La prostitución es, sin duda alguna, el oficio más viejo del mundo, como viejo es el dominio que históricamente el hombre ha ejercido sobre la mujer. Es cierto que hemos evolucionado en políticas de igualdad de género y la equiparación legal es, al menos en el llamado mundo occidental, un derecho reconocido que nadie cuestiona; sin embargo, la explotación sexual de la mujer constituye todavía una práctica habitual, que nos resulta tan familiar, que ni tan siquiera la cuestionamos como lo que realmente es: una agresión a su libertad, su independencia y su dignidad.
El Ayuntamiento de Bilbao aprobará próximamente una nueva ordenanza municipal, que penaliza el comercio carnal en las calles de la ciudad con multas que oscilan entre 300 y 3.000 euros, que habrán de ser abonadas tanto por quienes ejercen la prostitución como por sus clientes. Personalmente, dudo de la eficacia de propuestas como ésta, que tienen como objetivo prioritario tranquilizar conciencias y demostrar ante la ciudadanía mano dura, relegando a un segundo plano las causas que obligan a estas mujeres a ofrecer su cuerpo a los viandantes a cambio de poco más de 30 euros.
No sé cuál es la solución, y tampoco sé si la hay, pero entiendo que el camino pasa necesariamente por garantizar a este colectivo, estigmatizado y discriminado por su profesión, su origen y también por razón de género, propuestas de futuro, que, en muchos casos, implican educación, formación profesional, asesoramiento,… Combatir la prostitución conlleva combatir la explotación sexual, y las multas, por cuantiosas que sean, no ayudan o ayudan muy poco. Es necesaria la promoción de proyectos y programas de inserción, y también, cómo no, la creación de empleos alternativos para hacer posible la inserción y el fortalecimiento de la propia autoestima.
No olvidemos tampoco que quienes ejercen la prostitución en la calle no lo hacen por gusto, ni en su ánimo está molestar al vecindario, ni escandalizar a una sociedad que vende el cuerpo de la mujer en la prensa (anuncios de contactos), en la publicidad y en la moda, pero le incomoda cuando se encuentra con su rostro y su rastro en las inmediaciones de su portal. La prostitución en la calle está asociada hoy, en gran medida, al fenómeno de la inmigración ilegal, a las toxicomanías y la violencia, no sólo de las mafias sino también de los clientes. No es sólo un problema de orden público, como nos quieren hacer creer. Ni tan siquiera es un problema moral o ético. Es mucho más: es un problema de género, de poder del hombre sobre la mujer.