Principios de economía religiosa (2)

Por Tiburciosamsa
San Pablo dejó como legado un producto muy competitivo, pero no dejó establecido cómo debía dirigirse la empresa. La versión oficial que hoy circula es que Jesucristo había dejado establecido que a su muerte San Pedro se encargaría de la dirección de Cristianismo 1.0: "Tú eres Pedro y tú presidirás el Consejo de Dirección de mi empresa". Tenemos motivos para pensar que esa versión es interesada y fue inventada a posteriori, una vez que el grupo de accionistas herederos de San Pedro se hubo hecho con el control de la empresa. Parece claro que el funcionamiento inicial fue bastante más caótico; cada grupillo cristiano abría su propia franquicia, pero no existía un franquiciador que asegurase que en todos los lugares se aplicaban los mismos estándares. Así se dieron incidentes desgraciados como el de Simón el Mago, que intentó sobornar a San Pedro para que le otorgase el merchandising de todo lo relativo al Espíritu Santo, o el conflicto que se dio en la Iglesia de Corinto sobre si las mujeres debían o no llevar velo en la franquicia, digo, en la iglesia.
No sólo es que no hubiera una dirección central que fijase los estándares, sino que diversos grupos de accionistas adoptaron distintas estrategias para mejor penetrar el mercado romano y la liaron. Por un lado, estuvieron los marcionistas, que estimaban que Cristianismo 2.0 tenía demasiados elementos judíos y que no podía funcionar bien en el mercado grecorromano. Para ello despojaron la Biblia del Antiguo Testamento y de los Evangelios de San Mateo, San Marcos y San Juan, dejándola reducida al Evangelio de San Lucas convenientemente expurgado y a diez epístolas de San Pablo. Eso es hacer un resumen y lo demás son tonterías; dejaron la Biblia convertida en un folleto que te puedes leer en un trayecto de metro. Desde el punto de vista del márketing cometieron una locura: por el mismo precio estaban vendiendo un producto muy rebajado de prestaciones: adiós "Cantar de los cantares" y sus versos cachondones del tipo "Mi amado es para mí un manojito de mirra,/ que reposa entre mis pechos", adiós Noé, el Diluvio y el Arca, que han inspirado tantas expediciones montañeras al Monte Ararat, adiós villancicos y belenes, que el exagerado de Marción hasta eso se cargó en el Evangelio de San Lucas. No me extraña que esta estrategia empresarial se estrellara.
Si a los marcionistas les parecía que Cristianismo 2.0 era demasiado judío, a los ebionitas les parecía todo lo contrario. Cristianismo 2.0 se había pasado varios pueblos y había desvirtuado Cristianismo 1.0. Todos los productos suelen, en un momento de su existencia, sacar la marca "Classic" para atraerse al sector nostálgico que añora el producto primigenio. Los ebionitas querían más que eso, quería que el "Classic" fuera el único producto cristiano. Por insistir, querían incluso que los fieles volvieran a cortarse el pito. Demasiado judíos para los gentiles y demasiado raritos para los judíos, los ebionitas han quedado como una rareza para la Historia de la religión y como un desastre para los anales del márketing religioso.
Una estrategia empresarial diferente que tuvo bastante éxito en aquellos tiempos fue la de los gnósticos. Los gnósticos optaron por segmentar el mercado cristiano. Se dieron cuenta de que en todo grupo humano siempre está la masa y el grupo de los listillos. Si eso es así, sigamos ofreciendo el producto habitual al consumidor promedio, pero inventemos Cristianismo 2.0 plus para los selectos, o sea los imbéciles dispuestos a pagar una porrada de dinero más por cuatro añadidos que se le habían metido al producto original. Tal vez el fracaso gnóstico se debiera a sus mismas premisas de base: nadie quería ser consumidor del montón, todos querían pertenecer al grupo de los selectos. Hasta ahí bien, negocio redondo. Lo malo es que a la gente, tan pronto ingresaba en el grupo de los selectos, se le subían los humos y trataban de establecerse como trabajadores religiosos autónomos por su cuenta.
Lo que luego se llamaría Cristianismo 2.0 versión ortodoxa (Cristianismo 2.0. v.o. para abreviar) triunfó por muchos motivos: ofrecía un producto claro, cuya eficacia había sido testada y mejorada desde los tiempos de San Pablo, y comprendió la importancia de no dejar que las iglesias franquiciadas se le desmandasen. Tenía que haber una sola central que fuese la dictase la estrategia comercial.
Al mismo tiempo que lo que iba camino de convertirse en la Iglesia Católica descubría las virtudes de la unidad, en un mercado muy distinto, el laico, había otro que las descubría: Constantino. Diocleciano había salvado al Imperio Romano de la crisis del siglo III estableciendo un sistema de reparto de poder entre Césares y Augustos un poco complicado. Básicamente había intentado desconcentrar la estructura de poder del Imperio, porque estimó que se había vuelto demasiado grande para que un solo Emperador pudiera hacer frente a todos los problemas con la necesaria celeridad. A Constantino lo de tener una participación del 25% o incluso del 50% en el Imperio le sabía a poco. En 312 le lanzó una opa hostil a su rival en el Consejo de Administración de Imperio Romano S.A., Majencio, y se hizo el dueño del cotarro. Pienso que la denominación de opa "hostil" con la que desde entonces se conoce a ese tipo de operaciones, viene de que al perdedor le dan tal somanta de hostias en la operación que no lo reconoce ni su madre.
Convertido en dueño del patio mediterráneo, Constantino se aproximó a los accionistas mayoritarios de la Iglesia Católica y más o menos debió decirles tal que así: "Ya sé que en principio trabajamos en líneas de negocio distintas, pero si nos fusionamos, podemos generar una sinergia de la que todos nos beneficiemos. Yo os ayudo a conseguir el monopolio del mercado religioso romano y vosotros me aseguráis que mis obreros no se me desmanden y me dejáis que de vez en cuando me haga afotos con el Papa, las reliquias del Lignum Crucis y lo demás, que imponen mucho en el salón del Trono de cualquier emperador que se precie."
La opa amistosa de Constantino acabó sustanciándose en el Concilio de Nicea. Para entonces ya estaba claro que Constantino era el que mandaba. Pero Constantino, que de religión entendía poco, se había llevado la desagradable sorpresa de descubrir que Cristianismo 2.0. v.o. existía en varias versiones incompatibles entre sí: el principal escollo consistía en saber cuál había sido la naturaleza del Fundador de Cristianismo 1.0. ¿Había tenido dos naturalezas, humana y divina? ¿sólo naturaleza humana? ¿naturaleza divina los lunes, miércoles y viernes y humana los restantes días, menos el domingo que descansaba? Constantino hizo lo que todos los accionistas mayoritarios: impuso su versión y a los accionistas minoritarios que no comulgasen con sus ideas, les dio una patada en el culo y les mandó a la cola del paro.
John Paul Krugman concluyó su monumental "Macroeconomía del cristianismo primitivo" con el Concilio de Nicea del 325. Sabemos que tenía planeado escribir un segundo tomo que abarcaría el período entre el 325 y los momentos anteriores a la Reforma protestante. Por desgracia, poco después de haber terminado su obra, fue reclutado por el guru de los negocios Philippe Kotler y abandonó el mundo académico. Pasó el resto de su vida profesional vendiendo estatuillas de la Vírgen María made in China en Fátima y Lourdes, actividad que le hizo millonario. Más tarde, cuando la Universidad de Harvard le propuso contratarle para dar clases de macroeconomía religiosa, Krugman les hizo una pedorreta que se oyó hasta en Jerusalén.
Ningún investigador se ha atrevido a continuar la obra de John Paul Krugman. Un estudio macroeconómico del cristianismo desde el Concilio de Nicea hasta nuestros días requeriría una amplitud de conocimientos tal que sólo podría ser abordado por un equipo multidisciplinar de investigadores. Tal vez por eso, la obra de Krugman no fue sucedida por obras tan omnicomprensivas como había sido la suya, sino por monografías que han tratado de elucidar aspectos parciales de la economía religiosa y de introducirle las aportaciones de otras ramas del saber. Entre las más importantes, cabe señalar las siguientes:
- "La Reforma: ¿una mera diferencia de cultura empresarial?" de Pío Drückner. Drückner opina en esta obra que la Reforma fue provocada simplemente por las diferentes culturas empresariales que se desarrollaron al final de la Edad Media en el mundo latino y en el mundo germánico. Allí donde en el mundo latino se optaba por vender el producto ya preparado ("Yo leo e interpreto la Biblia por usted"), en el germánico se apostaba más por la venta del artículo desmontado, para que fuese el cliente quien lo montase, acomodándolo a sus necesidades. Esta fórmula que Lutero empezó aplicando a la religión, los suecos de Ikea acabarían aplicándola al mobiliario con un éxito semejante.
- "Mercenarios de Cristo" de Erwin D. Maciel. Maciel fue un discípulo de Krugman que pensó que la estrategia militar aplicada a la religión, en combinación con las consideraciones económicas de su maestro, podría llevar a progresos en la comprensión del fenómeno religioso y a la difusión de la verdadera religión entre los infieles. Alguien ha descrito la obra de Maciel como el cruce de Jesucristo con von Clausewitz y ha dicho que es una obra que debería estudiarse tanto en el Vaticano como en el Cuartel General de la OTAN. Según ciertas fuentes, las fuerzas de la OTAN en Afghanistán utilizan la obra de Maciel como manual de instrucción para las tropas y un alto mando no especificado habría declarado: "Desde un punto de vista teológico es una mierda, pero militarmente resulta mano de santo para sacudirles a los talibanes de las narices."
- "Autopista" del español Pedromaría Valgodiez. Valgodiez provenía del mundo empresarial y trabajó sobre la base de la siguiente idea: si existen manuales para enseñar a vender enciclopedias, ¿por qué no crear un manual para el empresario religioso? En "Autopista" Valgodiez condensa en 999 máximas sus conocimientos empresariales. Frases que han pasado a la historia del márketing como "Busque, compare y si encuentra algo mejor, conviértase a ello" o "¿Adocenarte? ¿¡Tú del montón!? Si has nacido para presidir Consejos de Administración."