Prólogo y epílogo de Ya no leo tebeos de Wonderwoman

Publicado el 04 enero 2010 por José Angel Barrueco

Prólogo, por Javier Das
Se ha escrito mucho y se sigue haciendo sobre qué mueve a una persona a crear un poema. Yo me siento muy identificado con esa rama de poetas que buscan contar cosas. Historias que les han ocurrido, que les han marcado, incluso que han vivido en sus propias carnes en muchos de los casos. Me gustan los poemarios escritos desde la necesidad de contar, de compartir con el que lo lee una serie de experiencias, vivencias o pensamientos con unas raíces muy terrenales. Ángel Rodríguez (Voltios para los que le conocimos en el mundo de los blogs) nos abre las puertas de su vida, de lo que ha sido y de lo que es actualmente, y también pedazos de vidas de otros que, mediante sus palabras, se nos hacen visibles.
El poemario está escrito en su totalidad con un lenguaje claro, muy “de la calle”, que nos facilita el protagonizar, por ejemplo, imágenes de la infancia en el barrio de Leganés, porque es justamente con esos recuerdos con los que abre el poemario, recopilados en un capítulo titulado Antaños. Drogas, peleas y regaliz conviven como un extraño trío en estos primeros versos, donde la mirada de un niño es la que nos acerca muchas veces a la realidad de ese barrio hace ya más de treinta años: “sabías que robaba / calderilla / del monedero de mi madre / para comprarte regalices”.
Interesante también en esta primera parte es el acto de “echar la vista atrás”, cómo se ve el pasado una vez que uno ha crecido y se da cuenta de muchos detalles que siendo niño pasaron desapercibidos: “desde mi casa / caigo / en que fueron dos tardes / enteras / las que tardó mi madre / en forjar los versos / que me hicieron / injusto vencedor del diploma”.
Vigentes, el segundo capítulo de este poemario, es para mí la parte más interesante del libro. Según se avanza en los poemas nos damos cuenta de la intimidad a la que se nos invita a pasar, se puede palpar perfectamente la realidad de unas experiencias que han marcado al autor, en algunos casos, durante años. La depresión, el amor y el desamor, la muerte, la vida, la sociedad que nos rodea diariamente, son algunos de los temas sobre los que se construyen los poemas. Poemas que, además, se cierran en muchos casos de forma magistral, obligándonos a parar unos segundos y reflexionar sobre lo leído. Y es que, ante todo, podemos hablar de la sinceridad con la que nos está hablando. En estos poemas, al leerlos, todos por un momento nos introducimos en la piel de Voltios, y es dolor, esperanza, reflexión lo que nos hace sentir, ya que realmente podemos sentir familiares o cercanas las experiencias que nos está contando. De esta segunda parte, en vez de destacar algunos versos, prefiero que sea al leerlos cuando cada uno descubra qué le marca más, dónde se siente más identificado, qué versos le muerden dejando más marca.
Una mirada al mundo que le rodea, a los problemas de otros, a situaciones difíciles que se encuentra día a día es lo que da forma a De otras vidas, la tercera y última parte de este poemario. Voltios quiere hablarnos de esas historias, en ocasiones aparentemente pequeñas, que obligan a sus protagonistas a tomar diferentes caminos en sus vidas. Nos habla de inmigrantes, de prostitutas, de un pasado en la Historia que aún hoy sigue sangrando, de perdedores, de luchar en una vida que se pone muy dura para algunos: “va a resultar inútil / que alguien me lo cuente / lo he visto / con mis propios o j o s / y no es raro / te lo prometo”.
Voltios no es ningún superhéroe. Ha vivido, en su piel o en la de otros, el sabor amargo de estar jodido, preocupado, con miedo. Y siendo consciente de lo importante que es tener los pies en la tierra no acepta que nadie le cuente películas con final feliz que no se ajusten a lo que realmente viene pasando. La vida tiene momentos buenos, todos lo sabemos, y se dice que uno necesita mover más músculos para llorar que para reír. Lo malo, es que los posos son diferentes. Lo que queda en el estómago, para mal o para bien, es lo que más nos marca como personas. Ya no leo tebeos de Wonderwoman nos habla de eso, de los todos arrastramos diariamente y de la fuerza que hay que hacer para seguir avanzando. Pero no nos confundamos, no podemos hablar de un poemario pesimista, el mensaje más importante del poemario queda claro en estos versos: “no olvides nunca / lo que te voy a decir / si llegas a mi situación / tan sencillo / como apartarse del borde / con metáforas / con letras pringadas en sangre / aunque creas no encontrar el momento / aunque madrugues / y pilles tú / al sol fuera / aunque la piel no de más de sí / ¡apártate del borde!”.
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Epílogo, por José Angel Barrueco
Si has llegado hasta aquí, ya sabrás la clase de libro que nos ha ofrecido Ángel Rodríguez (Voltios, en la red). Un poemario duro, repleto de asperezas, que habla de la vida del hombre de la calle, de la gente de a pie, del ciudadano común.
En términos generales, están los poetas que loan a las flores y a las puestas de sol y a los campos verdes; y están los poetas que analizan el mundo hostil en el que vivimos, que nos cuentan de qué va la vida, y la vida suele incluir palos y algunos besos, alegrías y derrotas, historias tristes y agridulces. Yo respeto a los primeros, pero me quedo con la obra de los segundos. Y la obra de Ángel pertenece a este estilo: se trata de una escritura directa, eléctrica, sin tapujos, en la que queda claro, ya desde el primer poema, en el que el autor protesta contra el progreso, la nueva sociedad y lo moderno, que se ajustan algunas cuentas con el mundo.
Ya no leo tebeos de Wonderwoman, título brillante y con reminiscencias del pop y del cómic, refleja a la perfección el paso de la ficción a la realidad, el proceso de cambio que se ha operado en el hombre que ha dejado de ser niño. Es como si dijera (sin menosprecio por algo tan respetable como el tebeo): “Ya he crecido. Que no me vengan con cuentos”. Porque los cuentos que encontramos en estos poemas narrativos tienen, casi siempre, finales poco felices. Sirva de ejemplo este cierre: “volví a la clase obrera / con la sensación / amarga / del que se sabe descolocado”.
Voltios ha dividido el libro en tres partes:
ANTAÑOS: Aquí se reúnen poemas sobre la injusticia, en distintos niveles (como en el texto en el que se cuenta la autoría secreta de la madre tras ese poema cuyo premio él ganó: “diploma / que nunca subió ella a recoger / envuelta en aplausos”), sobre la clase obrera, los yonquis, los puñetazos que recibimos, la infancia, los amores perdidos de adolescencia, las peleas a la salida de clase, las canicas y la Nocilla… Se trata de una revisión del pasado del propio Ángel. Es un regreso a los barrios duros y marginales, donde las muchachas que antaño pedían un préstamo para las salas de recreativos terminan pidiendo dinero para costearse la cunda. Al contrario que en las fábulas, aquí las princesas no se casan con el príncipe azul: se meten picos en vena.
VIGENTES: En la segunda parte encontramos textos sobre el presente, sobre lo que hoy vive el autor, que no tiene miedo a analizar sus taras, sus depresiones, su cuerpo, su insomnio, su medicación, su desliz hacia el borde del abismo, sus problemas cotidianos, sus miedos. El poeta ha dejado atrás el pasado y se concentra en lo que le ocurre, en lo que sufre y decide contar como terapia. La escritura siempre sirve de terapia. Y Ángel demuestra que se cura en estos versos. Hay muchas cicatrices, pero también “una guerra ganada a la depresión”.
DE OTRAS VIDAS: El recuento de sus derrotas y de sus angustias pasa, en esta tercera parte, al recuento de las vidas de otros, casi todos perdedores: inmigrantes, suicidas, prostitutas, personas que mueren prematuramente o reciben sesiones de quimioterapia. Estamos ante el reflejo de lo que les pasa a los demás: por ejemplo, a su abuela, con alusiones a la guerra civil. Casi todos los retratados tienen los pies en el suelo, están anclados a la realidad. Y, quienes no lo están, reciben las suficientes hostias como para bajar de las nubes.
Voltios retrata el universo de las afueras de Madrid, y sus versos contienen una dureza que prescinde del sentimentalismo. Si has llegado hasta aquí, sabrás de sobra a lo que me refiero. Recordemos algunos ejemplos: “cada vez que vuelvo a mi barrio / donde tantos sacos de lágrimas / he llenado por fracasos vitales”; o “una soga al cuello / esperándome / casi a diario / en la puerta del banco”; o “no quiero terminar derrotado / de psiquiatra en psiquiatra”.
Los cierres también son contundentes, y eso es algo que me agrada como lector, algo que me enseñó uno de los poetas que nos ha servido de influencia a ambos: David González. Los cierres de Ángel Rodríguez nos hieren con su crudeza y con su amargura: “ahora / lo difícil / es seguir entrando / por la puerta de casa / y encontrar / cada día / el palo que me permita / seguir haciendo de funambulista / para no caer y decapitarme / por si volviese a aparecer la navaja”. Un final tremendo.
El autor es de Leganés. El poemario escarba en los barrios y en las vidas de sus habitantes y nos ofrece un retrato vital de aquello. Cohabita con la contundencia de los versos un lenguaje popular, muy acertado y con abundante jerga, lo que nos demuestra veracidad. Es decir: el poeta ha vivido esos momentos o los ha escuchado de quienes los vivieron, de tal manera que hay experiencia. Y la experiencia, bien contada, ilumina siempre el folio.
[Se puede descargar el poemario de manera gratuita en el blog de Ángel Muñoz Rodríguez]