las empresas no controlan los precios de mercado y han de ser precio-aceptantes. Estas hipótesis pueden ser discutibles en los mercados reales. Por ejemplo, el economista moderno Joseph Stiglitz recibió el premio Nobel de Economía en 2001 por demostrar la falta de información perfecta (o presencia de información asimétrica) en los mercados reales. Podríamos apuntar también que en una sociedad en la que el modelo de crecimiento planteado por Ricardo es el de la acumulación de capital empresarial las empresas van a ir creciendo tanto que se hará muy difícil la entrada de nuevos competidores en los mercados más rentables, y esto considerando que las empresas realmente estén compitiendo y no que se asocien (como apuntaba Smith que podía ocurrir) y lleguen a la formación de monopolios, en ningún caso precio-aceptantes.
Como ya he comentado antes, Ricardo no cree en el crecimiento de los mercados como consecuencia de un estímulo de la demanda agregada (en contra de la teoría de Keynes). Ricardo acepta la llamada Ley de Say: toda oferta crea su propia demanda, o lo que es lo mismo: los mercados tienden al pleno empleo en el largo plazo y la venta de todo lo producido. Para que esto ocurra debe fomentarse la libertad de mercado: “Como todos los demás contratos, los salarios deben abandonarse a la leal y libre concurrencia del mercado, sin someterla nunca a la intervención del poder público”. Con esta cita de la página 85 creo que queda claro lo que opina Ricardo de los salarios mínimos. En esta misma página, habla de las leyes de pobres, que podrían ser un equivalente a las leyes del paro actuales. Dice: “La tendencia manifiesta de las leyes de beneficiencia está en directa oposición a estos principios evidentes (…): en vez de hacer rico al pobre, están proyectadas para hacer pobre al rico.” “La tendencia perniciosa de estas leyes no es ya un misterio, puesto que ha sido desarrollada completamente por el experto Mr. Malthus; y todo amigo de los pobres debe desear ardientemente su abolición.”
En el mundo que dibuja, en el que el fondo de mantenimiento de los trabajadores puede permanecer constante a pesar del incremento de la población, no duda Ricardo en hacer responsable al trabajador de su bienestar: “Una verdad que no admite duda es que el bienestar del pobre no puede asegurarse de un modo permanente si él mismo no se toma algún cuidado de su parte, o sin algún esfuerzo por parte de la legislación para evitar que el número de ellos aumente y para hacer menos frecuentes los matrimonios jóvenes y faltos de previsión. Los efectos del sistema de las leyes benéficas han sido completamente opuestos a éstos. Han hecho superflua la moderación e invitado a la imprevisión, ofreciendo al pobre una parte de los salarios del hombre previsor y laborioso.” (pág. 86).
Hay algunos párrafos de David Ricardo que parecen réplicas al programa electoral de Podemos (el de las europeas). Veamos algunos mensajes de David Ricardo desde 1817 a Pablo Iglesias en 2015:
1) Esto es lo que opinaría Ricardo sobre la idea de una “renta mínima”: “Si todos los hombres que carecen de sustento tuviesen la seguridad de obtenerlo por disposición de la ley y lo obtuviesen en grado tal que pudiesen llevar una vida tolerable, por consideraciones teóricas podríamos esperar que todos los demás impuestos serían pequeños al lado de ese solo impuesto para la asistencia de los necesitados. El principio de la gravitación no es más cierto que la tendencia de esas leyes a transformar la riqueza y energía en miseria y debilidad; a apartar la aplicación del trabajo de todo objeto que no sea la provisión de mera subsistencia; a borrar toda distinción intelectual; a ocupar, sin descanso, el espíritu con la satisfacción de las necesidades del cuerpo, hasta que todas las clases estuviesen, a la postre, infectadas con la plaga de pobreza universal.” (pág. 87). 2) Esto es lo que opinaría Ricardo de la fuga de capitales a Andorra y Suiza: “Un país que ha acumulado una deuda grande se encuentra en una situación muy ficticia; y aunque la cuantía de sus impuestos y el mayor precio de la mano de obra no le coloquen, y creo que no, con ninguna otra desventaja frente a los países extranjeros más que la inevitable de pagar aquellos impuestos, llegará a constituir un gran interés para cualquier contribuyente apartar su hombro de la carga y trasladar su propio pago a otro; así, la tentación de emigrar con su capital a otro país, donde está exento de tales cargas, llegará a hacerse irreprimible y a vencer la resistencia natural que todo hombre siente a abandonar el lugar de su nacimiento y de sus primeras relaciones.” (pág. 209).
En este segundo punto Ricardo habla de los impuestos, un tema que ocupa gran parte del libro. En un gran número de páginas analiza sobre quién recae en última instancia un impuesto sobre la tierra, el trabajo o los beneficios del capital. Su conclusión suele ser que casi siempre recaen sobre el trabajador, empeorando sus condiciones de vida. Podemos resumir su postura con esta cita: “la sabia máxima de Say: «Que el mejor de todos los planes financieros es gastar poco, y el mejor de todos los impuestos, aquel que recauda una suma más pequeña.» Sobre el tema de la escasez del gasto, ya expuse AQUÍ la opinión que tenía un economista keynesiano como Paul Krugman (premio Nobel de 2008): el gasto de alguien paga el trabajo de otro; lo que se ahorra (sin que este dinero entre en el circuito de inversión a través de las empresas) provocará paro, ya que, por el porcentaje ahorrado de su renta, el trabajo de una persona no va a pagar el trabajo de otra. Sobre el tema de los impuestos: para Ricardo el mejor impuesto es el más pequeño y en el límite el que no existe, porque según él lo recaudado por los impuestos se malgasta por el Estado (entre otras cosas pagando a trabajadores no productivos a través de las leyes de beneficiencia). No hay en las 355 páginas de letra apretada de Principios de economía política y tributación ni una sola referencia a la educación, la sanidad o a la construcción de obras públicas. Cuarenta años antes, cuando Adam Smith desarrolla su modelo de liberalismo económico apunta que el Estado debería ocuparse principalmente de tres asuntos: un sistema jurídico y policial que haga respetar la propiedad privada y las normas de convivencia, un ejército para defender el país, y la construcción de obras públicas necesarias para el país, pero que no quiera ocuparse de ellas la iniciativa privada. Y añade que sería positivo que el Estado aportase una educación básica para que los obreros tengan algún tipo de conocimientos, lo que beneficiaría a la sociedad en su conjunto.
Para Ricardo la sociedad progresa si los salarios de los trabajadores se mantienen a su nivel natural (el de subsistencia) y así pueden aumentar los beneficios de las empresas, que podrán ser usados para acumular capital. De esta forma mejoraría la inversión en maquinaria y en tecnología y la sociedad progresaría. La pregunta sería ¿para quién progresaría? Si consideramos que los trabajadores de una economía pueden ser el 90%  de la población ¿debería este 90% de la población vivir siempre al nivel de subsistencia, sin educación, sin sanidad, sin infraestructuras, para que la sociedad progrese? Parece una extraña paradoja que el progreso social esté basado en el no progreso del 90% de la población. Tampoco existe en este libro ningún análisis sociológico: ¿realmente piensa Ricardo que ese 90% de la población no va a protestar nunca por tener que vivir siempre al nivel de subsistencia? Como ya he apuntado antes, parecía que el progreso resultante de la acumulación de capital llevaría a que ese nivel de subsistencia subiera y de este modo la vida de los trabajadores mejoraría. Pero, hacia el final del libro, en el capítulo XXXI, titulado Sobre la maquinaria, Ricardo nos dice que él pensaba que la introducción de la maquinaria en cualquier sector contribuía al bien general: en las fábricas se produciría más con menos trabajadores, y estos se desplazarían a otras industrias emergentes; pero en este capítulo concluye: “la opinión mantenida por la clase trabajadora de que el empleo de la maquinaria es frecuentemente perjudicial para sus intereses no está fundado en un prejuicio ni en un error, sino que se ajusta a los principios más correctos de la Economía política.” (pág. 327). Así que en definitiva, siguiendo las tesis expuestas en su propio modelo, el que los trabajadores (a los que yo considero, de forma arbitraria, el 90% de la población) permanezcan en el nivel de subsistencia para que el país prospere puede que tampoco conduzca a ninguna mejora para ellos. Por tanto ¿qué entiende Ricardo por prosperar?
Aunque los temas que más me han llamado la atención del libro son que ya he expuesto, no quiero dejar de comentar aquí los que posiblemente sean los grandes logros intelectuales de David Ricardo. El capítulo VII se titula Del comercio exterior y en él Ricardo expone su famosa teoría de la ventaja comparativa para el comercio. No me quiero extender en esto porque es algo que se puede consultar en cualquier manual de principios económicos, y yo lo expongo cada año en mis clases de economía de bachillerato (está explicado en la wikipedia, pinchar AQUÍ). En la página 111 del libro se encuentra su famoso ejemplo sobre la producción de tejidos en Inglaterra y de vinos en Portugal. Aunque Inglaterra sea más eficiente en la producción de ambos bienes, si atendemos a los costes de oportunidad de la producción nos percataremos de que si Inglaterra se especializa en la producción de tejidos y Portugal en la de vino y se lleva a cabo el intercambio, ambos países saldrán beneficiados. Esta teoría de Ricardo influyó de modo real en el avance hacia un mundo de comercio internacional sin aranceles. La influencia de esto en el mundo globalizado actual también podría ser digna de un comentario crítico.
Había leído en algún lugar que es David Ricardo el que define el famoso enunciado económico llamado “Ley de los rendimientos decrecientes”, que podríamos exponer así: “Cuando sobre un factor fijo (por ejemplo, una fábrica) se van añadiendo unidades de factor variable (por ejemplo, trabajadores) la producción total aumenta, pero cada vez en menor proporción.” Es decir, llegará un momento en el que la productividad marginal empiece a bajar hasta que se haga cero. Consultado la Historia del pensamiento económico de Landreth y Colander, éstos apuntan que la ley de los rendimientos decrecientes (o el principio de los rendimientos decrecientes, lo llaman ellos), fue descubierto por primera vez por el economista francés Turgot en 1765; pero fue redescubierto y difundido por Ricardo en esta obra, cuando habla de las rentas de la tierra.
Economista oscuro, llamaba John Galbraith a Ricardo. Oscuro por sus páginas de razonamientos complicados (una mente brillante la de Ricardo, sin duda) y oscuro por lo tétrico del mundo que propone: fábricas en las que la mayoría de la población se dedicaría a trabajar, siempre al nivel de subsistencia, sin educación, sin sanidad, sin obras públicas (a no ser que el progreso económico llevará a que esos concepto pasasen a formar parte del nivel de subsistencia del país, algo que Ricardo nunca llega a insinuar). Un 90% de la población que debe entender que su sacrificio no será en balde, gracias a él prosperará el país y ellos no morirán de hambre. Gracias a su sacrificio se alcanzará la deseada y teórica eficiencia de los mercados. Un 90% que Ricardo parece suponer que no va a quejarse, no va a protestar; en un mundo oscuro de fábricas humeantes (no habrá ningún Estado para decirle al capitalista que tal vez debería intentar reducir sus niveles de contaminación), con una clase rentista de la tierra en plena decadencia (Ricardo cuestiona la propiedad de la tierra: si no se paga por usar el sol, la lluvia o el viento que ayuda a las empresas a producir, ¿por qué se debe pagar por el uso de la tierra a un rentista del suelo?) ante el alza de la nueva clase social dominante: la burguesía capitalista.
Ya comenté al hablar de Primer ensayo sobre la población de Thomas Malthus, que Keynes ensalzaba las ideas económicas de Malthus, quizás (de forma un tanto difusa, apuntan Landreth y Colander) porque éste parece hacer un enfoque de demanda sobre la economía.“Yo diría que, en conjunto, emplear a los pobres en carreteras y otras obras públicas e impulsar a los terratenientes y a las personas acomodadas a mejorar y embellecer sus posesiones y a emplear obreros y sirvientes son los medios más a nuestro alcance y más directamente dirigidos a remediar los males que surgen de la perturbación del equilibrio de la producción y el consumo ocasionados por la súbita conversión de soldados, marineros y otras diversas profesiones que la guerra empleaba, en obreros productivos”, escribió Malthus en 1820 -una idea central en el pensamiento de Keynes-, y renegaba de la herencia de Ricardo: “¡Si Malthus y no Ricardo hubiera sido el tronco del que brotó la ciencia económica del siglo XIX, cuánto más sabio y rico sería hoy el mundo!”
Para finalizar este comentario de Principios de economía política y tributación de David Ricardo, voy a tomar una cita de Keynes del libro de Landreth y Colander, con la que me siento de acuerdo, de tal modo que las palabras de Keynes me sirven como conclusión de esta lectura ardua y desasosegante. Escribe Keynes en 1936, en su libro Teoría general del empleo, el interés y el dinero: “”La idea de que podemos dejar tranquilamente de lado la función de demanda agregada es fundamental en el análisis de Ricardo y está en la base de lo que se nos ha enseñado durante más de cien años. Malthus se opuso vehementemente a la doctrina de Ricardo de que era imposible que la demanda efectiva fuera insuficiente, pero fue en vano, pues como no fue capaz de explicar claramente (salvo su apelación a los hechos comúnmente observados) cómo y por qué la demanda efectiva podía ser insuficiente o excesiva, no fue capaz de ofrecer un análisis alternativo; y Ricardo conquistó Inglaterra casi en la misma medida en que la Santa Inquisición conquistó España. Su teoría no sólo fue aceptada por el mundo financiero, por los hombres de estado y por el mundo académico sino que la controversia cesó; el otro punto de vista desapareció casi por completo; dejó de debatirse. El gran enigma de la demanda efectiva con que había batallado Malthus desapareció de la literatura económica. No se encontrará mención alguna de él en toda la obra de Marshall, Edgeworth y el profesor Pigou, que son quienes más han conseguido que la teoría clásica alcance el estado de madurez. Sólo pudo perdurar furtivamente, bajo la superficie en los submundos de Karl Marx, Silvio Gesell o Major Douglas. La rotundidad de la victoria ricardiana es un tanto curiosa y misteriosa. Tuvo que deberse a una serie de elementos de la doctrina que la hicieron idónea para el entorno en el que se proyectó. El hecho de que llegara a conclusiones muy distintas a las que esperaría una persona normal y corriente sin formación acrecentó, supongo, su prestigio intelectual. El hecho de que su enseñanza, llevada a la práctica, fuera austera y a menudo difícil de asimilar, la ungió de virtud. El hecho de que se adaptara para soportar una vasta y coherente superestructura lógica, le dio belleza. El hecho de que pudiera explicar una gran parte de la injusticia social y de la aparente crueldad como un incidente inevitable en el sistema de progreso y de que de ella se dedujera que intentar cambiar esas cosas sería más perjudicial que beneficioso la invistió de autoridad. El hecho de que justificara en parte las actividades libres del capitalista individual le dio el apoyo de la fuerza social dominante en la que se sustenta el poder político.”
Mención aparte me merece la labor de traducción de Valentín Andrés Álvarez. Un trabajo impecable, que (leo en wikipedia) fue un escritor, economista, humorista y físico español (Grado, 1891 – 1982) asociado a la Generación del 27. Ortega y Gasset definió así a Valentín Andrés Álvarez: «el hombre que siempre está dejando de ser algo».