Productos tóxicos en el siglo XVI. Las Indulgencias

Publicado el 10 octubre 2014 por Jordi Mulé @jordimule

En los últimos años nos hemos ido acostumbrando a oír el término producto tóxico refiriéndonos a aquel producto financiero cuyo resultado final no ha sido el que el inversionista esperaba y en el que ha visto atrapados sus ahorros. Los últimos años están plagados de ejemplos que no voy a relatar, si bien los desenlaces no deseados de todos estos productos siempre siguen una casuística común, ofrecer una rentabilidad alta o fuera de lo común y dar unas expectativas de seguridad basadas en un componente especulativo, que no es otro que dar por supuesto que la situación actual se mantendrá en el futuro como mínimo como la actual, si no mejor. Muchas veces se acierta pero otras muchas, desgraciadamente, no.

Permitidme relataros hoy uno de los primeros productos financieros tóxicos de los que se tiene constancia, no quizá por los efectos en los inversores a los que dejó “atrapados”,  sino por las grandes consecuencias históricas derivadas en gran parte de la comercialización de tal “producto”, me refiero a las “indulgencias” comercializadas por la Iglesia Católica en el siglo XVI y que sirvieron para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma.

Las Indulgencias, seamos honestos, no fueron un producto financiero en el sentido estricto del término, esto es, por ejemplo, un producto donde invertir un dinero y conseguir una rentabilidad. O quizá sí, las indulgencias eran unos títulos nominativos expedidos por la Iglesia y firmadas por el obispo de turno mediante los cuales la persona tenedora, después de su muerte,  podía librarse de varios años en el Purgatorio o bien librar a sus difuntos de muchos años de sufrimientos en tal dantesco lugar. Para conseguir un título a nuestro favor debíamos comprar una indulgencia, por tanto, no eran otra cosa que títulos valores en los que invertir y por los que se ofrecía una rentabilidad, no en dinero sino “celestial”.

Hoy en día una situación así, se sea o no creyente, puede hacer como mínimo sonreír, pero hay que contextualizarlo en la época en la que se produjo. En el siglo XVI, una Iglesia Católica abrumada por varias guerras y endeudada con varios banqueros quiso acometer la construcción de la que debía ser la basílica central de la cristiandad, la catedral de San Pedro. Como en ese momento su situación financiera no era lo que se dice boyante, decidieron conseguir los fondos necesarios de las aportaciones de los fieles y decidieron vender salvación a cambio de monedas. Cabe decir que en la época en que éstas se producen, la Fe realmente movía montañas y la sociedad giraba alrededor de la Iglesia, por lo que, en principio, “compre su salvación o la de sus seres queridos a cambio de unas monedas“, tenía sentido aparente. Pronto, un ejército de hábiles vendedores de indulgencias empezó a recorrer Europa y, con hábiles puestas en escena, a  conseguir fondos gratis, a coste cero, para la construcción Basílica de San Pedro; la superstición hizo que muchas personas humildes contribuyeran con su poco dinero a la causa a cambio de una promesa de Salvación que realmente era básicamente falsa. En resumen, los inversores invertían su dinero esperando una rentabilidad que nunca llegó, es decir, invirtieron en un producto tóxico.

¿Qué pasó? Pues que alguien formado protestó por varios motivos, incluído este abuso e hizo una protesta pública con la suficiente autoridad como para generar una auténtica corriente de opinión en Alemania. esta persona, Martín Lutero, generó una auténtica revolución religiosa y social conocida como la Reforma del siglo XVI. Esta corriente fue además aprovechada por algunos príncipes alemanes para poder aligerar la presión política que sufrían del Emperador del Sacro Imperio (Carlos V) y de la Iglesia, con lo que la tensión estaba servida. Los acontecimientos se sucedieron y se entró en una espiral histórica cuyas consecuencias aún hoy en día vivimos, dividió a la Cristiandad en dos bloques enfrentados, católicos y protestantes, generó varias guerras de religión y determinó la configuración social de la Europa del futuro; de hecho, aún hoy en día se observan diferencias de mentalidad entre los países de tradición católica y los de tradición protestante. En síntesis, el emisor de las indulgencias, un producto tóxico, que era la Iglesia, consiguió su propósito de construir la Basílica de San Pedro pero al coste de perder gran parte de su influencia en la Cristiandad, que nunca más volvió a ser la misma después de este hecho.

Realmente, cualquier paralelismo con situaciones actuales puede que sea “pura coincidencia” y un poco forzada pero creo que ilustrar este ejemplo como metáfora puede ser muy indicativo de lo que puede pasar cuando se toma una decisión estratégica equivocada o basada en el engaño, si se valora sólo el beneficio a corto plazo o se minusvalora el criterio de las personas destinatarias de cualquier producto, sea financiero o no; no olvidemos que a menudo las acciones generan reacciones y que “la realidad puede superar a la ficción”.