Proletarios del PP

Publicado el 09 marzo 2012 por Abel Ros

Mientras los cuellos blancos del capital disponen de diversos medios para comer,  las manos del trabajo solamente cuentan con su nómina para llegar a final de mes. Es esta dialéctica histórica entre las facilidades para vivir de unos, los empresarios, y la difícil ecuación vital de otros, los trabajadores, la que ha conseguido a lo largo de los siglos, el contrapeso necesario para equilibrar el  poder en pro de los cuellos azules de la balanza.

La reforma laboral aprobada de forma unilateral por las filas legítimas de Mariano, atenta contra los logros normativos alcanzados por el movimiento obrero occidental del último siglo. La imposibilidad estructural para devaluar la moneda común e incentivar el consumo ha llevado a la mayoría del Partido Popular al desmantelamiento literal del derecho laboral. La devaluación del trabajo, o dicho en otros términos, la mercantilización del la mano de obra  como un coste a minimizar en lugar de un recurso a optimizar, pone en evidencia las consecuencias inmediatas anunciadas a mediados del pasado siglo por los sociólogos de la industrialización.

La visión del trabajador como un pieza  inerte sujeta  a la suma del coste productivo supone la deshumanización del mercado de factor y el debilitamiento de la sociedad del conocimiento. Es precisamente esta pérdida progresiva de talento interno ante la visión cultural del obrero como un objeto de “usar y tirar”, la que nos hace plantearnos el retroceso sin freno a las penurias acontecidas por los obreros de la revolución industrial. Los mismos “cuellos azules” que a finales del dieciocho lucharon para conseguir equilibrar la balanza y dignificar el sudor de su frente que tanto enriqueció con sus gotas a la nueva clase emergente.

La huelga general, que tanto se olía don Mariano en los mentideros europeos,  supone un freno a los caballos desbocados del capitalismo presente. La reforma laboral vendida por Santamaría como la panacea falaz para descongestionar el embudo del ejército de reserva, que tanto denunció Marx, supondrá para la sociedad del bienestar un aumento inevitable de la desigualdad.
Una vez más, las bolsas de pobreza subrayadas  por la estadística europea  y la desaparición paulatina de la clase media, elemento sustancial para la supervivencia de la democracia, invita a la crítica a reflexionar sobre el modelo productivo al que queremos llegar con esta maquinaria oxidada del paradigma global.

La congelación del salario mínimo,  el despido gratis durante el primer año de prueba y el poder unilateral del fuerte para bajar el sueldo al débil,  nos sitúa al nivel de países como China que gracias a la explotación de su gente consiguen ser alguien en los suburbios del capital.
Desde la acción sindical, debemos hacer un llamamiento colectivo a la concienciación obrera para que el trabajo siga siendo un derecho respetado por las élites y no se convierta en aquella mercancía barata y desprovista de nobleza, que durante siglos ha marcado los estratos de la desigualdad.

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