Música triste. Un hombre sentado. La cabeza gacha. La cara oculta tras una mano. Todo remite a un infausto acontecimiento. En cierto modo lo es para el interesado. Estocolmo. Ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura. Al igual que Bob Dylan, él tampoco querría estar allí. Daniel Mantovani lo acepta a regañadientes, en un discurso irónico en el que agradece a la Academia Sueca que le indique de aquella forma el ocaso de su carrera. No obstante su lúcida disertación en torno a la naturaleza de la creación literaria, de la necesidad del artista de cuestionarse la realidad, que trasciende al tono socarrón de esta perturbadora secuencia inicial, se dosificará en pildoritas a lo largo de los acontecimientos que van a derivarse de este original prólogo.
Cinco años más tarde, recluido en su casa de Barcelona, decide aceptar la propuesta de su pequeña localidad natal, Salas, a 734 kilómetros de Buenos Aires, de nombrarle Ciudadano Ilustre (algo así como Hijo Predilecto). Sólo hice una cosa en mi vida, largarme de ese lugar -reza la voz en off que narra el relato- mis personajes no pudieron salir y yo no pude volver. De eso hace ya casi cuarenta años y ahora regresa para recibir el agradecimiento de sus conciudadanos por haber llevado el nombre de su pueblo a cada rincón del planeta.
El jugoso planteamiento va a enfrentar al literato descreído, de vuelta de todo y hastiado de su propia existencia, con los fantasmas de su pasado. La novia que dejó atrás, los amigos de entonces, conocidos, admiradores, detractores e incluso alguna que otra groupie. Gente de la que le separa mucho más que esas cuatro décadas. Se ve como el pianista que regresa a casa en Beautiful girls, como un astronauta en un planeta inhóspito con una atmósfera prácticamente irrespirable. Ya no tiene nada que ver con todo aquello.
La galería de personajes que presenta el ingenioso texto de Andrés Duprat compone una fauna impagable que parece sacada de una película de Berlanga pasada por el tamiz de la causticidad de la comedia negra argentina. Gastón Duprat y Mariano Cohn, directores, no rehúyen las situaciones incómodas que puedan violentar al espectador. Salen a su encuentro como lo hicieron en su anterior trabajo, El hombre de al lado, solo que con mayores dosis de mala uva y de forma mucho más sólida y contundente. Jugando con la metáfora, sin temor a rayar lo escatológico, para plasmar la curiosa concepción que este autor tiene de su propia obra.
Quien da vida al ínclito escritor, y sostiene esta cinta sobre sus espaldas, no es otro que Óscar Martínez, al que descubrimos en Relatos salvajes y admiramos como el despreciable comisario de Capitán Kóblic. Compone a un tipo que siempre ha vivido a su manera, que dice lo que piensa a pesar de que el contacto con sus raíces le pueda llegar a reblandecer. Aquel fulano que no soporta a pusilánimes que aceptan lo establecido y no son capaces de rebelarse ante flagrantes injusticias.
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El ciudadano ilustre
Dirección: Gastón Duprat y Mariano Cohn
Guión: Andrés Duprat
Intérpretes: Óscar Martínez, Dady Brieva, Andrea Frigerio
Música: Toni M. Mir
Fotografía: Mariano Cohn
Duración: 118 min.
Argentina, España, 2016