Se ha dicho de Extremadura que, por ser puente entre dos orillas de tendencias muy contrapuestas, consigue la síntesis perfecta entre el intimismo y recogimiento de la Semana Santa castellano-leonesa, y el barroquismo folklórico de la andaluza. No hay duda de que esto es cierto, aunque no lo es menos el afirmar, ejercitando el narcisismo de los matices, que la Pascua extremeña posee señas de identidad propias y ajenas a toda influencia externa. Sirvan como muestra, destacándolas de un abultado contexto, las imágenes que ilustran el fenómeno de los Empalaos de Valverde de la Vera, en Cáceres.
Aunque desprovisto de las motivaciones religiosas y del fervor que cabría esperar de mi pasión, soy asiduo de las procesiones de la Semana Santa en general y, por razones obvias, de las de mi pueblo en particular. Su estética, su tradición, y lo que tienen de fenómeno social ó cultural acabaron cautivándome la afición y espoleando mi curiosidad. Muchos años he seguido los ordenados pasos de las distintas cofradías, a lo largo de las estrechas pendientes del casco antiguo, al cadencioso ritmo y desafinado son de tambores y cornetas.
No deja de resultar curioso el que procesiones y escenificaciones, originariamente propias y casi exclusivas de un entorno occidental y mediterráneo (aunque desde aquí emigraron para implantarse con fuerza en toda Latinoamérica), tengan su origen en el Cisma Protestante y la Reforma, iniciada por Lutero a principios del siglo XVI, y cuyas tesis fueron críticas con la veneración de imágenes por inferencia interpósita. Según ellos, tal veneración podía derivar en prácticas cercanas a la idolatría y se prestaba, junto con las indulgencias y las bulas, al culto de una codicia que emanaba ya desde el mismísimo Vaticano.
El Concilio de Trento, orquestado por la oficialidad católica del momento -Carlos V desde el poder político, Paulo III desde el religioso- y en un intento de reafirmar las bases de la doctrina tradicional frente a las corrientes de la reforma, no sólo dió un espaldarazo a la imaginería como elemento de veneración, sino que exhortó a los fieles hacia su lucimiento y exhibición.
En esos momentos la influencia espiritual de Roma solo alcanzaba a ser monolítica en España, Portugal e Italia, los lugares en los que tales exhibiciones -las procesiones- llegaron a tener el predicamento que hoy podemos ver, algunos incluso disfrutar.JARANDILLANOS EN PROCESIÓNY ya que hablamos de la Vera, pongamos el Zoom en una de nuestras procesiones, concretamente la del Domingo de Ramos en Jarandilla de La Vera. Ocurría en el año 2006...