Y es que este señor se ha labrado una reputación de incumplidor de promesas -para decirlo en términos elegantes- bastante merecida, cuando no de proferir palabras que encubren mentiras -si queremos llamar a las cosas por su nombre- también ganada a pulso. Cada vez que abre la boca, hay que analizar lo que dice y ponerlo en duda. No se sabe si dice lo que parece o lo contrario. Pero como, además, le gusta usar el retruécano para evitar comprometerse, su discurso consiste más en eufemismos que otra cosa, por mucho que aparente hablar con sencillez. Porque vanagloriarse de que hay que hacer lo que Dios manda y actuar con sensatez para referirse a dejarnos más pobres que las ratas, es todo un alarde de manipulación lingüística. Estoy deseando que Irene Lozano escriba otro ensayo sobre “el saqueo de la imaginación” que la derecha que representa Rajoy ha perpetrado con el significado de las palabras, como ya hizo cuando Bush, a la hora de presentarnos una realidad que no se corresponde a la verdad ni a la que soporta la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Ahora vuelve Mariano Rajoy a pronosticar, en un mitin entre fieles que sirve para iniciar el curso político, una rebaja de impuestos para el año que viene. El mismo señor que nos fríe a impuestos y nos asfixia con recortes y demás medidas de “austeridad”, asegura campechano pero rodeado de un impenetrable cordón de seguridad, al acabar sus vacaciones en su tierra natal, que nos dará un respiro con una rebaja de la presión fiscal. ¿Podemos darle credibilidad a esta nueva promesa?
Mariano Rajoy se presta a decir siempre lo que convenga a su interés político. No en balde lleva desde 1981 (toda su vida) dedicado a la política, apartándose de su plaza de registrador de la propiedad en Alicante mediante una excedencia especial que le permite conservar su titularidad e, incluso, alquilar su licencia a un compañero, que le abona los emolumentos correspondientes. Nunca ha querido aclarar esta “compatibilidad” del negocio privado con la actividad pública hasta que el periodista Miguel Ángel Aguilar puso al descubierto, en un artículo en El País, que no la había declarado en el registro de actividades de los diputados del Congreso. Sólo entonces se apresuró a corregir un dato que, de no ser así, nos seguiría ocultando.
Rajoy ha sido ministro de cinco carteras distintas y vicepresidente del Gobierno en ejecutivos del Partido Popular, además de presidente de la Diputaciónde Pontevedra, Vicepresidente de la Junta de Galicia, secretario general del partido y actual presidente del PP y del Gobierno de España. Conoce, pues, que a unas elecciones nacionales se concurre ofreciendo un programa electoral que sirve de contrato que vincula la confianza de los electores a unas promesas de actuación cuando se acceda al poder. Como responsable de campañas electorales del PP y como candidato en las últimas elecciones, Mariano Rajoy sabía a lo que se exponía al asumir el programa del Partido Popular, tanto el público como el oculto y no dado a conocer.
Lo sabía muy bien, máxime cuando afirmaba con rotundidad que siempre diría la verdad, aunque doliera, para no ser igual que el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, al que acusaba de haber mentido a los españoles en relación con la crisis económica. También aseguraba que no subiría el IVA, que las pensiones eran sagradas, que no se quejaría de la herencia recibida y que no se dejaría gobernar por Europa. Nada de lo anterior se ha cumplido y, lo que es peor, se sabía que no se podía cumplir, lo que constituye un auténtico engaño y una clara mentira.
Estamos, pues, ante las promesas incumplidas y las palabras mentirosas de quien nunca ha tenido reparos en disfrazar la verdad y tergiversar los hechos cuando ha tenido que defender sus intereses y los de su clan social y político. Este señor, dueño de sus silencios y esclavo de sus mentiras, nos promete ahora una bajada de impuestos para el año en que volverán a convocarse elecciones generales. ¿Será verdad y casualidad, al mismo tiempo? ¿Dejaremos engañarnos nuevamente?