Proclo, siguiendo a Plotino, demuestra así la superioridad de la causa sobre el efecto:
Si dispensa un don desde su propio ser y el dispensarlo tiene por origen su propio ser, lo que da es inferior a su ser, mientras que lo que eso es, es superior y más perfecto, si se admite que todo ser hipostático es superior a la naturaleza de su derivado. Luego aquello que preexiste en el propio ser donador existe a un nivel superior en comparación con aquello que es donado; es, efectivamente, lo que esto último es, pero no se identifica con ello, pues es de un modo primario, mientras que lo otro es por derivación. Y es que es necesario o bien que ambos sean idénticos y exista una única definición de ellos, o que no haya nada común ni idéntico entre ambos, o que uno exista de manera primaria, y el otro como derivado. Pero si estuvieran comprendidos en una única definición, ya no sería uno causa y el otro resultado; ni uno existiría en sí y el otro en lo que participa [de la donación]; ni uno sería creador y el otro estaría sujeto al devenir. Sin embargo, si no hubiera nada idéntico, sería imposible que uno, no teniendo nada en común con el ser del otro, fuera un derivado de él en cuanto al ser. De modo que lo que queda es que uno sea primariamente aquello que dona y el otro, por su parte, como derivado, aquello que recibe la donación, por lo cual uno deriva del otro en lo referente al ser mismo.
En suma, si hay causalidad y devenir, no hay identidad entre causa y efecto, pues lo idéntico no cambia. Y, si hay causalidad y devenir, tampoco se da una absoluta desemejanza entre lo que causa y su causado, ya que dos que sean absolutamente desemejantes no pueden comunicar entre sí ni participar el uno del otro. Luego, o la causa es superior al efecto o el efecto a la causa. Lo segundo va contra la noción de causa, ya que lo que da es superior a lo que recibe, por lo que se concluye que la causa es superior.