“No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, dice un refrán popular muy atendible. Es que la habitual posposición tiene un coste elevado, ya que los retrasos evitables generan pérdidas de productividad, además de causar estragos emocionales, principalmente mermando la autoestima.
La acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables es una costumbre muy humana conocida como procrastinación (del latín pro , adelante, y crastinus , referente al futuro).
La procrastinación como síndrome que evade responsabilizarse posponiendo tareas a realizar puede llevar al individuo a refugiarse en actividades ajenas a su cometido . La costumbre de posponer, si bien no se ha demostrado cabalmente, puede generar dependencia de diversos elementos externos, tales como navegar en Internet, leer libros, salir de compras, comer compulsivamente o dejarse absorber en exceso por la rutina laboral, entre otras, como pretexto para evadir alguna responsabilidad, acción o decisión.
Científicos de la Universidad de Constanza (Alemania) han estudiado a fondo la procrastinación y han llegado a la conclusión que las personas se comportan así porque creen que el día de mañana será más adecuado para poner en práctica lo planeado. Y también han demostrado que la tendencia a procrastinar es menor si se plantea la tarea en términos muy concretos y específicos.
UNA FORMULA EXPLICATIVA
Por su parte, Piers Steel, investigador de la Universidad de Calgary, ha desarrollado una fórmula (bautizada como teoría de la motivación temporal, que, según asegura, explica la procrastinación: U=EV/ID.
U es la Utilidad de la tarea una vez realizada, y su valor es proporcional al producto de las Expectativas (E) por el valor que le concedemos a terminar el trabajo (V), e inversamente proporcional a la inmediatez (I) y a la sensibilidad de cada persona a los retrasos (D).
Es decir, que según esta fórmula las tareas que queremos que se lleven a cabo mejor y a las que más importancia otorgamos son las que más frecuentemente demoramos. Más que pereza, dice Steel, lo que hay detrás de la procrastinación es un exceso de perfeccionismo .
Tal vez por ello es que en nuestra ‘bandeja de entrada’ suelen quedar sin responder los mailes que consideramos más importantes. O ese mueble que necesita una mano de pintura nos hace exclamar: “debo hacerlo”, una y otra vez. Hasta que llega el momento de tomar coraje y encarar la tarea, experimentando después una gran satisfacción. © Protestante Digital 2012