Probando otras Formas de Entendernos

Por Av3ntura
En nuestras relaciones interpersonales, muchas habrán sido las veces que nos habremos sentido como predicadores en medio de un desierto o como hablantes de un idioma que nadie a nuestro alrededor parece comprender. Tal vez porque las palabras, por sí solas, no signifiquen nada si no son capaces de despertar nuestro interés y nuestras emociones al tocarnos la fibra a quienes las oímos.A veces cometemos el error de creer que, porque algo es importante para nosotros, también les va a parecer importante a aquellos con querríamos compartirlo. No entendemos que todos evolucionamos a nuestro propio ritmo y en direcciones diferentes, según nuestro orden de prioridades y nuestros intereses.Que alguien camine a nuestro lado no significa que esté recorriendo nuestro mismo camino. Podemos convivir en perfecta armonía y sentirnos a años luz unos de otros en muchos aspectos de nuestras vidas. De la misma manera, dos personas que atraviesen por la misma situación crítica no la vivirán igual ni le hallarán la misma solución. Todo dependerá de lo que cada una de ellas haya aprendido anteriormente, de la personalidad que hayan desarrollado y de sus habilidades a la hora de enfrentarse a las dificultades.Si comparamos los cerebros de los primeros homínidos que poblaron la Tierra con los cerebros de los humanos actuales, veremos que el encéfalo de nuestros ancestros apenas alcanzaban un peso de 450 gramos frente a los 1300 gramos aproximados de nuestros cerebros actuales, lo que significa que se tenían que conformar con algo más de un tercio de la masa encefálica que podemos disfrutar los humanos actuales. Pero con aquel simple tercio ya eran capaces de idear y fabricar armas de caza y otras herramientas de sílex para garantizar la supervivencia de su prole. En el tiempo en que vivieron, no necesitaban mucho más para adaptarse perfectamente a su medio, porque no había mucho más que hacer aparte de nacer, desarrollarse, procurarse alimento, procrear, luchar por mantenerse vivos y morir de forma natural o por el ataque de algún animal o de otro homínido en medio de una lucha por mantener los propios dominios o conquistar los del vecino. En nuestro tiempo, en cambio, con el triple de masa encefálica de la que dispusieron aquellos primeros hombres, a veces no somos capaces ni de entendernos entre nosotros.
Seguro que hemos oído o leído muchas veces aquello de que sólo utilizamos una pequeña parte de nuestro cerebro. Cuesta creerlo, pero lo cierto es que tenemos un potencial increíble que nos permitiría ser capaces de muchos más logros de los que ni siquiera nos atrevemos a soñar y, en cambio, nos conformamos con reducir nuestro modus operandi a cuatro recursos fáciles que, a base de repetirlos, ya no nos suponen ni el más mínimo esfuerzo. Hecho que, por otra parte, nos convierte en seres tremendamente previsibles y vulnerables. Porque le damos a entender a quienes nos conocen que no somos capaces de más, que estamos demasiado anclados en nuestra zona de confort y que cualquier contrariedad puede bastar para desestabilizarnos y hacernos caer.Que en el pasado ciertas estrategias nos hayan funcionado y nos hayan permitido seguir avanzando no significa que fuesen nuestra única opción ni tampoco la mejor. Basta desviar un poco la mirada para captar un ángulo nuevo del objeto o del hecho que intentamos descubrir. Y en esa pequeña desviación puede estar la entrada hacia una realidad completamente nueva que nos puede conducir a explorar algunas de esas parcelas de nuestra mente que aún no nos hemos permitido estrenar.Si pensamos en lo que ha sido la historia de la humanidad desde que empezaron a caminar sobre dos piernas aquellos primeros homínidos con un encéfalo de 450 gramos, no es difícil sentir algo de vértigo por todo lo que nuestros ancestros y antepasados han sido capaces de construir, descubrir, crear y también destruir. Si alguno de aquellos primeros homínidos pudiese regresar hoy a la Tierra y viese en lo que la hemos convertido, sería incapaz de reconocerla y probablemente enloquecería porque no entendería absolutamente nada. No nos reconocería como sus descendientes.Hemos sido capaces de lo mejor, pero también de lo peor. El mismo cerebro humano que en Avicena tanto hizo por la medicina, o que en Santiago Ramón y Cajal fue capaz de descubrir sus propias neuronas o que en Mozart fue capaz de componer maravillas como La Flauta Mágica, en monstruos como Nerón, el inquisidor Torquemada o Hitler fue capaz de idear las más horribles formas de odio y venganza hacia otros seres humanos.Que a una determinada edad hayamos aprendido a hacer las cosas de una determinada forma o a creer y dar por ciertos determinados dogmas, no significa que, de por vida, hayamos de seguir conduciéndonos del mismo modo ni en la misma dirección.Evolucionar a veces significa tener coraje para desaprender aquello que ya no nos sirve para continuar, bien porque se nos ha quedado obsoleto o porque las evidencias actuales han puesto en tela de juicio su fiabilidad.Aprender de nuevo implica volver al punto de partida y escoger una ruta diferente. Esta simple decisión obliga a nuestras neuronas a sinaptar con otras distintas y a explorar, así, áreas diferentes de nuestro mundo encefálico. Cada vez que aprendemos algo nuevo, por simple que sea, algo cambia en nuestra manera de entenderlo todo. Otros engranajes consiguen ponerse en marcha y otras ideas nuevas surgen de forma espontánea, como si hubiesen estado ahí esperándonos toda la vida mientras nosotros nos devanábamos el cerebro intentando encontrarlas. No podemos encontrar lo que buscamos si lo hacemos en el camino equivocado. Aunque pasemos frente a ello y nuestros ojos lo miren de frente, no serán capaces de verlo, porque no habrán aprendido primero el conocimiento necesario para poder reconocerlo. Es por ello que no todas las personas pueden llegar a las mismas conclusiones aunque estén viviendo, aparentemente, lo mismo.

Parecen ramas de árboles, pero son dendritas neuronales. Cada vez que sinaptan entre ellas, abren infinitas puertas que podrían conducirnos a infinitos descubrimientos.


Muchas veces nos puede parecer absurdo empeñarnos en cambiar las cosas que ya nos funcionan tal y como están. Los cambios siempre nos generan tensión y desconfianza. Pero hemos de afrontarlos si no queremos seguir desaprovechando ese enorme potencial encefálico que tenemos  la pasear sobre los hombros. Ya no se trata de que las nuevas soluciones que logremos idear sean más o menos acertadas que las ya que ya conocemos, sino de darnos una oportunidad de ir un poco más allá, de que nuestras neuronas sigan explorando ese espacio lleno de posibilidades aún por valorar.Si sólo en el último medio siglo hemos sido capaces de revolucionar el mundo tecnológico, ¿qué no seremos capaces de hacer en los próximos 20 o 30 años? ¿De verdad nos vamos a conformar con quedarnos cómo estamos? ¿De verdad no sentimos curiosidad por saber cómo y cuánto van a cambiar nuestras infinitas realidades?Si no queremos que, en pocos años, nuestra propia descendencia nos considere seres arcaicos y nosotros creamos que ellos son de otro planeta, tendremos que seguir tratando de adaptarnos a la marea(como decía Eduard Punset). Tendremos que seguir desaprendiendo para volver a aprender, transitando por nuevas vías de conocimiento, sin dejar de explorarnos a nosotros mismos a través de nuestras emociones ni de analizar nuestras viejas creencias y prejuicios para dictaminar cuánto tienen de irracionales.Si de verdad lo queremos, podemos cambiar nuestra manera de mirarnos y de entendernos. Podemos dejar el pasado atrás y avanzar esperanzados por caminos menos viciados, menos tóxicos, que nos permitan ser más auténticos, menos lisiados emocionalmente hablando.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749