Los españoles que viven en El Aaiún, capital del Sáhara Occidental, deben pasar inadvertidos para no ser expulsados. Esta suerte le tocó a la profesora Sara Domene hace unos meses y ahora ella recibe con dolor las noticias enviadas por sus alumnos saharauis, víctimas de la violencia desatada tras el ataque del ejército marroquí a un campamento de protesta social.
En El Aaiún hay que medir las palabras. “Nunca sabes quién está escuchando”, comenta Sara Domene desde Barcelona. Tras su expulsión de Marruecos, acusada de “proselitismo”, ha seguido en contacto con algunos amigos que en estos días le comparten el drama que están viviendo. “Me cuentan que han encontrado a 18 mujeres muertas, 7 hombres y un niño de 7 años. Parece ser que hay fosas comunes por la zona del campamento de Gdim Izik, pero es muy difícil acercarse”, expresa.
En la capital del Sahara Occidental un extranjero siempre será un extranjero, que llega con otra cultura y con otra religión. En política, el de fuera debe parecer un ignorante y la religión la tiene que practicar en silencio. Los españoles que viven en El Aaiún apenas pueden ser poco más que unos espectadores privilegiados de una situación que para los saharauis es desesperada.