Promises

Publicado el 08 febrero 2013 por Ninyovampiro @ninyovampiro


Más Jerusalén, aunque este no tiene nada que ver con la novela de Lagerlöf. Se trata, eso sí, de una película que me ha emocionado, y así, una vez más, me veo obligado a proclamar mi entusiasmo a los cuatro vientos.
Promesas se grabó entre 1995 y 2000, y los directores Justine Shapiro, B.Z. Goldberg y Carlos Bolado, tuvieron que seleccionar de entre más de 170 horas de entrevistas para encontrar y construir una historia. La que nos cuentan al final es muy antigua y sencilla, y habla del odio entre dos comunidades, de la necesaria deshumanización del enemigo para que ese odio fermente, y de lo que sucede (o podría suceder) cuando dejamos que ese enemigo, tan parecido a nosotros, con el que compartimos profeta y origen semita, se presente ante nosotros y se revele, también, humano.

El documental consta casi exclusivamente de entrevistas a siete niños que residen en Jerusalén o cerca de la ciudad, sea en campos de refugiados o en uno de los numerosos asentamientos de colonos. Son, pues, niños de ambas comunidades y de los más diversos ambientes familiares y sociales. Hay dos gemelos de familia laica, descendientes directos de un superviviente de la Shoah; un estudiante de la Torah, hijo de un rabino; una niña cuyo padre lleva dos años encarcelado y a la espera de juicio por su relación con el FPLP; un palestino residente en Jerusalén; un niño que vive en un asentamiento, y otro que lo hace en un campamento de refugiados. Muchos de ellos viven apenas a 20 minutos unos de otros, pero la mayoría sabe que sus vidas jamás se cruzarán y están convencidos de que así es como debe ser.

El trabajo de edición es excelente, y la historia, que, repito, se basa en entrevistas a niños, no tarda más que unos minutos en enganchar al espectador, que en todo momento sabe, cree saber, y quiere creer que sabe adónde nos quieren llevar los directores. B.Z. Goldberg, nacido en Jerusalén pero criado en EEUU, es la voz narradora y el rostro que media entre el espectador y los niños, y su cara amable hace dudar a los niños que dicen que los judíos son malos.
-Yo soy judío.
-No, yo hablo de los judíos de verdad, no los americanos.

Algunas escenas son verdaderamente magistrales, no tanto por el talento del director como por la habilidad para estar ahí, como se dice de los fotógrafos y los delanteros centro. Una de ellas es cuando habla Raheli, la niña de una familia ultraortodoxa que vive en uno de los polémicos asentamientos. El director le pregunta cómo imagina su futuro, y la niña, muy mona ella, se lanza a narrarnos su vida como buena madre, mejor esposa e intachable judía. Al tiempo que nos lo cuenta, y la historia dura unos cuantos minutos, no deja de pelearse con dos sillas de plástico que no consigue separar, mientras su hermano juega con el ordenador.
En otro momento, los gemelos y el director visitan el muro de las lamentaciones. Allí está en ese momento el hijo del rabino. No llegan a compartir plano, y los gemelos le cuentan a Goldberg que sienten miedo ante los propios judíos ortodoxos. Para ellos, esas personas son más extrañas y están más alejadas de ellos de lo que puede estarlo los palestinos.

Como ya he dicho antes, la historia que se nos cuenta es muy antigua, sencilla y también descorazonadora. El conflicto seguirá. Ha de seguir. Dios nos dio esta tierra. Esta tierra es nuestra. Pero para que los niños hereden el conflicto, es necesario que hereden el odio, y para ello, han de heredar el lenguaje, un lenguaje lleno de dogmas. Al espectador se le ponen los pelos de punta al oír a un niño decir que Dios entregó Israel a los judíos, y a otro hablar de cómo le gustaría matar a los del otro bando. Y pese a todo, uno no puede evitar coger cariño a casi todos los niños, incluso al repelentillo estudiante de la torah, que se granjea las simpatías del respetable merced a un entrañable duelo de ercutos con el niño árabe que se acerca a tontear frente a la cámara.

Conforme nos acercamos al final del documental, aumenta la esperanza y nuestras vías lacrimales empiezan a tener más trabajo. (No os preocupéis; no revelo más que lo que podéis leer en la carátula del DVD). Faraj, que no ha dejado de hablar del odio que tiene a los judíos, se pone la mar de contento cuando el director le pone al teléfono con uno de los gemelos. En ese momento vemos el alivio que supone para un niño poder comportarse como tal, y dejar de lado por un momeento el odio que familia, amigos y circunstancias le han inculcado desde la cuna. La trivialidad de la conversación es tan hermosa que, literalmente, se nos saltan las lágrimas. ¿Qué deporte practicas? ¿Te gusta la pizza? En el campamento de refugiados no hay pizza.Y eso es sólo el principio de una hermosísima escena.
No sé si habré conseguido abriros el apetito, pero en cualquier caso, aquí tenéis el documental, enterito y doblado al español. (Por lo visto, cuatro años más tarde el mismo equipo rodó un breve reportaje para ver qué había sido de aquellos niños. Inexplicablemente, dicho reportaje no está en el DVD y no he podido encontrarlo en ningún lado.)