Tras la II Guerra Mundial y aprovechando la salida de la crisis de 1929, se concibe en Europa el germen del Estado protector. Se garantizarán mínimos vitales para evitar la desprotección de la persona ante circunstancias adversas procurando disipar la angustia de la incertidumbre.
De aquella idea original hasta finales del siglo XX y concretamente hasta la crisis de 2007, se fueron ensanchando las garantías, los derechos, las prerrogativas, las libertades...Cualquier cosa era poca para lograr más bienestar y más legitimación democrática por medio de votos. Era lo democrático y puede ser lo democrático. Surge de la autosuficiencia del hombre un relativismo construido sobre su hedonismo. Que sin embargo no era solidario, sino excluyente y gregario. Y de una confianza sincera para una convivencia social, fructífera para todos, se tornó opaca a merced de egoísmos, los de siempre, en todo tiempo y espacio.De aquellos tiempos de derechos, en continua progresión y de aquellos tiempos de obligaciones, en continua destrucción, surgen los momentos del gran cambio. Porque el Estado se vio incapaz de sostener una estructura protectora que lo abocaban a la insolvencia. Y en ese instante experimentamos el hálito frio de una soledad que nos cuartea como mercancía frágil.De esos felices años, de aquellas circunstancias tan propicias, surgió el gran drama. Al hombre como espectador le pareció insuficiente leer aventuras de otros y sintió la necesidad de tornarse protagonista de toda novela, historia, amor, poesía, expedición, combate y travesía. No era suficiente admirar a extraños y se permitió, en un acto de suprema soberbia, erigirse en el centro de toda trama. Y de todo ello crecieron consecuencias. Porque no todos tienen la generosidad para ser héroe en circunstancias adversas, ni amante frente al arcano del amor, ni el coraje para surcar expediciones ignotas, ni el don de gentes para ser elegante en tramas viajeras, ni el saber estar en un cosmopolitismo…de novela, ni el sutil y profundo lirismo de lo poético. Tampoco el gesto sincero de quien brinda la mano ofreciendo ayuda .Aunque tampoco la canalla impostura del cínico, deseo creer.Puede pasar la vida y, pasa con frecuencia, sin más afán que aferrarse a lo cotidiano. Y es en lo cotidiano en donde o pueden fraguarse combates, aventuras, amores, derrotas, travesías y poesías de elevado espíritu, aun lo domestico del escenario. O puede contemplarse el tiempo fugaz como testigo ajeno a toda circunstancia que tambien esto encierra grandes dosis de bravura.Me viene en este momento aquel poema,«Adelfos», de Manuel Machado, y de él, estas dos estrofas:«[…]En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...,y la rosa simbólica de mi única pasiónes una flor que nace en tierras ignoradasy que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos, ¡pero no darlos! Gloria..., ¡la que me deben!¡Que todo como un aura se venga para mí!Que las olas me traigan y las olas me lleven,y que jamás me obliguen el camino a elegir[…]».