Como millares de grupos así, una veintena de viejos amigos, ya cuarentones, suele reunirse para recordar su infancia y adolescencia, y compararlos con los que viven sus hijos.
En su más reciente encuentro, quedaron desconcertados cuando uno narró, avergonzado, que en el instituto el profesor “X” lo sentaba en su regazo y lo acariciaba, provocándole repulsión y un miedo que entonces no sabía describir, y que revelaba por primera vez en ese momento.
Hubo silencio hasta que otro confesó que también había sufrido el mismo trato, y un tercero, y un cuarto. Los que habían estado en el mismo centro habían sido víctimas de “X” en su despacho, y todos lo habían mantenido en secreto hasta ese día.
Entonces, comenzaron a sincerarse los demás: había algunos que estuvieron internos en centros de órdenes religiosas; uno contó como un enseñante trató de acostarse varias veces con él en su cama, y dos fueron testigos de que varios profesores dormían con harenes de jovencitos, becados pobres de aquellas instituciones.
Quienes estuvieron en seminarios también describieron una sociedad torva con frecuentes homosexualidades, a veces declaradas, a veces contenidas, cargadas de culpabilidades, premios y castigos, que administraban los poderosos y temidos buscadores de amores.
De aquellos veinte amigos, quince habían sufrido estas agresiones, pero ninguno lo había confesado hasta que la conversación derivó hacia los casos de pederastia en las iglesias de EE.UU, con la extrañeza de que nunca se hablara de casos similares en España.